La visión del director griego Giórgos Lánthimos es una que se ha sabido filtrar y acomodar dentro de la máquina corporativa que es Hollywood, entregando, contra todo pronóstico en un calendario cinematográfico tapizado por grandes franquicias, metrajes de un carácter mucho más artístico que juegan con los aspectos más surrealistas y absurdos posibles dentro de narrativas nada convencionales en el imaginario contemporáneo, lo cual le ha hecho ganarse el amor y el repudio de críticos y audiencias que elevan sus obras hacia el Olimpo del cine, o las condenan hacia el purgatorio de lo pretencioso.

De manera reciente, Lánthimos ha estado en la mira de los medios y de las audiencias casuales gracias al éxito de sus últimas dos obras: La Favorita (2018) y Pobres Criaturas (2023), las cuales le valieron numerosas nominaciones en premiaciones importantes, como los BAFTA y los Oscar, en categorías técnicas, de actuación e incluyendo a mejor película; sin embargo, y esto ha sido un factor crucial en la existencia específica de Pobres Criaturas, existe un torbellino de cuestionamientos alrededor de las polémicas generadas por las narrativas y los visuales propuestos por dichas obras, llegando a ser denominadas como películas cuyo valor recae enteramente en el shock del momento bajo un trasfondo artísticamente vacío y de alta controversia ética-moral, mientras que también se defienden tales propuestas bajo la identificación de métodos simbólicos, retóricos y metafóricos que utilizan la incomodidad como vehículo narrativo para evidenciar y exponer un tema, un argumento o un dilema de valor etnográfico y relevancia actual, lo cual ha colocado a su nueva obra ante la gran expectativa de ser tan impactante y retadora como las anteriores o incluso ir un paso más allá.



Así llega a las salas de cine de arte mexicanas Tiempos de Gentileza. Dirigida por Giórgos Lánthimos (Pobres Criaturas, La Favorita), y protagonizada por Emma Stone (Birdman o la Inesperada Virtud de la Ignorancia, La La Land), Jesse Plemons (Los Asesinos de la Luna, El Poder del Perro), Willem Dafoe (El Faro, Spider-Man: Sin Camino a Casa), Margaret Qualley (Érase una Vez en Hollywood, Dos Tipos Peligrosos), Hong Chau (La Ballena, El Menú), Joe Alwyn (Las Dos Reinas), Mamoudou Athie (Elementos, Jurassic World: Dominio), Hunter Schafer (Euforia, Los Juegos del Hambre: Balada de Pájaros Cantores y Serpientes), y Yorgos Stefanakos.

En este viaje fuera de lo convencional seguimos el paso de tres fábulas distintas protagonizadas por el mismo reparto: La Muerte de R.M.F., donde Robert (Jesse Plemons), es un hombre que lo pierde todo y hará hasta lo imposible para recuperarlo bajo la impresión de su patrón, Raymond (Willem Dafoe); seguido de R.M.F. vuela, la historia de Daniel (Jesse Plemons) en su espiral hacia la locura tras cuestionarse sobre el retorno de Liz (Emma Stone), su esposa quien había estado perdida en el mar por meses; y finalizando con R.M.F. se come un sándwich, donde Emily (Emma Stone) y Andrew (Jesse Plemons) parten en búsqueda de un ser con poderes especiales que podría ser de beneficio para la secta dirigida por Omi (Willem Dafoe) y Aka (Hong Chau).

La película, como un colectivo de estas tres historias, se define a sí misma a la perfección, temáticamente hablando, por medio de su título, pues cada fábula toma como elemento central la exposición de tipos de gentileza que resultan ser brutales y sofocantes en la forma de plantearse, aplicarse y aceptarse, sin abandonar el significado literal y humano de la propia palabra, lo cual implica una pasarela de amabilidades retorcidas que resultan comprensibles dentro de su construcción narrativa.

Esta contrapropuesta de ideales, explícitamente presentada en pantalla, es lo que genera el diálogo entre la obra y la audiencia, cuestionando los límites que los personajes se ven constantemente empujando hasta un barranco emocional, donde reciben este escape, o solución, disfrazado de gentileza, la cual, expuesta en su versión más íntima, no es más que una relación basada en el control y el abuso desmedido que se aprovecha de la perspectiva del personaje central, cuya realidad se encuentra tan alterada y poseída por el sujeto en control que asume responsabilidades, decisiones y castigos como parte de la única vida que conoce y acepta, a pesar de que existen elementos dentro de la propia narrativa que rompen con esa fijación relativa. En este punto, es la audiencia la que se convierte en cómplice del abuso al ser testigo de la coexistencia de ambas perspectivas, atestiguando el proceso abuso-control, y finalmente aceptando la poca benevolencia como un suspiro de alivio en una realidad fatalmente inamovible.

