Estrenada en 2019, Guasón se convirtió en un fenómeno cinematográfico absoluto de talla internacional, siendo, hasta hace poco, la película para adultos más taquillera de la historia con una recaudación de $1.078 billones de dólares, ganándose el corazón de la crítica profesional y de la audiencia, la cual devoraba como enjambre la popularidad del filme como pieza dramática y derivado del subgénero de superhéroes, siendo reconocida por sus grandes hitos técnicos que elevaban la experiencia hasta el punto de ser galardonada en grandes premiaciones como en los Oscar – donde ganó por mejor score original y mejor actor – y en los BAFTA – donde se coronó con mejor actor, mejor reparto, mejor música original y mejor película –.
Concebida, en palabras de su director Todd Phillips, como una película autoconclusiva, el anuncio de una secuela, realizado directamente por los portavoces de Warner Bros., tomó a la comunidad cinéfila por sorpresa, pero no en el mejor aspecto, pues resultaba claro, en especial tras las pérdidas millonarias que la marca de DC Comics comenzaba a representar para el estudio hasta su gran implosión en 2022, que los ejecutivos querían aferrarse a los números de la película como una clara señal de franquicia que podían explotar con la espera de obtener los mimos resultados taquilleros y de galardones con cada nuevo intento, dando como resultado el regreso del mismo equipo creativo para impulsar esta segunda parte.
Agregando más desconfianza al proyecto, las audiencias se mostraron dudosas tras el anuncio, directamente dado por Phillips, de que esta no sería una secuela tradicional, pues se concentraría por completo en ser un musical que exploraría la psicología del protagónico de una manera nunca vista y su relación con su pareja de los cómics, Harley Quinn, quien ahora sería interpretada por Lady Gaga. Más allá de la clara obligación con el estudio, el regreso del mismo director, guionista, equipo técnico, compositora musical y actores, sumado al recibimiento de Gaga, estrella internacionalmente reconocida por su talento musical, en un proyecto dramático-musical psicológico, implicaría que, por lo menos, la película tendría que ser medianamente buena, ¿verdad?
Así llega Guasón: Folie à Deux. Dirigida por Todd Phillips (Guasón, ¿Qué pasó ayer?) y protagonizada por Joaquín Phoenix (Napoleón, Beau tiene Miedo), Lady Gaga (La Casa Gucci, Nace una Estrella), Brendan Gleeson (Los Fantasmas de la Isla, La Tragedia de Macbeth), Catherine Keener (Sicario: Día del Soldado, Huye), Steve Coogan (Super policías, Una Noche en el Museo) y Harry Lawtey (Benedicton, Los Crímenes de la Academia).
En este delirio musical continuamos la historia de Arthur Fleck/Guasón (Joaquín Phoenix) desde prisión, donde se encuentra a la espera de un juicio por los asesinatos cometidos dos años antes. Con el pasar del tiempo, Fleck se encuentra con Harleen Quinzel (Lady Gaga), una paciente dentro del ala psiquiátrica con quien rápidamente genera una chispa de amor que lo llevará a confrontar a la autoridad del guardia de seguridad Jackie Sullivan (Brendan Gleeson) y la del fiscal del distrito Harvey Dent (Harry Lawtey) mientras la imagen del Guasón asciende una vez más sobre Ciudad Gótica y atormenta la propia existencia de Fleck.
Primero lo bueno, pues, desgraciadamente, es muy poco. Folie à Deux cuenta con un nivel técnico rescatable, donde la cinematografía encuentra una serie de buenos encuadres que aprovechan la limitada geometría de dos sets que abarcan el 90% de la acción del filme (la cárcel y el jurado), destacando la gran habilidad Lawrence Sher, director de fotografía de ambas películas del Guasón, por aprovechar la arquitectura de los escenarios, las luces de fondo, las sombras, el sol, y cualquier fuente de diferencia tonal cromática que haga brillar a la imagen y parecerla mucho más dinámica de lo que es, lo cual va de la mano con el excelente equipo de coloristas y el departamento de arte, donde el primero logra capturar la esencia de la primer película para jugar con los tonos oscuros en un lienzo mucho más colorido, y el segundo aprovecha la tarea del aspecto teatral para aportar trajes y vestidos mucho más vivos, acompañados de sets con gran potencial de escala y dinamismo – aunque estos no fueran aprovechados en lo absoluto –.
