El legado de Ridley Scott como director cinematográfico es basto y rico, enmarcado por clásicos como Alien (1979), Blade Runner (1982), Thelma & Louise (1991) y la mismísima Gladiador (2000), las cuales abrieron la puerta de múltiples imaginarios en géneros distintos, desde la ciencia ficción, pasando por el drama e impactando a la ficción histórica, todo aderezado con un apartado técnico impecable que resaltaba con un score de la talla de lo puesto en pantalla, un diseño de producción atento al detalle y con gran apertura a la imaginación y aplicación práctica y tecnológica, así como una serie de interpretaciones que han pasado a la historia junto a diálogos inolvidables. Esto era lo que representaba una nueva película de Ridley Scott, al menos hasta inicios de 2010.
Con la excepción de Misión Rescate (2015), la cual gozó de un impecable paso taquillero y del reconocimiento de la crítica, y El Último Duelo (2021), cuyo fracaso en la taquilla fue debido a estrenarse al mismo tiempo que Spider-Man: Sin Regreso a Casa a pesar de ser bien recibida, las películas de Ridley Scott han sufrido de una grave crisis creativa y técnica, siendo sus síntomas más característicos la falta de control en el ritmo y en la condensación de la historia, lo cual conlleva a una serie de problemas narrativos que hacen que las películas se sientan apretadas sin importar que estas rocen las 3 horas de narración, provocando un desarrollo de personajes mal manejado que también se refleja en las actuaciones y su dirección, ofreciendo, paradójicamente, historias alargadas, pero que no avanzan, estando repletas de secuencias que se ofrecen como una construcción del mundo o de la psique de los personajes, pero que en realidad solo están ahí como relleno.
En el aspecto técnico, el movimiento de cámara y el manejo de encuadres se antoja como repetitivo en cada una de sus obras desde 2010, las cuales, cuando aluden a una historia épica, tratan de emular lo hecho por Gladiador y La Caída del Halcón Negro (2001), pero resulta notoria la falta de emoción y control hacia lo que busca representar tanto visual como artísticamente. Esta dejadez en el ojo del artista también se refleja la selección musical, la cual opta por reciclar temas y fragmentos de sus películas pasadas, así como en el coloreado de las películas, las cuales se enfrascan en los extremos de lo frío y lo cálido sin espacio para la experimentación de temperaturas que inciten a la dinámica del color.
Lo anterior eran síntomas que se hacían presentes individualmente en producciones como Robin Hood (2010), Prometeo (2012), Éxodo: Dioses y Reyes (2014), Alien: Covenant (2017), entre otras, pero sus últimas dos producciones, La Casa Gucci (2023) y Napoleón (2023), personificaron por completo la mala situación de Scott en el quehacer cinematográfico, por lo que el anuncio de Gladiador II, especialmente en esta época donde Hollywood opta por resucitar obras con la esperanza de crear franquicias desde cero y apelar a un sentido nostálgico en la audiencia que amenaza con colapsar la originalidad en la industria, no fue recibido de la manera más cálida. ¿Será esta una digna película de Ridley Scott o sólo una secuela innecesaria más en el camino?
Así llega Gladiador II. Dirigida por Ridley Scott (Napoleón, El Último Duelo), y protagonizada por Paul Mescal (Aftersun, Todos Somos Extraños), Pedro Pascal (El Robot Salvaje, The Last of Us), Connie Nielsen (Nadie, Mujer Maravilla 1984), Denzel Washington (La Tragedia de Macbeth, Fences), Joseph Quinn (Stranger Things, Un Lugar en Silencio: Día Uno) y Fred Hechinger (La Calle del Miedo, La Mujer en la Ventana).
En esta épica histórica, ubicada 16 años después de la original, seguimos la historia de Lucio Vero (Paul Mescal), quien busca trazar su camino de vuelta hacia Roma para tomar venganza del General Acacio (Pedro Pascal) tras invadir su hogar, Numidia, en nombre de los emperadores gemelos Geta (Joseph Quinn) y Caracalla (Fred Hechinger). Ayudado por el esclavista y patrocinador de gladiadores Macrinus (Denzel Washington), Lucio atravesará una serie de obstáculos en el Coliseo hasta quedar envuelto en una telaraña política que podría arruinar su venganza y el futuro de Roma.
