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Venom

El Último Baile – Entre la excusa de una historia y mantener el secuestro de unos cuantos derechos cinematográficos

Foto: Especial
25/10/2024 |12:41Erick López |

Si algo ha manchado a muchas de las producciones cinematográficas del género de superhéroes a lo largo de su historia, es la codicia.

En 1999, la compra de los derechos cinematográficos de Spider-Man por parte de Sony salvaba a Marvel de una bancarrota inminente, dando como resultado la popular trilogía original del arácnido en manos del director Sam Raimi, cuya disputa creativa con el estudio, el cual ya se había entrometido con su visión durante la producción del tercer filme, dio pie a la cancelación de una cuarta parte – e incluso una segunda trilogía planeada – para comenzar un reinicio en 2012, el cual, se tenía previsto, competiría con la mole empresarial que era, y es, el Universo Cinematográfico de Marvel de Disney y Marvel Studios, bajo la premisa de construir un universo de películas interconectadas que involucraran a varios personajes relacionados con Spider-Man, pues no fue sino hasta ese momento cuando Sony se dio cuenta de dos cosas importantes: el valor empresarial y mercadológico de un proyecto interconectado de franquicias multimillonarias, y el hecho de que la compra de los derechos del arácnido incluían a toda su galería personal – héroes, villanos, personajes secundarios, conceptos, entre otros.

Entre 2014 y 2015, varios estudios, principalmente Sony y Fox, sufrieron una serie de hackeos empresariales, donde fueron revelados detalles legales sobre ventas y contratos, así como el calendario de producciones en desarrollo y planeación, descubriendo que la venta de los derechos de los personajes de Marvel estaba condicionada a una renovación por cada proyecto producido, donde la inexistencia de un filme de la marca en un lapso de 5 años podría cancelar el contrato y regresar los derechos al propietario original, razón por la cual Fox inició una producción de Los 4 Fantásticos en 2015 a regañadientes, mientras que Sony continuaba la idea de diversificar los filmes de Spider-Man sin el héroe principal, barajeando la idea de películas sobre los villanos, lo cual era impensable para la época, pero posible considerando la popularidad de estos, especialmente de Venom.

El hackeo, el desagrado del público hacia planes futuros y el fracaso en crítica y taquilla de El Sorprendente Hombre Araña 2 (Dir. Marc Webb, 2014), provocó que Sony, reluctantemente, cediera a una colaboración con Marvel Studios en 2016, pero sin quitar de la mira la producción de un universo propio que le diera su parte del pastel multimillonario y que asegurara la propiedad de los derechos cinematográficos por el mayor tiempo posible, dando luz a Venom (Dir. Ruben Fleischer, 2018).

A pesar de no ser un gran éxito en críticas, el filme se transformó en un imán taquillero, con su secuela, Venom: Carnage Liberado (Dir. Andy Serkis, 2021), teniendo un mayor éxito a pesar de la pandemia, pero decayendo aún más en cuestión de trama-guion. Las esperanzas de Sony aprendiendo de sus errores en la producción de este tipo de filmes comenzaba a perderse en su totalidad al seguir priorizando la producción aleatoria de películas – Morbius (Dir. Daniel Espinosa, 2022), Madame Web (Dir. S.J. Clarkson, 2024), Kraven (Dir. J.C. Chandor, 2024) – con la esperanza de colgarse de la reciente popularidad del multiverso de Marvel Studios y así mantener a flote sus ganancias, sus derechos y su vaga idea de un universo cinematográfico, pero ¿será esta tercera película de Venom diferente al tratarse, según su mercadotecnia, de un épico y respetuoso final?

Así llega Venom: El Último Baile. Dirigida por Kelly Marcel (Cincuenta Sombras de Grey, El Sueño de Walt) y protagonizada por Tom Hardy (El Renacido, Dunquerque), Chiwetel Ejiofor (Los Niños del Hombre, Doctor Strange), Juno Temple (Maléfica, Cuernos), Rhys Ifans (Harry Potter y las Reliquias de la Muerte – Parte 1, El Sorprendente Hombre Araña), Stephen Graham (Pandillas de Nueva York, El Irlandés), Peggy Lu (Quizás Para Siempre, Spider-Man: A través del Spider-Verso), Clark Backo (Supernatural, El Cuento de la Criada) y Andy Serkis (El Señor de los Anillos, El Planeta de los Simios: La Guerra).

