Una de las tantas reglas no escritas dentro del quehacer cinematográfico es la de no convertir una historia en un panfleto aleccionador, propagandista y/o condescendiente, esto con el objetivo de mantener una mirada artísticamente objetiva, o al menos subjetivamente alienada de la política general para evitar situaciones como la del cine propagandístico de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, permitiendo que cada miembro de la audiencia sea capaz de juzgar los hechos del filme para generar su propia conclusión; sin embargo, este tipo de límite creativo se vuelve completamente difuso cuando el tema principal de una historia gira alrededor de algún tema de importante sensibilidad moral, ética, social e histórica.

Cuando un filme habla sobre alguna malformación genética, una enfermedad, un trastorno o de cualquier elemento diferencial que haga del protagonista, o de sus alrededores, un sujeto diferente al común denominador internacional, la narrativa suele abordarlo como el máximo reto por la supervivencia, creando un camino de dificultades psicológicas y sociales que retan al protagonista hasta convertirse en el mejor de todos, usualmente desde un ángulo moral y emocional, a través de una serie de situaciones melodramáticas que se construyen desde el dolor, la adversidad y la superación hacia una visión más optimista del mundo, lo cual, por supuesto, no es algo malo, pero el tono fílmico suele guiar estos caminos a través de una mirada compasiva que evoluciona rápida e inadvertidamente hacia la lástima, en encasillando a sus propias historias en un callejón aleccionador y condescendiente, a veces por accidente. Y las audiencias saben identificar cuando una historia tiene estos tintes o, en su defecto, estas intenciones.

Un vistazo al póster de Un Hombre Diferente, donde observamos a un hombre normal al lado de un hombre con cualidades diferentes, puede incentivar a pensar en que estamos frente a una feel-good movie melodramática sobre el valor de la no discriminación y la celebración de las diferencias junto a un gran listado de escenas aleccionadoras sobre qué no hacer con quienes son diferentes mientras combinamos una colección de momentos dulces y dramáticos que, finalmente, también termina encasillando a la condición del coprotagonista como algo doloroso y de gran pesar. Afortunadamente, esta es una película de A24.

Con la reputación del estudio sobre historias poco convencionales o de agregar giros extremos a formulas ya conocidas en manos de directores independientes, la presencia de A24 provoca las siguientes preguntas: ¿Es esta sólo otra feel-good movie del momento? ¿Cuál será el distintivo agregado?

Así llega Un Hombre Diferente. Dirigida por Aaron Schimberg (Go Down Death, Chained for Life) y protagonizada por Sebastian Stan (El Aprendiz, Avengers: Endgame), Renate Reinsve (La Peor Persona del Mundo, Phoenix) y Adam Pearson (Bajo la Piel, Horizon).

En esta historia seguimos a Edward Lemuel (Sebastian Stan), un actor frustrado que padece neurofibromatosis. Tras pasar un cambio estético y renovar su vida junto a su amor platónico, la dramaturga Ingrid Vold (Renate Reinsve), la llegada de Oswald (Adam Pearson), un hombre que también padece neurofibromatosis, sacudirá todas las creencias sobre estética que aprisionaban a Edward, transformándolo en una bomba de tiempo que pronto va a estallar.

La historia en sí misma resulta interesante, en especial la manera en cómo se decide abordarse y desarrollarse hacia una moraleja completamente previsible, pero con un sentido fresco al entregarse de una manera distinta, jugando con los géneros y emociones tanto de una feel-good movie durante su primera parte, como de un thriller psicológico durante la segunda.

En este sentido, Un Hombre Diferente no tiene miedo de introducir su historia bajo los lineamientos estereotípicos que se ligan a su imagen promocional, comenzando con un protagonista afligido por su situación física y emocional, rodeado por un mundo que claramente recompensa la belleza, o al menos a la estética denominada como normal, que desesperadamente busca una solución para poder sentirse completo a pesar de que existen personas a su alrededor que lo reciben como es, y es en la exploración de sus dinámicas donde comienza a trazarse la línea entre el elemento compasivo hacia la condición como mera situación médica y como un recurso narrativo para un mensaje mucho más universal, pues los comportamientos alrededor de Edward tornan a involucrarse en el morbo como verdadera intensión debajo de la compasión, aumentando el ansia por un cambio en su vida que ultimadamente se reafirma como necesario en la mente del protagonista a manera de un eco en extremo crítico sobre su apariencia.

La llegada de Oswald es un rompemoldes completo en todos los sentidos de la película – narrativo, temático e incluso actoral –, pues su figura, a pesar de presentar el padecimiento por neurofibromatosis, no es tomada como el elemento aleccionador del valor de la belleza interior, sino como el constructo de la autoestima ajena al parámetro social, comportándose como un ser que aprovecha su identidad como una persona, a falta de otro concepto, normal, y la película así lo retrata, marcando una clara diferencia entre cómo es el mundo con Edward enfermo y cuando Oswald está al mando.

Esta dicotomía fuertemente delimitada es lo que crea la espiral de suspenso dentro de la historia, llevando a los personajes a una serie de cuestionamientos mucho más alejados del conflicto básico de la belleza o la salud, introduciéndolos en una lucha de poderes que involucra a lo celos, la pena, la envidia, y el rencor como parte del mensaje universal de la falta de autoestima y las consecuencias del no aprovechamiento personal.

La dinámica y la evolución entre los temas está perfectamente encapsulada en las actuaciones de sus dos estrellas principales: Sebastian Stan y Adam Pearson, quienes entregan actuaciones tanto divertidas como estresantes, llenas de vida e identidad propia, cada uno emanando la voz que representan dentro del conflicto, con ambos destacando una excelente dinámica en pantalla.

Por su parte, Renate Reinsve también suma a la narrativa con una serie de interpretaciones que esconden el tenue brillo del morbo en cualquier palabra o mirada posible, inteligentemente construida alrededor de la compasión hasta que se transforma en un personaje genuinamente cómodo con lo que le rodea.

En términos técnicos, el filme cuenta con un maquillaje asombroso para Sebastian Stan que deriva en una serie de props durante toda la película que mantienen una fidelidad destacable; los vestuarios son coloridos, contrastando con las realidades grises que Edward presenciaba.

Además, existe una narrativa secundaria de fondo, la cual vale la pena poner atención como eco del mensaje en general, la cual adelanta la dinámica que la película realmente está interesada en contar.

Al final, Un Hombre Diferente es una historia por mucho interesante, un filme que toma una estructura conocida para aportarle una dinámica diferente a través de un tema que aún podría considerarse tabú, abordándolo de manera más humana y globalizada posible, resultando en una experiencia fascinante que engaña a las expectativas para entregar una increíble obra independiente que vale la pena presenciar al menos una vez.

8/10

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