Realizar piezas de época resulta un reto mucho más complicado de lo que parece para cualquier medio artístico, intensificado, quizá, en medios como el audiovisual cinematográfico o televisivo, donde surge un intenso debate, cuyos extremos no deberían excluirse entre sí, sobre si mantener la fidelidad histórica o incrementar el valor del entretenimiento dentro del producto, esto bajo la presunción de que el apego al concepto espacio-temporal de una locación significa encasillarse en un realismo que entorpece una buena narrativa, aburriendo a la audiencia con datos y perspectivas culturales innecesarias que el espectador promedio no logra, o no quiere, comprender. O al menos así lo piensan públicamente los ejecutivos de grandes estudios de cine y cadenas televisivas con respecto al público estadounidense, lo cual, gracias a la globalización, dicta el tipo de historias y ritmos que el resto del continente americano, y gran parte del mundo, debe consumir.

A pesar de poder observarse como un pensamiento restrictivo, este tipo de agenda mediática ha dado a luz a varias películas famosas dentro del género de época, como Gladiador (Dir. Ridley Scott, 2000), Corazón Valiente (Dir. Mel Gibson, 1995), El Último Samurai (Dir. Edward Zwick, 2004), Apocalypto (Dir. Mel Gibson, 2007), 300 (Dir. Zack Snyder, 2007), entre otras, pero si algo tienen en común estas obras es que valorizan, ante todo, el entretenimiento a través de grandes batallas y luchas filosóficas e idealistas que, si bien mantienen una inspiración base en el elemento histórico que las inspira, son simplificadas para ser digeridas a través de estructuras narrativas mucho más familiares, y aceptables, para el consumidor promedio, lo cual sacrifica la concepción sociohistórica para ofrecer un mero reflejo de lo que es la cultura, lo cual, en esencia, no está mal como adaptación artística, a menos que promociones tu proyecto como una adaptación histórica, lo cual sucede la mayor parte del tiempo.

La búsqueda de la fidelidad por sobre el entretenimiento, en la actualidad, también ha llevado a un segundo malestar, donde el audiovisual se queda como una carta de presentación cultural que utiliza esta misma base como toda su identidad, asemejando un recorrido documental básico y olvidando contar una historia, ya sea a través de sus imágenes, personajes o diálogos, alegando la dignificación de una cultura ante el mundo sin siquiera poder capturar la esencia de esta.

Desde su anuncio en 2018, Shogun, entonces miniserie de FX, se mantenía en este péndulo de la adaptación mediática masiva, con su previa versión de 1980 siendo una demostración de cómo diluir una trama compleja en favor del entretenimiento cuando no se le tiene fe a la audiencia, incluso cuando el libro de 1975, escrito por James Clavell, demostró ser un éxito comercial y crítico. Afortunadamente, la existencia y popularidad de Juego de Tronos sentó las bases suficientes para demostrar que las audiencias estaban más que encantadas por que los duelos mentales y lingüísticos tuvieran el mismo peso de tensión y entretenimiento que una gran batalla entre ejércitos, por lo que solo quedaba la barrera cultural. ¿Lo habrán superado?

Así llega a las televisiones del mundo Shogun. Creado por Rachel Kondo (Morgenmagazine) y James Clavell (El Libro de la Selva, Top Gun: Maverick), y protagonizado por Hiroyuki Sanada (El Último Samurai, John Wick 4), Cosmo Jarvis (Peaky Blinders, Lady Macbeth), Anna Sawai (Rápidos y Furiosos 9, Monarch: Legado de Monstruos), Todanobu Asano (Midway, 47 Ronin), Takehiro Hira (Gran Turismo, Snake Eyes), Tommy Bastow (Exorcismus, The Crossing) y Fumi Nikaido (River’s Edge, Inuyashiki).

En esta historia de época, ubicada en una reinterpretación de Japón durante el fin del periodo Azuchi-Momoyama y el comienzo del Edo en el año 1600, seguimos al piloto mayor inglés John Blackthorne (Cosmo Jarvis) tras haber naufragado hasta las costas niponas y ser ofrecido como regalo para el poderoso Lord Yoshii Toronaga (Hiroyuki Sanada), quien rápidamente ve el valor de Blackthorne como pieza clave en la lucha de poder contra su rival Ishido Kazunari (Takehiro Hira), quien planea un nuevo futuro para Japón con la influencia de sacerdotes portugueses. Impulsado por la guerras religiosas y marítimas en Europa, Blackthorne acepta jugar su papel en la guerra junto a su traductora Toda Mariko (Anna Sawai), quien le asegura que, de jugar bien sus cartas, podrá regresar a Inglaterra.

