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Un Completo Desconocido

La apuesta más segura y sencilla de la temporada de premios 2025

Un Completo Desconocido | Foto: Especial

El género del biopic – o simplemente biografía – es uno curioso dentro de las artes narrativas como la cinematografía, la televisión y la literatura, especialmente cuando la persona de la que se habla aún se encuentra con vida, esta cuenta con algún involucramiento en el proyecto, o su familia, en caso de ser una figura abiertamente pública, mantiene control sobre los derechos de imagen y distribución del nombre e identidad del ídolo en cuestión; estas situaciones generan un limitante importante donde la información es retratada y controlada milimétricamente con tal de mantener una narrativa y concepto específico que no contradiga ni perjudique a la marca de la persona, dando como resultado, usualmente, productos mediáticos de promoción personal que, aunque posiblemente entretenidos, pocas veces dan espacio para verdaderos métodos creativos y rigores periodísticos.

La Academia, como institución artística cinematográfica, se ve completamente atraída hacia este tipo de películas por el mero hecho de que estas retratan pasajes específicos en el tiempo, con leyendas del arte y la historia volviendo a la vida, meticulosamente elaboradas de tal manera que las marcas de estas personas llegan a representar símbolos y valores mayormente positivos que coquetean con subgéneros estadounidenses que encantan a su audiencia – como el underdog – que celebran, a veces de forma exagerada, valores como el patriotismo, libertad, resiliencia, respeto, amor, entre otros, lo cual mantiene la imagen de la Academia ante la agenda mediática nacional e internacional.

Pocas veces llegan biopics que retan a la imagen pública o proponen una narrativa diferente. En 2023, por ejemplo, Elvis (Dir. Baz Luhrmann) y Los Fablemans (Dir. Steven Spielberg) representaron este género, siendo celebrados por retratar íconos estadounidenses que se abrieron paso al éxito hasta alcanzar la inmortalidad, con los filmes evadiendo lo más controversial dentro de sus respectivas narrativas; en 2024 Maestro (Dir. Bradley Cooper) hizo exactamente lo mismo, mientras que Oppenheimer (Dir. Christopher Nolan) se llevó la máxima estatuilla, en parte, tras profundizar en los matices morales y las implicaciones globales derivadas de las decisiones del titular.

Llegamos a 2025, y el biopic de Bob Dylan es, según la Academia, la máxima biografía de la temporada, pero ¿qué es lo que ofrece exactamente? ¿Será un pasaje delicado y detallado sobre el artista o una celebración segura sobre su carrera? ¿Nos ofrecerán otra cara de la leyenda o sólo nos reafirmarán lo icónico que es?

Así llega Un Completo Desconocido. Dirigida por James Mangold (Ford v Ferrari, Indiana Jones y el Dial del Destino) y protagonizada por Timothée Chalamet (Mujercitas, Duna: Parte Dos), Edward Norton (Glass Onion, Asteroid City), Elle Fanning (Mary Shelley, Maléfica: Dueña del Mal), Monica Barbaro (La Catedral, Top Gun: Maverick), Boyd Holbrook (Logan, El Depredador), Eriko Hatsune (Emperador, Norwegian Wood) y Dan Fogler (Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos, Liga de Supermascotas).

En este biopic musical seguimos la historia real de Bob Dylan (Timothée Chalamet) en su progreso a convertirse en una estrella del folk music estadounidense de los años 60’s, acompañado de la mentoría de grandes de la industria como Pete Seeger (Edward Norton) y Johnny Cash (Boyd Holbrook), pasando por los romances que lo marcaron con Joan Baez (Monica Barbaro) y Sylvie Russo (Elle Fanning), hasta llegar al controversial momento en el que incursionó en el uso de instrumentos eléctricos en 1965.

En la carrera del Oscar 2025, Un Completo Desconocido fue nominada a Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor, Mejor Actor de Reparto, Mejor Actriz de Reparto, Mejor Guion Adaptado, Mejor Sonido y Mejor Vestuario. Tomaremos esto como nuestra guía durante la reseña.

Comencemos con los actores. De inicio, el trío nominado, sin lugar a duda, cumple formulaicamente con su trabajo, lo cual implica una serie de actuaciones bien trabajadas, pero que no aprovechan por completo los niveles y rangos que en anteriores proyectos han entregado, y esto es completamente notable en Timothée Chalamet y Edward Norton.

En comparativa, durante 2024 Chalamet – nominado a Mejor Actor – también trabajó en Duna: Parte Dos, donde su actuación mostró una gama más variada de rangos, desde tonos altos, rígidos y directos, hasta tonos bajos, sencillos y relajados, construyendo en su personaje, Paul Atreides, un líder multifacético al que podías leer en distintas interpretaciones; por otro lado, el Bob Dylan de Chalamet se mantiene seguro en un nivel casi monótono, con muy pocas escenas teniendo este mismo tratamiento de altos y bajos que ayuden a construir una personalidad interesante, dejando en la pantalla un ser que se pasea por la historia reaccionando a sus alrededores con muy poco que ofrecer más allá de una directa interpretación de los hechos.

