Estrenada en 1922, Nosferatu: Una Sinfonía del Horror, encapsula todo un capítulo y un proceso evolutivo en la historia de la cinematografía internacional. Dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau, el filme está catalogado como una adaptación no autorizada y no oficial de la novela de 1897 Drácula de Bram Stoker, además de ser una de las más grandes películas de culto y ser uno de los máximos estandartes del expresionismo alemán, donde se priorizaba una expresión artística subjetiva por sobre la representación de la objetividad, dando pie a narrativas hermético-metafóricas y analítico-constructivas que jugaban con los contrastes pictóricos y lumínicos, así como hacer uso de escenografías e historias onírico-esotéricas, para expresar la espiritualidad y el comportamiento humano.

En este contexto, la figura del ente titular, denominado como el Conde Orlok, es construido con un claro énfasis metafórico que también toma prestado del elemento folklórico original del vampiro y del romanticismo literario del siglo XIX, creando una serie de imágenes y conceptos que terminarían fundidos en el imaginario cinematográfico y en las mentes de las masas hasta transformarse en estereotipos: figuras altas, blancas, elegantes y anticuadas como símbolos del vampiro, castillos, sombras, oscuridad, movimientos rígidos, estacas, la muerte por la luz del sol, y mucho más.

A partir de aquí, la imagen del vampiro en el cine evolucionaría por varias etapas, manteniéndose por muchos años dentro del aspecto anticuado instaurado por las clásicas imágenes de Nosferatu y Drácula (Dir. Tod Browning & Karl Freund, 1931), hasta llegar a versiones modernas que se diversificarían dentro de los géneros del cine, creando vampiros en películas de acción, dramas, horror, suspenso, thriller psicológico, hasta finalizar en el concepto erótico-romántico que ha sido popular durante los últimos 20 años, encabezados por la iconografía de La Saga Crepúsculo (2008-2012).

Entra Robert Eggers, joven director que ha sabido destacarse en el medio a través de historias que hacen uso del horror folklórico, donde los elementos mitológicos y culturales se transmiten a través de los escenarios, la cinematografía, los personajes y la historia con tal de crear una atmósfera diegética que da credibilidad a la película, apoyándose de técnicas clásicas que evitan abusar del uso, o la revelación directa y clara, del ente o esoterismo titular con tal mantener ambigua la interpretación de un guion construido con un enfoque claro en lo que se quiere decir.

Con este trasfondo, el remake de Nosferatu, el cual tardó años en desarrollo a pesar de ser un proyecto pasional de Eggers, cuenta como una responsabilidad mayúscula para su director, pues declaró que sus dos máximos objetivos son regresar al elemento oscuro y aterrador del vampiro folklórico y desarrollar la historia en avenidas que habrían sido complicadas por los pensamientos de la época en la que fue desarrollada. ¿Habrá tenido éxito al traer a la vida una nueva perspectiva de un clásico indiscutible del cine?

Así llega Nosferatu. Dirigida por Robert Eggers (El Hombre del Norte, El Faro), y protagonizada por Bill Skarsgard (Eso, John Wick 4), Nicholas Hoult (El Menú, Jurado No.2), Lily-Rose Depp (El Rey, The Idol), Aaron Tylor-Johnson (Animales Nocturnos, Tren Bala), Emma Corrin (Deadpool & Wolverine, The Crown), Willem Dafoe (Tipos de Gentileza, Beetlejuice Beetlejuice), Ralph Ineson (El Caballero Verde, Resistencia) y Simon McBurney (El Conjuro 2, La Teoría del Todo).

En este tétrico cuento gótico, ubicado en la Alemania de 1838, seguimos la historia de Ellen Hutter (Lily-Rose Depp), una joven atormentada por la sombra de un ente vampírico conocido como el Conde Orlok (Bill Skarsgard). Cuando su esposo, Thomas Hutter (Nicholas Hoult), marcha ciegamente hacia una trampa en Transilvania, Ellen queda a merced del oscuro avance del vampiro, quien no se detendrá hasta hacerla suya.

La identidad de la película es por mucho fascinante, ya que se construye desde la inspiración del expresionismo alemán de la original, evocando una serie de secuencias ricas en simbología, iconografía y en lecturas retóricas arraigadas al folklor y a la metáfora del comportamiento y la psicología humana, lo cual se une por medio de una historia cuyo foco principal es el desarrollo de un macabro triángulo amoroso fuertemente sedimentado en las dinámicas de poder, abuso y en el pesar de la melancolía nacida de la soledad.

A esta estructura, Eggers le suma los elementos literarios – tanto en concepto teórico como en ejecución artística – de lo gótico y el romanticismo, lo cual implica un desarrollo temático de la historia enfocado en la pasión como núcleo del pensamiento y de la acción de los personajes, creando dinámicas entre ellos donde se rivaliza su propio individualismo representado en creencias que los alejan o acercan a los conceptos divinos y diabólicos manejados en la época, agregando una estructura abundante en el drama romántico, donde combina de manera magistral lo trágico y lo cómico.

