En años recientes, la cultura surcoreana ha gozado de una gran difusión internacional a nivel de música, cine y televisión gracias a exponentes como el K-pop y su alta popularidad entre jóvenes y redes sociales, y el apoyo de plataformas como Netflix, quienes alzaron el estandarte de la difusión de la televisión de Corea del Sur bajo la popularización de los K-dramas, los cuales gozaron de un impulso masivo multigeneracional gracias a El Juego del Calamar (Dir. Hwang Dong-hyeok, 2021), serie de drama y suspenso que abrió las puertas de la narrativa asiática al consumidor americano promedio, quien, aprovechando las horas de ocio durante la pandemia, no se detuvo a explorar el catálogo surcoreano que ofrecía series de romance, fantasía, acción, horror, ficción histórica, y mucho más.

En lo que respecta al cine, la difusión masiva de la perspectiva surcoreana tiene nombre y rostro, y es el del director Bong Joon-ho, quien comenzó una pequeña popularización internacional con dos de sus películas: El Huésped (2006), donde se narra la historia de una familia intentando salvar a su hija de las garras de un monstruo marino mutado por la negligencia del gobierno respecto a los desechos tóxicos vertidos en el mar; y Snowpiercer (2013), donde colaboró con actores de alto renombre en el hemisferio occidental, como Chris Evans y Tilda Swinton, en una historia postapocalíptica sobre la lucha de clases en un tren que alberga el último remanente de la humanidad. Horror, acción, un buen guion, la implementación del movimiento de cámara oriundo de las películas de acción asiáticas de la primera década del 2000 y la sensibilidad de la narrativa surcoreana garantizaron su posición como un director al cual poner atención.

Sin embargo, el verdadero reconocimiento global, acompañado de la explosión del fenómeno surcoreano en el cine americano, llegó con el Oscar a Mejor Película y Mejor Director en 2019 por Parásitos, la cual, tras cautivar al público occidental, abrió las puertas para que distribuidoras nacionales mexicanas pensaran más allá de las fronteras estadounidenses para ofrecer al público un nuevo tipo de narrativa llena de elementos extravagantes, curiosos, emocionantes y, en ocasiones, fascinantemente extraños. Dicho esto, ¿qué aporta la película de hoy a esta perspectiva?

Así llega Fuerza Bruta: Sin Salida. Dirigida por Lee Sang-yong (El Bueno, el Malo y el Raro; Fuerza Bruta) y protagonizada por Don Lee (Eternals, Tren a Busan), Lee Joon-hyuk (Encontré al Diablo, Dark Hole) y Munetaka Aoki (Silencio, Roruni Kenshin: Samurai X).

En esta comedia de acción policiaca seguimos la historia del detective Ma Seok-do (Don Lee) y su equipo de Investigación Metropolitana en su búsqueda por detener al misterioso traficante de drogas Joo Seong-cheol (Lee Joon-hyuk) y al asesino a sueldo japonés Riki (Munetaka Aoki), quienes se enfrentan por el dominio de la droga Híper, que ha cobrado popularidad en los clubes de Seúl.

Existen tres elementos de la película que vale la pena analizar al constituir estos el núcleo de su identidad como pieza cinematográfica: la acción, el humor, y el elemento policiaco como género.

Comencemos con la acción, la cual destaca por una brutalidad parcialmente caricaturesca que se beneficia en grande por el fantástico trabajo realizado por los dobles de acción – e incluso por los actores principales, quienes no temen en formar parte de sus acrobacias en pantalla –.

Podemos observar una gran demostración de coreografías bien planeadas y ejecutadas, representadas en pantalla de una manera elegante y fluida que realmente propone un lenguaje corporal único para cada personaje, lo que ayuda en la construcción de su psicología sin necesidad de recurrir a una sistema de exposición tradicional por medio de diálogos o simbologías dispersas; aquí el estilo de pelea construye motivación, interés y psique, siendo de esta manera que podamos identificar quién es un martillo, quién un bisturí y quién queda atrapado en medio de ambas connotaciones.