Lo anterior aplica de manera puntual a la estructura narrativa de las tres historias, y es cuando estos elementos brillan en sus puntos de tensión más altos cuando la audiencia puede disfrutar una experiencia que logra atrapar, entretener y perturbar en un ritmo que se lee en ascenso hacia un clímax disruptivo que concluye en un punto de alto impacto que se aprovecha de figuras retóricas como el eterno retorno, la fatalidad y la ironía para nutrir su narrativa como elemento de fábula, implicando una pequeña ‘lección’.

Los puntos críticos en esas narrativas son existentes y disfrutables; sin embargo, llegar a ellos cuesta, y cuesta mucho. El ritmo es algo que Tipos de Gentileza no logra sostener de manera cohesiva, aportando un viaje lleno de momentos lentos que parecen alargar de más la narrativa en favor de planos que aluden a una importancia visual simbólica o de construcción psicológica para los personajes, y aunque es debatible el aporte de esos momentos a la dimensionalidad de la película, queda claro que muchos pudieron ser recortados en favor de una dinámica más favorable para las historias, o aplicar ese tiempo a verdaderos métodos retóricos que puedan sumar a la narrativa completa, pero si se pregunta el por qué de no hacer esto, la respuesta resulta sencilla, y es debido a la simpleza de lo que se quiere contar como intención en la película.

Tan simple como se exhibe en el título, así como queda más que claro a lo largo de las historias por medio de escenas concretas, Lánthimos no oculta la simpleza de su motivación, y aprovecha para reforzar cada argumento en cada una de las fábulas, cambiando únicamente el ángulo con el que se observa la situación, dando como resultado un triángulo compuesto por complementos temáticos arraigados al amor, la manipulación, y la fe, los cuales tienen una conexión íntima dentro de la historia y la psique humana desde el inicio de los tiempos; sin embargo, esta constante repetición temática es lo que gasta el ritmo de las historias, haciendo que cuando llegues al punto final, puedas identificar el ritmo esperado y adelantar, quizá, parte de la conclusión a la que se quiere llegar.

El ritmo, entonces, también afecta a la duración, provocando que esta pueda sentirse mucho más larga de lo que es, afectando la experiencia para pasar de ser parte de tres cortos efectivos a la sensación de experimentar tres películas en tiempo récord. Si bien la segunda historia, R.M.F. vuela, es la que menos sufre de este elemento, la primera y la última fábula son las que más evidencia aportan sobre este hecho, y son las que harían sentir a la película como un evento con un inicio interminable o un final exhaustivo.

La edición se apoya de la música y viceversa, y es esta simbiosis técnica, en correlación con el diseño sonoro, lo que aporta una atmósfera misteriosa y efectiva que nutre por mucho los momentos de tensión más altos y el clímax de cada historia, aportando, incluso, el mayor valor de apreciación, junto a la cinematografía, en los momentos más lentos del filme.

Si bien la cinematografía es bien lograda a nivel visual y técnica, así como la dirección resulta eficiente, estos también resultan ser los puntos más débiles de la película en general. Resulta raro ver una compilación antológica escrita y dirigida por una misma persona, y usualmente se busca que la antología se nutra de diferentes perspectivas para que cada historia pueda tener su propio valor, sus distinciones, su propia voz como producto artístico que aporte una particularidad en el gran esquema de la narrativa general, y si alguna vez te preguntas si esto es efectivo, Tiempos de Gentileza te dará la respuesta, pues mantener a Lánthimos como responsable de la identidad de estos tres mundos resulta en un tono unilateral que se mantiene restringido en sus propias leyes.

Resulta bueno tener un mismo lenguaje visual, color, iluminación, arte, movimientos de cámara, uso de lentes, entre otros, pero el mismo lenguaje no permite que las historias brillen por sí mismas. Existen escenas donde se destaca el valor de Lánthimos al estar repletas del estilo que lo caracteriza, pero más allá de ello se siente como desprovisto de la identidad que merece, y esto afecta, desgraciadamente, al nivel actoral del reparto.

Emma Stone, aclamada por su trabajo en Pobres Criaturas y La Favorita del mismo director, no explora todo su rango en la posibilidad de interpretar a tres personajes diferentes, aportando tonos de voz similares y estancados en una relativa serenidad analítica, lo cual contrasta muchísimo con el perfil de los personajes que se presentan a nivel narrativo: un ejemplo, contamos con una científica que regresa a casa tras un largo tiempo perdida y que trata de reconectar con su vida de manera urgente y en ocasiones atrabancada, y al mismo tiempo contamos con una enviada de una secta que busca un ser supremo que complemente su fe y compromiso para con su ‘familia’; claramente los personajes se leen como distintos, y resulta comprensible imaginarlos con actitudes radicalmente diferentes, pero Stone los entrega en un mismo tono que resulta incómodamente familiar entre sí, impidiendo el despegue completo de la empatía y el interés genuino hacia la generalidad particular de cada historia individual.

Willem Dafoe sufre del mismo dilema, aportando personajes en situación de control que no bajan de una caracterización carismática, al punto de que uno podría señalarlo como el mismo personaje en tiempos diferentes de su vida o en días diferentes de la semana con distinto vestuario.