El recurso literario del que más hace uso Nosferatu es, sin lugar a duda, el erotismo larvado, el cual construye una atmósfera de misterio y oscuridad donde se esconden conflictos amorosos e impulsos sentimentales y /o físicos oscuros y mal resueltos, colocando como piezas angulares a los arquetipos de la doncella y el tirano, donde la primera es una imagen femenina pura y admirable cuyos instintos amenazan con dominarla u oprimirla, mientras que el segundo es una figura de autoridad que demanda la impureza de la doncella a través de un acto inadmisible.

Eggers utiliza esta estructura como medio principal para retratar la dinámica entre Ellen y el Conde Orlok, influyendo por completo en la construcción del vampiro como personaje y vehículo narrativo en la historia.

El vampiro, entonces, es abordado como una representación física del deseo y la decadencia, el hambre del alma bajo la opresión del cuerpo y del tiempo, una retorcida y oscura respuesta del infinito sobre la inmortalidad nacida en el vacío, el punto máximo del hedonismo – puesto que el vampiro es un ser que lo tuvo todo en vida y se niega a morir para embriagarse en el exceso de la carne y de la sangre –. Se añade la construcción folklórica e histórica de Orlok en esta nueva versión, donde su físico y vestimenta hacen eco de los Cosacos del Siglo XVII, estableciendo un contexto histórico que suma brutalidad, violencia y exceso a la caracterización, lo cual se expresa por completo en la actuación física y vocal de Bill Skarsgard como el ente titular, creando una gran aura de presencia que se roba cada escena en la que se presenta.

Los elementos de horror folklórico, marca personal de Eggers como director, no se encuentran tan enfatizados como en algunas de sus películas anteriores, sin embargo, logra dar un paso adelante en la evolución de su método, pues el folklor se mezcla a la perfección con el diseño de arte y la dirección de las escenas, creando una doble narrativa que expande el desarrollo de la maldición vampírica por medio símbolos, tradiciones y costumbres oriundas de la región eslava de Europa que, al descifrarlas, crea toda una nueva experiencia y significado para la película.

La cinematografía es completamente espectacular, embellecida por una serie de técnicas de iluminación que priorizan la ilusión de la luz de luna, creando una estética azulada llena de tonos fríos y tétricos que enaltecen el manejo de sombras, haciéndolas mucho más profundas. Se destaca el manejo de la cámara como un método geométrico, utilizando los sets únicamente en movimientos rectos de derecha a izquierda, al frente y atrás, y arriba hacia abajo, creando la ilusión de un laberinto dentro del dominio de Orlok, quien es magníficamente manejado como un ente que no necesita ser revelado por completo para dominar los espacios; la cinematografía lo maneja como una monstruosidad, un engendro que no debe ser visto y cuya oscuridad es suficiente como para extender su poderío sobre todos.

A diferencia del filme original, esta versión construye al personaje de Ellen como su vehículo principal, profundizando en su personaje, en sus dinámicas con su alrededor, y en el proceso psicológico de la melancolía y la soledad como causa y consecuencia de la presencia vampírica. Su desarrollo es vital para la historia, creando un elemento distintivo muy atractivo que encaja a la perfección con la dinámica temática que Eggers propone; sin embargo, es en su actriz, Lilly-Rose Depp, donde se encuentra uno de los elementos más cuestionables de la película.

Mientras que Bill Skarsgard, Nicholas Hoult, Willem Dafoe, Emma Corrin, Ralph Ineson y Simon McBurney mantienen un nivel perfecto en sus actuaciones, son Lilly-Rose Depp y Aaron Tylor Johnson quienes cuentan con momentos cuestionables, pues sus actuaciones, especialmente en cuestión de acentos, gesticulación y entrega de líneas, puede parecer como exagerado o fuera de tono, casi como si se tratara de una representación teatral. No rompen con la experiencia completa del filme, pero sí es notable cuando el cast se encuentra completo en pantalla.

Finalmente, Nosferatu cuenta con un ritmo tanto rápido como lento, siendo impresionante como abraza de manera fiel el texto original de Drácula de Bram Stoker y lo combina aún más con lo que hizo único al clásico de 1922, añadiendo sus propios matices para recrear una versión actualizada y eficiente del relato, con espacio para su propia interpretación.

De esta manera, Nosferatu es una película fascinante, llena de interpretaciones y discusiones que van desde lo esotérico hasta lo histórico, pasando por el horror, el romance y el reflejo de las pasiones. Con una atmósfera oscura y densa, se trata de una historia clásica que ha sido actualizada de manera inteligente, entretenida e interesante, manteniendo el respeto por las obras originales y dando su propio estilo para iniciar nuevas y emocionantes discusiones.

Un retorcido cuento gótico que no se pueden perder en la pantalla grande.

9.5/10

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