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La Trampa

Un caballo de un solo truco arruinado por su propio marketing

Foto: Especial
09/08/2024 |13:36Erick López |

Hablar sobre M. Night Shyamalan, director de La Trampa, es un tanto complicado. Resulta innegable resaltar el talento que emana como cineasta desde su debut en 1992 con Playing with Anger, donde fue celebrado como director independiente al evocar una voz íntima en un filme que actuaba como retrato personal, el cual lo colocó en los ojos de los grandes estudios que, con el tiempo, le otorgaron con brazos abiertos la libertad creativa suficiente como para entregar clásicos modernos del cine de horror y de misterio como El Sexto Sentido (1999), Inquebrantable (2000), y Señales (2002).

Fue a través de estos proyectos donde su estilo dejó huella en la industria cinematográfica de inicios del Siglo XXI, estableciendo un movimiento de cámara personal, iluminación reconocible como firma, un estilo específico para la caracterización y los diálogos, y mejor aún, instaurando una estructura narrativa que podía llamar propia: construir toda una historia con tintes macabros, siniestros, incómodos y fantasiosos – aun cuando el mundo donde jugara se sintiera aterrizado en la vida real – que giraran en torno a una espiral de preguntas interminables hasta explotar en una gran revelación durante el tercer acto. Sin embargo, con lo funcional, eventualmente llega la comodidad, y con ella el conformismo amenaza con tomar posesión del talento.

La Villa (2004), La Dama del Agua (2006), El Fin de los Tiempos (2008), El Último Maestro del Aire (2010), Después de la Tierra (2013) son todos ejemplos de un abuso constante por parte de Shyamalan sobre su propio estilo, intentando emular la magia que lo había catapultado al éxito instantáneo, dejando todo el peso argumental de la película sobre los hombros de la gran revelación, llegando al punto de que sus filmes se convirtieran en una parodia personal en donde la audiencia ya solo esperaba el gran remate de la película para pasar a lo siguiente. Entre esta oscuridad creativa se asoman La Visita (2015), Fragmentado (2016), y Glass (2019), las cuales demostraron que aún existía esta gran chispa personal dentro de Shyamalan, mientras que Viejos (2021), y Llaman a la Puerta (2023) ofrecieron una extraña amalgama entre lo peor y lo mejor del cineasta. ¿Qué nos depara su nuevo proyecto?

Así llega a las salas de México La Trampa, dirigida por M. Night Shyamalan y protagonizada por Josh Hartnett (Pearl Harbor, 30 Días de Noche), Ariel Donoghe (Blueback: Una Amistad Profunda), Alison Pill (Vice, Medianoche en París), Hayley Mills (Operación Cupido, Foster) e introduciendo a Saleka Night Shyamalan en su primer rol como actriz.

La película sigue la historia de Cooper (Josh Hartnett), un relajado padre de familia que asiste con su hija Riley (Ariel Donoghe) al concierto de la famosa Lady Raven (Saleka Shyamalan), solo para descubrir que el evento es una gran trampa implementada por el FBI para atrapar al asesino serial denominado como El Carnicero, quien resulta ser el propio Cooper en persona. Acorralado, Cooper deberá encontrar una manera de evitar a los agentes de la doctora Josephine Grant (Hayley Mills) y llegar a casa con su esposa Rachel (Alison Pill) sin exponer su doble vida criminal.

Sí, existe un spoiler gravísimo dentro de la anterior sinopsis, y este fue levantado como principal estandarte por parte del equipo de marketing de la propia película, siendo este, precisamente, el problema más grande que afronta como producto, pues esta sorpresa, revelada durante los primeros diez minutos de la película, se mantiene como un pilar fundamental dentro de la experiencia, dejando un sabor agridulce cuando te das cuenta que aquí se encontraba el único punto de tensión genuino que podía impulsar todo el drama del filme.

La propuesta de la película más allá de los primeros minutos es, sin duda, extremadamente interesante en el papel, pues nos invita a cuestionarnos cómo reaccionaria un criminal violento al descubrir que se encuentra a punto de ser desenmascarado en una posición tan frágil como lo es públicamente e involucrando su vida personal como ‘hombre común’. El guion, en este primer cuarto de la historia, hace un gran trabajo en construir la figura de ‘El Carnicero’ sin la necesidad de mostrarnos la violencia de sus crímenes, sino que es a través de diálogos y comentarios de fondo como se nos va estableciendo el nivel de amenaza del sujeto, lo cual es reforzado con el montaje de las fuerzas policiacas asegurando, poco a poco, el escenario del concierto, asemejando a una serpiente enroscándose sobre su presa, construyendo a la perfección la idea de una trampa inescapable.



De esta manera, cobra completo sentido el hecho de agregar la gran revelación durante la introducción de la película, pues resulta instantánea la burbuja de tensión y el misterio de lo que sucederá bajo este conocimiento, estableciendo el enfoque en la imagen de un león enjaulado que podría ser mucho más peligroso cuando verdaderamente amenazado, y es aquí donde la gesticulación por parte de Josh Hartnett en el papel de Cooper se vuelve fundamental, pues podemos observar los primeros indicios de su verdadero ser detrás de la máscara del padre compasivo.

Sin embargo, casi nada en la película coopera para soportar la atmósfera y contrabalancear la personalidad de su protagonista, pues la audiencia rápidamente se topa con un personaje inteligente y peligroso nadando en un mar de personajes secundarios que rozan con lo caricaturesco y que solo se encuentran allí para ofrecer dos cosas: exposición constante y métodos de escape.