En esta última aventura seguimos a Eddie Brock (Tom Hardy) y a Venom regresando al México de su universo, encontrándose con la sorpresa de ser buscados por el asesinato del agente Patrick Mulligan (Stephen Graham), provocando que el comandante Rex Strickland (Chiwetel Ejiofor) salga en su cacería para entregarlos a la doctora Teddy Payne (Juno Temple) en su proyecto sobre investigación de simbiontes; sin embargo, mientras Eddie y Venom intentan huir y limpiar su nombre, una serie de monstruos alienígenas enviados por Knull (Andy Serkis), creador de los simbiontes, llegarán a la Tierra en búsqueda del Protector Letal, quien porta la llave para su liberación y la posible aniquilación del universo.

El problema con la historia de Venom: El Último Baile es completamente identificable en la anterior sinopsis: todos sus elementos están por todos lados. Aborda tantos conceptos y tramas, presentados, literalmente, desde el primer segundo del filme, que se pierden los unos a los otros ante la condensada y extraña escala con la que los maneja la historia, pues, a pesar de que se establece que el tema principal es la invasión alienígena comandada por Knull, esta trama rápidamente es descartada como una historia secundaria por una segunda introducción, la cual establece una historia mucho más terrenal y simple dentro de la búsqueda por limpiar el nombre de Venom y Eddie; sin embargo, esta historia, y sus supuestas consecuencias como prófugo internacional, son rápidamente descartadas tras el primer acto, dando pie al elemento de cacería que intenta vincular ambas tramas – personal y global – bajo un hilo extremadamente frágil que pierde importancia al mínimo cambio de ritmo y de perspectiva, pues cada personaje está tan inmiscuido dentro de su propia realidad, y objetivos, que se desvinculan los unos a los otros de manera tan abrupta que no logras entender hacia donde se dirige la historia sino hasta el último acto.

En papel, el filme cuenta con una estructura interesante y hasta emocionante, abrazando su propia mitología fantástica, oriunda de los cómics, para presentar un conflicto que genuinamente puede observarse como una conclusión digna para el personaje, involucrando temas como el sacrificio y el deber, pero estos elementos sólo son presentados de una manera extremadamente superficial, enterrados por una montaña de malos diálogos y situaciones nada relevantes que apenas y dan pie a segundos dentro de una secuencia para discutir estos núcleos emocionales que, en esencia, deberían ser primordiales para la existencia de la película.

En este sentido, cada elemento mitológico abordado no es más que una mera elección empresarial, pues estas decisiones – específicamente hablando de Knull y todo lo que rodea a los simbiontes – destacan como meras bases para próximas historias, sin siquiera tener nada relevante que decir y/o aportar en el viaje del héroe más allá de establecer que Sony está más que lista y enfocada por continuar produciendo este tipo de filmes para mantener los derechos de producción cinematográfica, especialmente cuando la nueva cláusula pública del contrato con Marvel Studios incluye que cada personaje adaptado por Sony queda fuera del alcance de Marvel, razón por la cual se ha decidido adaptar algo tan reciente como lo es el concepto de Knull y la denominada trama del Rey de Negro – éxito comercial en el noveno arte durante el 2022 y 2023 –, secuestrando, de manera entorpecida, una rebanada del pastel multimillonario para el estudio.

Abandonando este sector tan específico, el ritmo de esta tercera parte no ayuda en rescatar un guion agujereado, pues existen varias secciones donde la acción – hablándose como el incentivo de los personajes para movilizar la trama hacia un objetivo en particular – se detiene por completo, abandonando al espectador a la deriva de los sucesos, adoptando una especie de construcción similar a la crónica momentánea, la cual no tendría ningún inconveniente de coexistir en un filme como este, si tan solo realmente se construyera sobre estas escenas hacia una meta clara en el desarrollo personal, o general, de los personajes y su trama, pero este intento es completamente inexistente.

