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Longlegs: Coleccionista de Almas

Cine de horror contemporáneo aderezado a la perfección con métodos de la vieja escuela

Foto: Especial
30/08/2024 |17:09Erick López |

La historia del cine de horror hollywoodense se puede resumir en seguir tendencias, lo cual resulta sencillo de identificar si se traza el camino del género cinematográfico desde la década de los 70’s, donde el slasher y las posesiones eran la novedad ante la introducción de un imaginario sociohistórico estadounidense plagado de asesinos seriales y cultos esotéricos. Los 80’s abandonaron la imagen de una amenaza enteramente humana por un elemento completamente sobrenatural que comenzaba a jugar con la abstracción de ideas y conceptos respecto al cielo, el infierno, el destino y la mente; los 90’s antagonizaban las concepciones humano-monstruo en un reflejo del bien contra el mal mucho más tradicional, sin necesidad de hacer compleja la lectura de una historia con algún subtexto retórico, concluyendo en la tendencia de los 2000’s de simplificar el género a filmes de entretenimiento rápido que basaban su popularidad en qué tan sangrientas o impactantes podían ser.

Al mismo tiempo, la introducción del imaginario criminal al ojo público desde los 70’s, provocó un gran impacto dentro de la cinematografía estadounidense en la forma de una ola estilística y de género que no se presentó de manera concreta sino hasta veinte años después, durante el periodo de los 90’s y la primer década de los 2000, a través del movimiento neo-noir, donde se exponen a los arquetipos de personajes policiacos a la cruda y violenta naturaleza criminal dentro de un escenario sofocante, realista y pseudo cotidiano, estableciendo un laberinto mental que hace hincapié en el proceso psicológico, técnico y motivacional del crimen, construyendo al culpable bajo la silueta de un monstruo que resulta la antítesis del héroe en un contexto donde la moral es, usualmente, un tema de debate central para la trama.

El Silencio de los Inocentes (Dir. Jonathan Demme, 1991), Fargo (Dir. Joel & Ethan Coen, 1996), Seven y Zodiaco (Dir. David Fincher, 1995, 2007) son algunos de los más grandes exponentes de cómo el neo-noir comienza a coquetear con las antiguas abstracciones del horror setentero y ochentero para nutrir los perfiles de sus criminales, elevando sus características hasta un punto casi sobrenatural, donde el análisis de los crímenes resulta metódico y significativo, plagados de simbolismos para que el filme realmente exprese lo que busca decir como método artístico.

Entrada la década de los 2010’s, el cine de horror comienza a evolucionar hasta lo que es hoy en día: una ventana de oportunidad para la expresión de conceptos abstractos que involucran el cuestionamiento y la crítica de la realidad, la psicología y el comportamiento humano individual y social en una galería de posibilidades que no se apena de utilizar conceptos folklóricos, religiosos, fantasiosos, realistas o surrealistas, a veces todo en uno, para expresar su voz temática, aprovechando, en ocasiones, el soporte de otro subgénero para balancear sus conceptos en una propuesta mucho más sólida. Dicho esto, ¿qué se obtiene de combinar el horror contemporáneo con el neo-noir?

Así llega a los cines nacionales Longlegs: Coleccionista de Almas. Dirigida por Osgood Perkins (Gretel & Hansel, Soy la Cosa Bella que Vive en esta Casa), y protagonizada por Maika Monroe (El Extraño, Día de la Independencia: Contraataque), Nicolas Cage (El Hombre de los Sueños, El Peso del Talento), Blair Underwood (Gattaca: Experimento Genético, Impacto Profundo) y Alicia Witt (Twin Peaks, Vanilla Sky).

Ubicada en los años 90’s, seguimos la odisea de la agente especial del FBI Lee Harker (Maika Monroe), y su compañero y jefe, el Agente Carter (Blair Underwood), en su búsqueda por atrapar a Longlegs (Nicolas Cage), un elusivo asesino serial ocultista que se encuentra en la víspera de cumplir con su último gran cometido a órdenes de un poder superior.

Longlegs funciona de una manera tan eficiente debido a su gran implementación de montaje y edición, el cual es introducido en pantalla desde el primer segundo con un fantástico trabajo que combina las decisiones estéticas para establecer una atmósfera con una narrativa simbólica que te engancha directamente, y es en estos primeros segundos donde se introduce el nivel simbólico que se manejará a lo largo de la película, al menos en un nivel narrativo bajo términos de lenguaje cinematográfico.

Siendo más específicos, y sin detalles de spoilers, nuestro primer cuadro introduce un aspecto ratio 1:1 completamente rojo con esquinas curvas, similar a los frames de cámara como se utilizaba en el Super 8 de los 70’s, el cual pasa por una transición a imagen de película, aún en el mismo formato, bajo un efecto de revelación. Si bien esto parece mundano, estos segundos establecen una simbología con base en el revelado fotográfico oriundo de la vieja escuela, con el color rojo – además de tener una connotación diabólica propia del núcleo de la historia como película de horror – haciendo referencia al color de los cuartos de revelado, con la imagen apareciendo en pantalla justo como sucede en los celuloides tras pasar por el baño químico. De esta manera, y en segundos, la película establece la época, el diseño artístico, el tono, el ritmo y el nivel retórico, especialmente tras delegar a la siguiente secuencia con una transición de formato impecable a un aspecto ratio de 2:35:1, el cual resulta más tradicional como formato moderno de presentación.