La historia de Gladiador II se encuentra en una constante lucha con su legado y lo que realmente quiere ser como película, dividiendo su propia identidad en dos partes, con la primera siendo una historia de venganza similar al filme original, y la segunda enfocándose en una trama política mucho más compleja en temas y desarrollos, pero que no logra romper las cadenas instauradas por la misma historia. Analicemos ambas partes por sí mismas, pues, aunque pertenecen a la misma película, cuentan con problemas y virtudes distintas que, en su conjunto, ofrecen un panorama curioso respecto a su director.
Respecto a la primera mitad, la historia de venganza, resalta que Gladiador II se enfrasca en un ritmo demasiado rápido, acelerando todo tipo de situaciones con tal de llevar a Lucio, el protagonista, lo más pronto posible del punto A al punto B, ignorando todo tipo de construcción física, emocional y situacional lo suficientemente fuerte como para impulsar el viaje y fortalecer el vínculo entre personajes y audiencia, lo cual palidece por completo al sufrir una serie de comparaciones constantes con la película original del 2000, las cuales no suceden como un capricho por parte del espectador por querer preservar a la primera como algo sagrado, sino que el propio desarrollo de la historia en Gladiador II se enfrenta a un paralelo extraordinario de tal manera que escenarios, personajes, diálogos, motivaciones e incluso la propia edición de la película, parecen emular por completo a la original, no en forma de homenaje, sino como si estuviéramos frente a un remake en toda la norma.
La justificación de lo anterior, artísticamente hablando, recae en la comparativa de Lucio y Máximo como protagonistas y dueños de su destino. Se construye la idea de Máximo como una leyenda secreta, un eco de libertad y justicia que debe ser respetado y preservado con dignidad, lo cual recae en Lucio como una inspiración personal que debe superar para convertirse en sí mismo, lo cual hace que la historia someta a Lucio a pruebas similares con tal de entender que debe ser su propia persona; sin embargo, el desarrollo del personaje no es tan poderoso, siendo abandonado a ejecuciones superficiales de esta idea que pretenden resolverse en pequeños diálogos cerca del final de la película, dejando en claro que Lucio, tanto como protagonista como personaje, vive a la sombra de Máximo.
Esta aceleración de los hechos no le permite a Lucio respirar como personaje, aún más cuando la propia película establece su viaje dentro de un concepto de simpleza que palidece en comparación con las subtramas a su alrededor, las cuales se enredan con mucha más complejidad y, desafortunadamente, con mayor interés para la audiencia, especialmente lo que sucede con Acacio y Macrinus.
La segunda mitad, afortunadamente, es infinitamente superior en el sentido narrativo, cambiando el ritmo rápido por uno mucho más relajado, pero es esta misma tranquilidad la que afecta a los hechos que suceden en el filme, pues fuerza a toda su narrativa restante a coexistir en un rango muy limitado de tiempo, lo cual impide que los hechos con mayor peso emocional y narrativo pasen desapercibidos, como si no tuvieran ningún tipo de peso ni importancia en la película.
Resulta evidente en esta sección que aquí se encuentra la verdadera historia que Scott quería contar, con las sombras de la política siendo modificadas con base en la malformación del ideal de héroes y leyendas, evocando un pequeño paralelo con la política contemporánea en cuanto a la militarización, el imperialismo y el manejo del poder desde las sombras con el único objetivo del beneficio personal.
Es fascinante como todos los elementos temáticos de la segunda parte del filme, así como sus semillas mostradas en su primera mitad, son personificadas por un solo personaje: Macrinus (Denzel Washington), y aquí existe un problema mayúsculo en términos de casting, dirección y desarrollo de personajes.
Es indudable que Denzel Washington se roba la película entera con una interpretación carismática que poco a poco se torna oscura y maquiavélica en el sentido más teatral de la palabra, demostrando la habilidad de rango que posé como actor, imponiendo su presencia en cada una de las secuencias en las que participa, lo cual se traduce por completo al poder y la ambición de su personaje, pero esto actúa como un agujero negro para los demás personajes, especial y lastimosamente para Lucio, quien es rápidamente opacado no solo por Washington, sino por Pedro Pascal, Joseph Quinn e incluso por Fred Hechinger.