La acción del filme – tomándolo como cada secuencia de espectáculo y batalla – tampoco destaca en coordinación, creatividad, narrativa o cinematografía, aportando piezas sencillas que se mantienen en el mínimo esfuerzo, con encuadres que abuzan de la técnica del shaky cam – cámara en mano que se mueve de manera abrupta y desorganizada –, lo cual se vuelve peor cuando la mayoría de las escenas de acción suceden en la noche, bajo poco contraste del escenario, y con una serie de mezclas de personajes que no ayudan en distinguirlos individualmente. Lo más triste, desgraciadamente, es que los avances muestran toda la acción que se encuentra en la película, con solo una sorpresa reservada, pero cuyo impacto es disminuido debido a la poca conexión que se construye entre la sorpresa, la trama y el personaje titular.

Los personajes, y los actores, son completamente desperdiciados. Tom Hardy, Juno Temple y Chiwetel Eijofor son actores de alto calibre, reconocidos en premiaciones internacionales por trabajos dramáticos y actuaciones meticulosas que saben dejar huella, incluso si el papel es chico, pero el filme se las ingenia para entorpecer sus pasos, reduciéndolos a personajes unidimensionales que se mantienen a flote con elementos sencillos sin ninguna explicación concreta y, como es usual en el filme, sin ningún tipo de conexión relevante hacia el constructo general de la película.

Hardy reduce la excentricidad de su actuación, pero estanca al personaje en una apariencia por mucho cansada, casi estática si no fuera por el empuje de la trama, y sus coincidencias, para seguir avanzando. Ejiofor podría ser reemplazado por cualquier otro actor y su interpretación no habría cambiado en lo más mínimo, lo cual aplica también para el trabajo de Rhys Ifans. Temple y Backo, por otro lado, son las encargadas de sobrellevar una gran parte de las subtramas del filme, con cada una llevando un arco narrativo que, en un inicio, parece claro y directo hacia una conclusión lógica individual, solo para que sus respectivas conclusiones fueran intercambiadas al inicio del tercer acto en una serie de eventos que no son merecidos, interfiriendo con el desarrollo de los personajes y la trama en sí misma.

En aspectos técnicos, y comparando la película con sus dos entregas anteriores, Venom: El Último Baile cuenta con un pobre desempeño, con su cinematografía siendo bastante simple y plana, especialmente en las escenas de acción que, en su mayoría, recicla tomas de las dos películas pasadas; el coloreado se mantiene muy por debajo de la saturación, afectando a la iluminación de los sets, pues cuando llega el momento de tener un espectáculo en pantalla, la audiencia se queda con una serie de colores similares que podrían engañar al ojo hasta el cansancio al no poder seguir la acción de manera concreta.

La banda sonora no destaca más allá de los últimos momentos del tercer acto, y su edición es reflejo de su ritmo narrativo, el cual deja mucho que desear.

Si existe algo bueno de la película, es que esta logra ser menos molesta y más coherente en comparación con Venom: Carnage Liberado, la cual sufría de una serie de chistes y situaciones mucho más ridículas, en acompañamiento de interpretaciones que parecían querer emular la energía de Jim Carrey y Tommy Lee Jones en Batman Eternamente (Dir. Joel Schumacher, 1995).

La última recta de la película contiene una decisión importante y valiente para este tipo de género cinematográfico, solo para ser descartado al instante por sus escenas post-créditos, lo cual dice mucho de la técnica narrativa, y de negocios, con la que Sony aborda este tipo de franquicias.

Al final, Venom: El Último Baile es una despedida un tanto mediocre para lo que fue una trilogía igual de mediocre, nacida directamente del capricho empresarial y que ha encontrado su nicho como mero entretenimiento pasajero, pero sin perdurar a la prueba del tiempo como algo memorable.

Se continúa aprovechando de lo que otros estudios han construido para implementarlo de una manera aburrida y simple, desprovista de todo tipo de encanto que ha hecho prolíferas a estas ideas en otros medios, dejando en su lugar una carcasa sin mucho encanto y que podría considerarse como un estreno pasajero.

Con muchas y muy buenas ideas abandonadas en el camino o en la mesa conceptual, este es un filme que atestigua como la codicia de los estudios es, sin lugar a duda, un malestar que afecta a cualquier tipo de proyecto artístico y/o de entretenimiento, pero cuyo círculo vicioso seguirá repitiéndose ante la demanda de entretenimiento simple.

6/10