Existe la posibilidad de elaborar sobre que esto es intensional, proponiendo que sí se trata de los mismos personajes en diferentes momentos, pero esto resulta rechazado al comparar las tres historias e intentar unirlas como un elemento tradicionalmente cohesivo, lo cual no brinda ningún resultado.

Jesse Plemons, por otro lado, destaca de manera espectacular dentro de la interpretación de sus tres personajes, pues él aporta una diferenciación en su tono de voz, movimientos, gesticulaciones, muletillas y acentos que se elevan gracias a los trabajos de vestuario, guion, maquillaje y volumen, entregando un verdadero prisma que resulta fascinante y divertido de observar, en especial cuando cada movimiento aporta una cara nueva. Plemons es el pilar de la historia en nivel técnico y narrativo, sosteniendo todo el trabajo de entregar una verdadera obra de tono antológico.

El resto del cast es completamente incidental. Sus aportaciones son relegadas a momentos precisos que aportan un mínimo a la dinámica en pantalla, lo cual se siente como un desaprovechamiento del talento reunido, y deja aún más a flote el tono unilateral con el que Dafoe y Stone fueron manejados.

La normalidad surrealista de cada mundo, construida y mencionada de manera artística y visual por medio de la edición y el diseño de producción, es completamente atractivo, perturbador y funcional, creando sus propios elementos mitológicos que ayudan al desafío de lo real y lo irreal, sumando, en ocasiones, una contraposición entre valores éticos y morales que ponen en jaque a la audiencia por solo el gusto, aparentemente, de incomodar.

Si bien el método de incomodar es efectivo para que la narrativa surrealista y absurda comunique sus ideales, como demostrado en otras obras de Lánthimos, aquí resulta un tanto cuestionable la motivación detrás de estas decisiones, tomando, por ejemplo, a la desnudez como bastión del cuestionamiento: si bien en Pobres Criaturas podemos encontrar una justificación simbólica y etnográfica respecto a la necesidad de mostrar escenas explícitas sobre el amanecer y descubrimiento sexual de los personajes, en Tiempos de Gentileza resulta inútil, pues estos momentos no suman a la narrativa a través de escalones metafóricos, plasmándose nada más como meras exhibiciones para atraer audiencia o cómo una cuota por parte del director para cumplir con un elemento que, recientemente, parece ser parte de su sello como cineasta.

Elementos como el anterior crean factores puntuales que construyen a los macroversos individuales, pero no necesariamente aportan a la narrativa simbólica a pesar de que estos sí sirvan como trampolín narrativo para llegar a un punto concreto a la trama, reduciéndose a métodos narrativos de último recurso con tal de avanzar hacia lo que debe pasar de una manera burda.

Finalmente, la conectividad entre historias puede notarse de manera magistral bajo el nivel temático, como descrito anteriormente con el tema de las gentilezas brutales, y a través de elementos temporales y conceptuales que se representa en escenas de blanco y negro, las cuales sirven como una ventana hacia el pensamiento y el tiempo pasado, creando una atmósfera reconocible que nos encamina a reconocer realidad de ficción dentro de estos mundos peculiares.

La conectividad física solo se representa en el cuerpo de un personaje, el propio R.M.F. interpretado por Yorgos Stefanakos, y quien es el único personaje recurrente dentro de las tres historias, funcionando como hilo conector a nivel visual. Este personaje no cuenta con una explicación concreta, y está allí como leña para el fuego que es el pensamiento de cada espectador de la película, apoyando teorías y debates que puedan mantener a flote el diálogo general sobre lo que sucede y representa; por otro lado, y a nivel sonoro, la canción Sweet Dreams de Eurythmics se establece como tema introductorio de la película y, de alguna manera, tema personal de R.M.F. y es en su letra donde podemos encontrar una relación explícita para con el tema y contenido de la película. Basta con leer la letra y aplicarla a la película para entenderlo.

Al final, Tiempos de Gentileza se presenta como una antología surrealista llena del característico absurdismo que forma parte de Lánthimos, lo cual puede significar que no haya ningún sentido que encontrar o descifrar, siendo que esta es una experiencia narrativa que funciona bajo interpretaciones personales en un solo hilo conductor evidente expresado sobre la dinámica, y lucha, entre los sujetos de control y los oprimidos. Pero si este es el caso, ¿entonces cuál es el propósito de atender a la obra?

Disfrutar. Sin duda la nueva película de Lánthimos continúa sobra la línea del disfrute y el incentivo hacia el pensamiento más el debate. Una oportunidad para realizar juegos mentales con el entretenimiento y entender al cine como el método artístico y complejo que puede llegar a ser bajo las manos correctas. Si bien existen niveles técnicos que no aportan a la experiencia en la mejor manera, Tiempos de Gentileza sigue siendo un complemento perfecto para los cinéfilos obsesionados con el significado simbólico de las películas y para todo aquel que quiera ver algo que, en su esencia más pura, solo sea diferente.

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