La Palafoxiana es la biblioteca pública más antigua de México y de todo el continente americano.
Fue fundada el 5 de septiembre de 1646, gracias a la donación de cinco mil libros por parte del obispo Juan de Palafox y Mendoza, quien estableció que se dejara entrar a cualquier persona que supiera leer.
En un principio inició con una colección de cinco mil libros, pero con el paso del tiempo su acervo se fue incrementando gracias a las donaciones de los también obispos Manuel Fernández de Santa Cruz y Francisco Pablo Vázquez, así como a la incorporación de las bibliotecas de los colegios jesuitas.
Al día de hoy cuenta con 45 mil 059 volúmenes que datan de los siglos XV, XVI, XVII, XIX, XIX y la menor cantidad del XX. Entre sus obras más importantes se encuentran La ciudad de Dios de San Agustín (1475); la Crónica de Nüremberg, de Antón Koberger (1493), De Humani Corporis Fábrica, de Andreas Vesalio (1543) e Historia Verdadera de la Nueva España de Bernal Díaz (1632).
En 1981, fue declarada Monumento Histórico Nacional y en 2005, gracias a su variedad y riqueza bibliográfica, le mereció el título de Memoria del Mundo por la UNESCO.
Sin embargo, más allá de su impresionante colección literaria y su importancia histórica, la Biblioteca Palafoxiana está envuelta en una intrigante historia que ha perdurado a lo largo de los años.
De acuerdo con la página de Facebook Puebla Tradiciones, la leyenda dice que los libros sirvieron en épocas de la Colonia para ocultar túneles secretos, ya que en ese entonces existía una red de pasadizos que conectaba a las casas más antiguas con la Catedral y diversas iglesias del Centro Histórico.
Se dice que a mediados del siglo XVIII un velador oía ruidos, pero no se atrevía a investigar de dónde venían.
Una noche llegó a visitarlo un primo, y en el momento en que se escucharon los ruidos entraron a la biblioteca, movieron los estantes de donde provenían y descubrieron la entrada a un túnel que unía a la biblioteca con la iglesia.
Fue tanto su asombró que los hombres se adentraron al túnel y encontraron una gran cantidad de libros y estantes bajo llave. Al tratar de abrir estos registros, una fuerza sobrenatural se los impidió y no lo intentaron más.
Tiempo después se enteraron que estos grandes libros se encontraban custodiados por monjes fantasmas y los ruidos que se escuchaban todos los días eran murmullos y oraciones de los mismos.
Al día siguiente, el director de la biblioteca se enteró de lo sucedido y despidió al velador. De inmediato mandó a bloquear la entrada al túnel para que nadie pudiera conocer los secretos que esconde el lugar.
En la actualidad, los veladores que resguardan la biblioteca, dicen que aún se escuchan muchos ruidos y que la mayoría provienen de sus paredes. Otros aseguran que los fantasmas que vio el velador eran monjes que fueron encerrados para cuidar esos tesoros para siempre.