Lo anterior también afecta a Edward Norton – nominado a Mejor Actor de Reparto –, quien es internacionalmente reconocido como uno de los grandes actores de la industria, pero es justo por verse reconocido ante el nivel de rango que posee que es aún más notable cuando trabaja a lo seguro, sin agregar una onza más a su interpretación para ser un pilar, un contrapeso, un soporte o lo que se requiera dentro de la trama. Norton, al igual que Chalamet, entregan un trabajo sólido, pero por debajo del nivel por el que han sido reconocidos anteriormente.

Por otro lado, Monica Barbaro – nominada a Mejor Actriz de Reparto – es quien realmente se lleva la mejor interpretación en la película, logrando reflejar fuerza y sensibilidad al mismo tiempo dentro de su personaje, cuya dinámica se impone al compartir pantalla con Chalamet, donde esta dicotomía en su personalidad se suma a una subnarrativa de poder muy bien interpretada en sus manierismos, y con Norton, donde la dinámica cambia a una de respeto, ofreciendo más lados en el prisma de su personalidad.

Es interesante observar cómo los tres actores entregan sus líneas de forma diferente, y aquí entra en análisis el trabajo de su director nominado, James Mangold: más allá de la diferencia en la dirección de los actores, Mangold logra hacer de la fotografía, y por consiguiente de la película, un cálido retrato del Nueva York de los años 60’s, jugando con tonos fríos y calientes para abordar la ciudad como un personaje más, evolucionando al mismo tiempo en que los personajes lo hacen. Su mejor logro sería la narrativa cinematográfica con el movimiento de cámara, evolucionando de lo estático hacia lo eufórico al señalar la apertura en la personalidad de Dylan como artista. A pesar de ser un buen trabajo, esto no fue suficiente como para considerar a la película a Mejor Cinematografía.

La calidad técnica del sonido, por otro lado, es completamente destacable, especialmente con las mezclas de cada canción e interpretación en vivo, haciendo de estas escenas extremadamente disfrutables y vibrantes. El vestuario, por su parte, se apega a la época de forma colorida, desplegando una serie de atuendos atractivos a la vista y que ayudan a identificar la época y la personalidad de cada personaje, aunque, en esencia, tampoco destacan en comparación con otros nominados.

La adaptación del guion, basado en el libro “Dylan goes Electric!” de Elijah Wald, hace un buen trabajo en condensar, pero no necesariamente en contar, y aquí es donde se encuentra el mayor problema dentro del filme: la identidad sobre lo que quiere decir. Por un lado, Un Completo Desconocido aborda el ascenso de Dylan como estrella del folk music estadounidense, con la segunda mitad del filme cambiando por un enfoque sobre su evolución artística hacia la libertad creativa, la cual, en su momento, fue una revolución completa en el género musical, una incursión sin precedentes, precisamente con ayuda de los instrumentos eléctricos, que cambiaría por completo el panorama de lo que se considera folk music y redefiniría la carrera de Dylan hacia la leyenda que es hoy en día, y aunque suena fascinante en papel, especialmente cuando uno se entera del desafío de presentar algo así de nuevo en una época social y políticamente conservadora, en realidad el filme falla por completo en retratar la magnitud de los hechos, cometiendo los mismos errores que Bohemian Rhapsody (Dir. Bryan Singer, 2018): muchas personas, muchos sucesos, poco tiempo.

Al condensar una gran serie de encuentros, discusiones y procesos artísticos que marcaron la evolución de Dylan, la película queda con una serie de cameos al aire que se supone deben provocar una emoción en la audiencia como si se tratara del cameo de un superhéroe en un proyecto de Marvel, cortando directamente a los resultados de las interacciones sin construirlas en primer lugar. Esto provoca que muchos sucesos sean visitados rápidamente, como la sección de la participación de Dylan en la música de protesta durante la Crisis de los Misiles de 1962 y la Lucha por los Derechos Raciales de 1963, dejando un vacío que la audiencia rellena por lógica, pero que reduce el impacto emocional de la evolución creativa derivada de tales eventos.

Llegado el final, la audiencia – quizá la no nata del sur de los Estados Unidos y los ajenos a la importancia de Dylan en la historia musical – se queda con la idea de que esto es una breve crónica de un éxito más grande. Un pequeño cuento resumido sobre un logro que parece obvio, lo cual, lamentablemente, daña al filme por completo.

La máxima nominación, Mejor Película, llega más por la naturaleza biográfica de la película. A pesar de sus deficiencias, sigue siendo una historia que retrata una época difícil para los Estados Unidos con un optimismo celebrado hasta el día de hoy, resaltando los supuestos valores que encarna la nación desde siempre y los cuales aspira a mantener. Esta idea de una feel good movie se suma al hecho de que se trata sobre una leyenda viva, celebrando su trayectoria y su importancia en la historia – a pesar de que esta es contada bajo el control creativo de la misma, por lo que hay secciones censuradas u omitidas por varios y distintos motivos.

Al final, Un Perfecto Desconocido es una película que cumple con las cosas más simples y seguras para lograr una nominación al Oscar, presentando un pasaje en la vida de un gran artista que espera ofrecer parte de su inspiración y camino a las nuevas generaciones. Se trata de una buena propuesta cuyo puesto en los premios, quizá, pudo pertenecer a una película que tomar más riesgos o aprovechara más el medio que se le ofrece.

8/10