En cuestión de narrativa visual, la película hace un gran trabajo al establecer varios posibles caminos de escape para Cooper, cada uno resaltado con su propia dificultad y claras consecuencias, acompañados de una gran actuación silenciosa por parte de Hartnett para indicar la presión de la decisión sobre sus hombros, invitando a la audiencia a comenzar a preguntarse de lo que es capaz el personaje, pero la duda no va más allá de un breve planteamiento, pues en cada ocasión se ofrece en bandeja de plata una solución sencilla disfrazada de coincidencia a través de personajes que, como si se tratara de una interacción en un videojuego, no paran de vomitar información vital sobre la trama y el espacio donde esta sucede al propio Cooper, construyendo, detalle a detalle, un mapa de la situación alrededor de él, dejando muy poco que ofrecer a la audiencia en lo que se supone debería de ser una gran misión de escape que desafíe la mente de Cooper y nos ayude a descubrirlo como personaje en el proceso.

De esta manera, Cooper asemeja el movimiento de un personaje activo dentro de la trama, impulsándola paso a paso para llegar a su objetivo; sin embargo, esto no es más que un engaño narrativo, pues muchas veces es la propia trama la que coloca las vías de escape frente a él, dejando a todos los demás como meros espectadores de un juego que parece tener solo un jugador.

Todo lo anterior, desgraciadamente, se vuelve completamente evidente durante el tercer acto de la película, el cual amenaza con volverse tedioso y se establece como un epílogo malogrado que se extiende por más tiempo del que debería.

El gran truco de la película – un asesino buscando su escape de una gran trampa – termina en el segundo acto del filme, dejando esta última parte como una posible oportunidad para reinventarse y sorprender a la audiencia con su resolución; desafortunadamente, la película decae en ritmo hacia una serie de tres clímax diferentes uno detrás del otro, cada uno ofreciendo un supuesto cierre que termina deshecho por el siguiente en una espiral de supuesto suspenso que termina con un cliffhanger nada satisfactorio, regresándonos al mismo punto de hace dos clímax, creando la pregunta de la necesidad de una narrativa de ese estilo.

En términos de actuaciones, Hartnett realmente lo hace de manera eficiente, iniciando con una caracterización carismática que ofrece confianza y seguridad, creando matices dentro del personaje a medida que el filme avanza para revelar la verdadera cara del lobo bajo la piel de oveja. Es la gesticulación maniática y frenética rumbo a la recta final lo que realmente ofrece una experiencia entretenida al verlo en pantalla, pues el contraste que ofrece resulta creíble y amenazante; sin embargo, el diálogo, la interacción con otros personajes, y la construcción psicológica del personaje dejan mucho que desear, recordando a las técnicas de escritura que Shyamalan utilizaba en la primera década del 2000, donde los personajes no se sentían como verdaderos seres humanos y parecían solo repetir tarjetas específicas entregadas en el día de la grabación; de igual manera, el perfil psicológico brilla por su simpleza, haciendo que el personaje no sea interesante por quien es, sino por quien lo interpreta.

Por su parte, Donoghue, quien interpreta a la hija de Cooper, realmente efectúa el papel sin pena ni gloria, resaltando en pequeños momentos donde la interacción padre-hija brilla por una naturalidad que se nota por parte de la química de los actores. Esto, por otro lado, no sucede con Mills y Pill, quienes solo hacen acto de presencia a manera de meros puntos narrativos necesarios para mover la historia, pero no para nutrirla.

Lo anterior realmente lastima al personaje de Mills, la doctora Josephine Grant, quien es construida como la gran antagonista de Cooper en cara hacia un posible enfrentamiento mental al final de la película. Una figura autoritaria y de presencia activa que parece estar siempre un paso delante de Cooper, descifrándolo hasta en el más mínimo detalle y jugando en el rol del gato dentro de esta gran trampa, pero que al final no tiene más que unos minutos de participación en pantalla y que no aporta nada más que un contexto que resulta innecesario ante la forma en la que se desenvuelve la historia.

Saleka Shyamalan, por su parte, ejecuta una interpretación un tanto mediocre en su debut, pero brilla como la estrella detrás del soundtrack original de la película, el cual cuenta con más de catorce canciones que podrían ser un éxito comercial en su propio rubro. Un verdadero talento que podría crecer de ser bien cosechado.

En términos técnicos, la película juega todo el tiempo de forma segura, con el único detalle importante siendo la iluminación sobre le personaje de Cooper, quien recibe un atractivo trazo siniestro que crea sombras de tensión sobre su rostro.



La cinematografía no tiene nada de la energía que Shyamalan alguna vez ofreció en sus películas, mostrándose completamente estática durante varias de las secuencias, desaprovechando la creatividad de jugar con el escenario durante el concierto para ofrecer imágenes únicas. La edición, en este sentido, también falla, pues no se atreve a jugar con los ritmos de la música, o implicar la letra de esta para sincronizar temas, pensamientos o acciones de los personajes, abandonando una excelente banda sonora a un punto en el que ningún soundtrack debería estar: ruido de fondo.

Al final, La Trampa resulta ser un intento por revolucionar la formula de Shyamalan mientras mantiene todos los puntos reconocibles que lo hicieron famoso, fracasando en el proceso ante un serio problema de técnica que amenaza con regresar al director a su peor época a pesar de un periodo en donde demostró ser capaz para mantener el legado y la calidad que su nombre aún implica en las mentes de los cinéfilos.

Un nuevo e interesante concepto cuya ejecución cae de manera estrepitosa al no tener el cuidado de construir y mantener una atmósfera específica y coherente, pensando, nuevamente, que el nombre de Shyamalan será suficiente para impulsar su éxito. Algo que, poco a poco, parece irse perdiendo con el tiempo.