A partir de aquí, las decisiones de montaje van completamente de la mano con la edición, nutriéndose bilateralmente a lo largo de toda la película. El nuevo formato 2:35:1 nos establece el mundo real, delegando al cuadro 1:1 como un método eficiente para implementar recuerdos y revelaciones propias de un tiempo pasado, atestiguadas, además, como si fueran evidencia genuina expuesta no solo ante los personajes, sino ante la audiencia.



En este proceso, más notorio dentro de los créditos iniciales, pero más efectivo dentro de la narrativa de su segundo acto, Longlegs se jacta de utilizar una edición intermitente donde expone imágenes perturbadoras e insertos – esto último refiriéndose a tomas en primerísimo primer plano de objetos y locaciones para fomentar la importancia simbólica o física de detalles específicos – a manera de mensajes subliminales que establecen el estado emocional y psicológico de los personajes, al mismo tiempo que revelan información al espectador acerca del gran misterio general dentro del filme.

En ningún momento la película abusa de estos métodos cinematográficos, lo cual hace mucho más efectivos los momentos donde son utilizados, destacando aún más el diseño milimétrico con el que fue establecido el montaje del filme, pues cada acto se encuentra perfectamente arreglado en secuencias que no hacen más que aumentar la tensión paso con paso, haciendo que la duración de la película sea completamente fugaz y satisfactoria.

El color es un elemento de suma importancia e identidad dentro de la película. Cada secuencia que cuenta con la historia ubicada en los 90’s mantiene un tono cálido y frío característico del cine neo-noir de la misma época, haciendo un eco de los métodos implementados por las atmósfera sofocantes, sucias y retorcidas que ayudan a establecer el tipo de mundo al que se enfrentan los personajes. Este método usualmente es implementado sobre el contexto de ciudades, donde resulta más sencillo jugar con la opresión visual de las urbes para establecer aún más el peso de la realidad de los personajes, por lo que utilizarlo de manera efectiva en Longlegs resulta mucho más especial, evocando lo hecho por Fargo al utilizar la espacialidad y la soledad como método simbólico de la opresión psicológica ante un evidente distanciamiento físico entre el mundo y los protagonistas como detectives. El frío, en este mismo aspecto, juega el papel del calor, haciendo que la suciedad se estanque, los espacios se reduzcan, las arboledas crezcan como sombras tenebrosas, y el tono emocional se mantenga alineado hacia un claro ritmo de emociones, y hechos, duros y reprimidos.

Transportado a las secuencias de los 70’s, el color aprovecha la época y eleva los colores hacia tonos más vivos, utilizando sombras, luces cálidas y la ambientación natural fría de los sets como método para reprimir el tono completo de los colores y mantenerlos en fila con las secuencias de los 90’s. Estos, como método narrativo para hablarnos sobre cómo los personajes notan el pasado a sabiendas de la oscuridad que acechaba desde entonces, resulta en un deleite visual digno de reconocimiento.

El diseño de producción y el trabajo del departamento de arte también brillan en la totalidad de todas las secuencias, apoyados de manera excelente por una iluminación que sabe aprovechar cada diseño de interiores con tal de provocar sombras que para nada resultan intrusivas en la fotografía. No existen los puntos ciegos dentro del metraje, ni siquiera los espacios mal aprovechados que asemejen manchas en medio de la toma, y en caso de que algún punto pueda parecer como uno este es rápidamente revelado como un método narrativo distinto, aportando algo nuevo a la toma.

El maquillaje es efectivo, pero no resalta de la mejor manera dentro de toda la película, y esto, al parecer, es un problema de presupuesto. Todas las escenas que involucran algún tipo de crimen gráfico son manejadas de manera espectacular con ayuda de la iluminación y un buen manejo de cámara, así como se utilizan muñecos para aumentar el realismo con ayuda de efectos prácticos que replican el aspecto setentero de la producción.

Sin embargo, el maquillaje de antagonista, Longlegs, palidece en algunas de sus escenas finales, y esto es debido al tipo de luz implementado. Nicolas Cage se somete al uso de prostéticos para el rostro bajo una pálida máscara de maquillaje blanco que ayuda a resaltar una apariencia bestial bastante efectiva bajo la luz cálida de las lámparas características de los 70’s, pero cuando se encuentra bajo la luz fluorescente más propias de los 90’s, el maquillaje cae aún más pálido, revelado como una máscara abultada que, en ciertos ángulos, parce no ajustarse bien al rostro del actor. Si bien no se trata de un elemento que rompa con la narrativa, es un detalle que, de ser percibido, es difícil de no señalar.