Hay que decir las cosas claras: Shogun es una clase magistral de cómo escribir personajes con propósito, evolución, conflicto y deseos, los cuales conforman una imagen general tan fascinante como la perspectiva individual de cada uno, tomando como bases la inteligencia, la cultura y el lenguaje de cada uno para construirlos como sus propias armaduras y armas en un duelo tanto mental como poético que sujetan al espectador desde la primera secuencia y no le permiten respirar sino hasta el fin de la temporada, entregando diez exquisitos episodios de lo que ya es una de las mejores series de la década.



Cada personaje cuenta con una construcción meticulosa, tanto en el guion como en la interpretación de este, donde los actores son completamente libres de aportar su interpretación con tanta fuerza como sea necesaria y, lo mejor de todo, dentro de sus respectivos lenguajes, lo cual incrementa la calidad de la actuación, pues podemos observarlos en su elemento más puro.

Los diálogos son el arma por excelencia dentro de la historia, con palabras tan afiladas como katanas, donde cada expresión tiene un propósito multifacético, haciendo referencia a la emocionalidad del personaje, la situación a su alrededor y la perspectiva de la batalla política en general, lo cual aporta una perspectiva completamente diferente a cada escena en la que los personajes se encuentran dialogando, pues pasamos de solo observar cámaras estáticas a visualizar tableros de ajedrez que se mueven con dos o tres pasos de ventaja con respecto a la audiencia, lo cual añade mucho más misterio y suspenso a cada segundo de cada episodio.

En estos dos elementos, diálogos y personajes, se utiliza el elemento cultural como un catalizador de la historia en un nivel mucho más amplio, donde la presencia de españoles, portugueses e ingleses en el Japón feudal añade una serie de capas extra al conflicto de los personajes, estableciendo la urgencia de la nación del sol naciente por evolucionar y fortalecerse ante la amenaza de la exploración y la evangelización europea, cuyas semillas ya comienzan a germinar en algunos de los personajes y situaciones, manipulando como títeres algunas de las intensiones y perspectivas que impulsan al conflicto de la serie directamente desde su núcleo.

Es de esta manera en como la audiencia logra quedar enganchada de manera inicial bajo el atractivo del conflicto, el cual es presentado de manera magnífica durante su primer episodio, indagando capa por capa hacia las vertientes de la situación con ayuda de las perspectivas individuales, descubriendo la cultura como un elemento de resistencia al cambio forzado, a la conquista, hasta llegar a los elementos más emocionales e íntimos de la serie, los cuales son tan universales como la relación entre un padre y su hijo, la búsqueda del honor, la defensa del orgullo, y la dualidad entre el hambre y el miedo hacia el poder.

En aspectos técnicos, la cinematografía aprovecha cada uno de los sets al máximo, vistiéndolos con una iluminación e iconografía natural, cultural y de lenguaje visual que hace presión en la narrativa multifacética, lo cual implica que los colores dictan emociones y pensamientos, la ornamenta y los muebles tienen un propósito en su acomodo y uso más allá de lo que sucede como acción principal en pantalla, la iluminación ayuda a establecer un tema emocional específico, y las locaciones se trasforman en personajes dentro del juego de ajedrez, actuando como bastiones llenos de intencionalidad que representan el orgullo o la vergüenza de uno o varios personajes.

Esta meticulosa construcción alcanza al vestuario y maquillaje, los cuales evolucionan con la historia de manera concreta para calzar a los personajes como se debe en cada una de sus escenas para, nuevamente, brindar propósito narrativo y estéticamente fiel a la época.



El ritmo y la edición dentro de la serie son impecables, sujetando a la audiencia de tal manera que no pierdes el ritmo hacia situaciones aburridas, tediosas o que puedan sentirse como sin propósito alguno, estructurando cada uno de sus episodios en un sistema de tres actos de manera ascendente hacia una conclusión impactante, lo cual se repite de manera general para la estructura de 10 episodios, dividida en tres actos eficientes, claros y directos, enfocados con fuerza en saber lo que quieren contar y expresarlo.

Al final, Shgun es una obra maestra de la televisión contemporánea, lo cual le valió la victoria de 18 premios Emmy durante el 2024, asegurándole la producción de una segunda y tercera temporada que concluirán la historia por completo. Se trata de una obra llena de pasión por el arte, construida meticulosamente en cada una de sus decisiones con el afán de contar más que una historia, crear un testimonio, expresar una perspectiva fiel de un momento histórico sin abandonar la idea del entretenimiento, pero valorando lo que este debe ser, un elemento en servicio de la historia, y no al revés.

Diez episodios de genialidad pura y vertiginosa que no te soltarán en un maratón imperdible. Una verdadera joya.

10/10

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