El tiempo en pantalla, aunque, en esencia, bien distribuido, no cuenta con el nivel de importancia necesario para cada personaje. Tomando la dinámica Macrinus-Lucio, cada escena en donde Macrinus interactúa nos suma información respecto a sus intenciones y personalidad, mostrando pequeñas máscaras del primas hacia un rompecabezas que se revela en el último cuarto del filme; por otro lado, las escenas de Lucio son meramente reafirmativas, repitiendo la misma información aprendida durante el primer cuarto del filme, agregando pequeños brotes de emocionalidad y fortaleza física que solo sirven para evidenciar su superioridad en combate hacia el final del filme, pero que no suman más, abandonándolo como un personaje sencillo, mas no plano, que idealiza el viaje de Máximo sin siquiera llegar al nivel de motivaciones que este tenía en la primera película.
La dirección de Scott, en este sentido, se nota en favor del personaje de Washington, evidenciando aún más que en él estaba el verdadero interés por una historia.
Joseph Quinn y Fred Hechinger, quienes interpretan a los emperadores gemelos, evocan energía, manía y pasión por cada momento en cámara, aprovechando el tiempo para construir monstruos irredimibles que se distancian de manera perfecta de lo hecho por Joaquín Phoenix como Cómodo en la primera película; su dinámica entre sí, la superioridad infantil que tratan de imponer sobre los demás personajes los hace completamente disfrutables. Por otro lado, Pedro Pascal entrega de manera excelente un personaje impulsado por un conflicto fascinante, interpretado con una serie de virtudes que crecen rápidamente en el gusto de la audiencia, por lo que es una pena que no participe demasiado.
En conjunto, esto ofrece una perspectiva extraña sobre el ritmo y la cohesión de la película por completo, mostrándose como una narrativa que corre y frena de más todo el tiempo, sin lograr darse abasto para conseguir un desarrollo firme.
En términos técnicos, la película cuenta con efectos especiales cuestionables, especialmente durante las dinámicas en coliseos, pues los animales, fuego, humo y agua realmente no alcanzan un nivel eficiente como para poder creer que interactúan con los personajes, y esto, en su mayoría, se debe aun uso muy fuerte de la luz, provocando que las superficies y texturas de los efectos no tengan el contraste natural suficiente. A pesar de ello, la acción es más que disfrutable, siendo una de las mejores partes de la película.
La cinematografía queda a deber, ofreciendo una serie de tomas con ideas emocionantes, pero mala ejecución, terminando con fotografías poco interesantes, repetitivas en comparación con la película del 2000 y la propia carrera de Scott, y con una serie de movimientos en mano que dejan secuencias enteras sin una buena apreciación.
Por otro lado, la música no cuenta con su propia personalidad, tomando prestados elementos de la primera película con tal de crear un puente emocional y temático entre ambas, pero que no se sostiene en absoluto. El manejo del color, nuevamente, se encuentra en los extremos del calor, haciendo que los tonos anaranjados, rojizos y amarillentos devoren la mayor cantidad de contrastes posibles; solo los interiores, los cuales cuentan con un gran diseño de escenografía, cuentan con el matiz de sombras perfecto como para poder apreciar vestuarios, mobiliario, maquillaje y texturas.
De esta forma, Gladiador II se presenta como una secuela innecesaria, pero no aburrida, con suficiente valor en sí misma como para garantizar un fin de semana de diversión y entretenimiento que, quizá, se habría beneficiado de ser una película de 3 horas o de ser divida en dos partes con suficiente tiempo para brillar en todos sus elementos.
Las actuaciones, escenas de acción y su segunda mitad aportan suficiente complejidad y emoción como para encantar a las audiencias, mostrando que Ridley Scott aún mantiene una chispa de lo que fue, pero cuyos malestares cinematográficos podrían acabar con su encanto más pronto de lo que parece.
8/10