El guion de Longlegs, por su parte, es completamente sólido, ofreciendo una estructura detectivesca familiar al género del neo-noir, pero agregando a la mezcla el factor de horror contemporáneo, donde el perfil del asesino se nutre del planteamiento sobrenatural para engrandecer su imagen durante su cacería. Este elemento demoniaco añade una capa extra a la experiencia, resultando genuinamente incómoda y aterradora, pero no se atreve a ir más allá de la idea conceptual, y es aquí donde el filme se topa con su más grande problema: construye en sí misma una serie de expectativas muy difíciles de cumplir.

Al jugar con la iconografía religiosa y demoniaca desde el primero minuto, Longlegs promete una cacería intelectual peligrosa al más puro estilo de El Silencio de los Inocentes, pero esto jamás va más allá de presentar el reto como algo que los personajes deben superar, resolviéndose la manera más simple y estática posible, siendo el único momento donde los personajes son ayudados por el guion de manera evidente. La iconografía jamás llega a la pantalla a pesar de contar con escenas sugerentes, y la poca recibida no trasciende a sumar al misterio, sino que se queda como un mero detalle que agrega elementos siniestros al perfil de Longlegs como personaje, pero esto, incluso, no es manejado de la mejor manera, abandonando al asesino como un vehículo narrativo sin mucha profundidad, aunque puede que en la simpleza de su actuar se encuentre la maldad que se busca evocar.

Cinematográficamente hablando, la fotografía es hermosa de apreciar. Se utiliza una serie lentes de alta apertura para dejar entrar la mayor información posible al contar con el encuadre de 2:35:1, lo cual deja a la observación del público todo rincón posible de cada locación, añadiendo peso a la tensión cuando se espera que algo, o alguien, se asome por cada esquina, espiando a los personajes, lo cual se nutre de la excelente decisión por utilizar profundidad en las tomas. Cuando la cámara cambia al encuadre 1:1, la toma mantiene una distancia espectacular, permitiendo que el cuadro no sea una limitación, sino una nueva forma de narrativa para expandir el punto de visión verticalmente, manteniendo un objetivo central que ayude al espectador a seguir la acción.

Si existe un punto negativo en la fotografía, resulta en lo similares que son algunas tomas en comparación con otros filmes neo-noir, y esto también es aplicable al diseño de sets, vestuario y color, pues algunas secuencias evocan a momentos clásicos de El Silencio de los Inocentes, arriesgando a que el espectador reconozca y aprecie el trabajo de la película de 1991 a expensas de reducir el impacto visual y narrativo de Longlegs.

En términos de actuación, Maika Monroe realiza un excelente trabajo a través de un arco emocional que la lleva desde la monotonía hasta la expresión multifacética, agregando una excepcional gesticulación situacional que ayuda a elevar las situaciones hórridas y tensas.

Su relación con el personaje de Blair Underwood mantiene todos los tintes clásicos de lo que debería ser una pareja de policías clásica en el cine neo-nor, con Underwood aportando una voz dura, pero justa, plantada en la razón, con la experiencia asomando en sus ojos y movimientos para guiar a la recién llegada Monroe. Sin embargo, esta relación nunca termina de despegar por completo, quedándose en los pequeños esbozos que son apenas reconocibles ya que se han visto en otros filmes más complejos a nivel de relación y desarrollo de personaje, como sucede con Mills y Somerset en Seven.

Nicolas Cage va por todo lo alto en su interpretación como Longlegs. Sus ojos, el movimiento frenético de su cuerpo, así como el uso del rango de su voz ayudan en la construcción de un ser completamente rabioso e impredecible, lo cual contrasta y balancea a la perfección la dinámica entre él y los detectives. Pero quien se lleva la mejor actuación en la película es, sin duda, Alicia Witt, quien interpreta una mujer nerviosamente serena y al borde de su cordura en todo momento, dominando cada escena como el personaje a vigilar y temer. Su presencia, así como su entonación, agrega al prisma de Longlegs un tono único que ayuda a disfrutar todos los métodos en pantalla.

El punto más dañino de Longlegs quizá sea su duración, pues con 101 min. existen temas y secuencias que se quedan cortas en su desarrollo, dejando a medio camino la construcción de dinámicas y conceptos que habrían elevado a la película a un estatus de clásico moderno. Resulta entendible esta limitación dada su naturaleza como película independiente, pero habría sido fascinante ver una versión más larga que tuviera la oportunidad de irse por todo lo grande.

Al final, Longlegs: Coleccionista de Almas es un ejemplo asombroso sobre como utilizar diferentes géneros y subgéneros para ofrecer una amalgama única que sabe como manejar sus propuestas a nivel técnico y artístico para entregar un producto redondo y significativo.

Un deleite del horror contemporáneo con su propio giro que evoca a la vieja escuela para aderezar una historia conocida y llevarla a un nuevo nivel con su propia identidad y propuesta, estableciendo una serie de propuestas que podrían ser valoradas de mayor manera en el futuro. Un claro ejemplo de cómo el cine independiente llega a mostrar la verdadera pasión detrás de la realización cinematográfica.