Existe impregnada en la película una idea narrativa basada en la autocrítica, como si Phillips fuera consciente del lado negativo que resultó del éxito de la primera película que, más allá de impulsar una cierta codicia ejecutiva, ocasionó un gran debate entre críticos y audiencias que discutían sobre la naturaleza violenta del filme, el retrato de las enfermedades mentales, la existencia de la autoindulgencia dentro del personaje de Fleck, el argumento propio de Phillips al mencionar al filme como una retrato del abandono gubernamental y social hacia el enfermo y desvalido, y el renacimiento de un amor por el personaje del Guasón que se sumó a la ola de compasión por antagónicos y villanos que aún persiste en ciertas avenidas del entretenimiento.
A pesar de la aparente importancia de este metamensaje, no existe una manera bien fundamentada ni ejecutada para su expresión en pantalla, con solo una escena llegando al punto de manera directa, pero siendo diluida de inmediato al avanzar la película. En este sentido, esta breve luz de expresión dentro del filme recuerda a lo hecho por Lana Wachowski en Matrix Resurrecciones (2021), donde la narrativa sacrificaba toda lógica en favor de un metamensaje que hacía eco del legado hecho por la franquicia, para bien y para mal, finalizando con un autosabotaje que intentaba poner fin a los planes del estudio de continuar facturando de una franquicia que, claramente, había encontrado el final de su propósito hace años, solo que en donde falló Wachowski, pues Warner confirmó el desarrollo de Matrix 5, Phillips tuvo éxito, ya que difícilmente se podrá ver una Guasón 3.
Eso es todo. Ahora lo malo.
El guion de Folie à Deux es completamente inexistente, similar a construir un cuento a medida que uno lo va contando. Su estructura, de ser real, asemeja a la de un espiral con espontáneas chispas de dinamismo que intentan escapar del epicentro, sin éxito; en este sentido, su historia es un ciclo perpetuo en donde se reviven una y otra y otra vez los eventos de la primera película (ya sea por medio de diálogos, flashbacks, interludios abstractos, canciones, periódicos o exposiciones disfrazadas de noticieros) con poco o absolutamente nada nuevo que agregar, convirtiéndose en un elemento tedioso que no suelta a la audiencia desde el minuto uno y hasta el final, sustentando la existencia del filme en una serie de cuestionamientos alargados que no llevan a ninguna conclusión, pues esta ya se había dado al final del filme anterior, entregándose, muchas veces durante su exagerada duración, al abismo del aburrimiento.
Lo anterior se refleja de manera contundente en la estructuración de la narrativa, la cual se divide en dos actos, con el primero intentando construir una serie de preguntas alrededor de la psicología de Fleck que, nuevamente, terminan colapsando sobre su propio peso al utilizar argumentos que, tanto para los personajes como para la audiencia, no son para nada verosímiles, pues se alejan por completo de la construcción previa para desestimar el mensaje y el personaje de la película original (he aquí una parte de la aparente autocrítica y autosabotaje de Phillips, la cual llega genuinamente llega a provocar interés a lo largo de unos encuadres íntimos donde la gesticulación de Phoenix nos dice todo lo que se necesita saber sobre el personaje antepuesto contra sus actos en lo que parece un momento de genuina cordura, solo para ser desechado dos escenas después).
El segundo acto se vuelve completamente peor con su narrativa y dirección, perdiéndose en el mapa que la misma historia se trazó. Las escenas del juicio no sostienen ningún suspenso, ninguna revelación, continúan girando alrededor de los hechos de la primera película sin parar, englobando la experiencia completa de Folie à Deux en una escena donde Fleck, actuando como su propio abogado, dirige un interrogatorio sin pies ni cabeza, intentando buscar un elemento nuevo dentro de sus acciones sin ningún éxito, provocando que el séquito nacido de su furia comience a tambalearse al mismo tiempo que la ley de Gótica lo evidencia como un hombre atormentado sin poder (quizá, y en la forma de una genialidad poco convencional, este sea el momento cumbre del metamensaje de Phillips, pero de serlo, sin duda sacrificó muchísimo potencial dentro del filme para obtenerlo).
De manera extraña, los elementos que rodean a esta escena, es decir, los hechos que van tanto antes como después de la exposición de Fleck, conllevan la mejor actuación e intervención dentro de toda la película, siendo entregada por Leigh Gill, quien reinterpreta su papel de Gary. Sin duda, su aportación fue el momento cumbre del filme.
Esta falta de identidad, porque la película en sí se siente confundida con lo que quiere ser en cuestión de género, tema, concepto y ejecución, colapsa hacia un insípido final que se cree impactante o significativo, sosteniéndose de una extraña referencia hacia el mundo del cómic y el cine que se siente, por mucho, fuera de lugar en la historia.
La característica principal, básica y fundamental del género es utilizar el número musical como un método para impulsar el desarrollo de los personajes y la historia, con la letra, movimientos y escenarios evolucionando la película por medio de información nueva respecto al sentir, pensar y ser de los personajes. Chicago (Dir. Rob Marshall, 2002) utiliza sus números musicales para mezclar el mundo externo e interno del escenario y expresar sus convergencias emocionales; La Forma del Agua (Dir. Guillermo del Toro, 2017) cuenta con un número musical que es la conclusión emocional de su protagonista muda. Un mal musical utiliza los números como excusa para el espectáculo, sin aportar absolutamente nada en el desarrollo y, usualmente, jugando de manera segura con covers de canciones famosas que, en esencia, parecen estar vinculadas a los personajes o al tema de la historia, aunque sea de manera superficial.
Folie à Deux hace lo segundo, y de mala manera. La musicalidad no aporta absolutamente nada dentro del filme, con los covers siendo completamente básicos para cubrir tiempo en la narrativa. Los personajes los cantan de manera simple, los escenarios no se mueven ni cambian con ellos, no hay un método artístico que apoye a la música como vía de expresión, terminando como una distracción que corrompe aún más el poco concepto que maneja la historia. La idea de que la música tome el lugar del diálogo es inexistente en Folie à Deux, pues si intercambiamos estos espacios con diálogos convencionales, entonces las escenas serían mucho más cortas y efectivas, llegando al punto del asunto sin darle vueltas.
Son dos las mayores fallas con la música: el primero es que el score tampoco aporta absolutamente nada, recurriendo a los temas de la anterior entrega para modificarlos poco, o nada, y utilizarlos aquí; el segundo es la falta de continuidad en la diégesis del musical, pues el filme salta de interpretar los números como parte de la cabeza de Fleck a ser canciones reales en un contexto real sin previo aviso. Este elemento confunde aún más en el aspecto de la decisión utilizar el género como expresión, pues carece de sentido en su propia historia, alejando a la audiencia por completo.
Las actuaciones existen, y es lo mejor que se puede decir de ellas. Phoenix hace lo suyo, pero se refleja más como una sombra de sí mismo – curioso dado como empieza esta película –, manteniéndose en un rango que poco o nada aporta, con pequeños destellos de algo más en el interior que jamás llega a nada. Lady Gaga, por su parte, está completamente desaprovechada en la historia, tanto en actuación como en voz, siendo relegada a ser un personaje moribundo que trata de hilar un contexto emocional y psicológico entre Fleck y Ciudad Gótica, el cual, aunque parece ser evidenciado de forma impactante al final, queda como un evento predecible, y sin mucho peso, si se pone atención al primer acto.
Al final, Guasón: Folie à Deux es una película que jugó con la idea de experimentar sin siquiera probarlo en realidad. Una historia carente de propósito alguno que quizá sea mejor entendida como un metacomentario artístico hacia la poca ética de los ejecutivos por dejar en paz proyectos que no necesitan continuación, pero de ser así, entonces también se desaprovechó la oportunidad de contar una historia genuina y única en sus propios términos, un verdadero testimonio que pudo darle a las audiencias una forma diferente de ver este tipo de películas.
Quizá el futuro le aguarde un tipo diferente de apreciación, pero por el momento, como experiencia cinematográfica por la cual pagar un boleto, no es recomendable el riesgo. Sin duda alguna, un recetario al pie de la letra de cómo no hacer una secuela. 5/10