Estos estilos de pelea ayudan a construir la tensión dentro de la trama, pues conocemos a nuestros tres protagonistas en vías separadas y a través de diferentes peleas que construyen su nivel de amenaza, resistencia y, mucho más importante dentro de la narrativa de esta película, su sistema de creencias y valores. Observar a estas fuerzas de la naturaleza abrirse paso a lo largo de una persecución entre policías y ladrones del bajo mundo surcoreano crea una expectativa en asenso que sabes no hará más que explotar en una serie de confrontamientos brutales una vez llegado el final, y la película sabe esto, por lo que construye a la perfección un ritmo narrativo que aporta una carrera que antagoniza a sus propias fuerzas hasta entregar lo que la audiencia quiere desde el minuto uno.

El manejo de sets es importante dentro de la película, pues se procura que estos sean lo suficientemente dinámicos como para formar parte de la acción, aunque esto, desgraciadamente, solo sucede en la segunda mitad de la película, con la primera comprometida con sets realistas que se reducen en calles genéricas sin ninguna aportación visual mayor, lo cual, en esencia, afecta a la cinematografía de manera negativa.

El manejo de cámara en la primera mitad de la película recuerda más a un nivel de producción televisivo por el constante uso de planos estáticos para conversaciones bilaterales entre personajes, acompañados de paneos ocasiones y tomas abiertas para establecer ubicaciones en la geografía de la ciudad. La segunda mitad es cuando la cámara comienza a jugar más con el movimiento corporal de la acción, siendo acompañada de una edición rápida y abierta que permite ver la mayor parte de los golpes a un ritmo que agrega vertiginosidad y tensión, aunque esto no termina de concretarse debido a la calidad de iluminación, color y diseño de producción, la cual continúa, en todo momento, recordando más a una calidad televisiva – esto es entendible dada la rápida producción de los filmes de acción surcoreanos, los cuales cuentan con un proceso de 8 meses a un año para escribir, grabar, editar y estrenar, cuando lo recomendable para cualquier película es contar con una producción de uno a dos años –.

Un detalle que podría romper con la verisimilitud de la experiencia al ver la película es la escala de poder con la que los personajes conviven dentro de la acción. Esto es mencionado porque el personaje de Don Lee es retratado como casi un superhéroe, dotado de una fuerza extrema que puede derribar a los criminales más grandes con un solo golpe o lanzar por los aires a un grupo de diez personas que intentan someterlo. Este elemento de fuerza bruta aporta un cierto grado de diversión a la película, pues se aprovecha de manera graciosa para construir acrobacias en pleno combate que imitan al cine chino derivado de películas como Kung-Fusión (Dir. Stephen Chow, 2005), donde estos elementos de brutalidad caricaturesca son parte de la identidad asiática en su búsqueda por apelar a una audiencia adolescente y recordar al público adulto a las historias que disfrutaban cuando chicos en el folklore, la animación y el cómic asiático general.

Este aspecto de la escala de poder abre paso al tema humorístico de la película, y es que hay que recordar que esto es una comedia. La diversión emana del personaje de Don Lee al ser tomado como la personificación de la justicia en un mundo de criminales, donde él es la respuesta para enderezar a la sociedad con base en una personalidad simple, amigable, directa y relajada, recordando al estereotipo del policía rebelde los 80’s, pero sin la necesidad de ir más allá de las reglas para hacer el bien, sino trabajando al margen de la ley para expresar lo que es correcto en la sociedad.

Bajo este perfil, Lee expone una serie de gesticulaciones de donde proviene la mayor parte del humor, pues su físico imponente, así como su presencia relajada, confunde a los demás personajes y los flexiona a su voluntad a través de secuencias, más similares a sketches que a escenas cinematográficas, en donde el vaivén de las interpretaciones es clave para establecer la situación, exponer el chiste y dar el remate.

Este elemento es un arma de doble filo, pues el humor situaciones que ofrece Fuerza Bruta: Sin Salida se basa por completo en las normas sociales y de comportamiento surcoreanas, las cuales, como sociedad mexicana, nos pueden parecer ridículas, exageradas, extrañas y para nada graciosas, pero he ahí el detalle más grande de la experiencia del filme, pues descubrir estos aspectos de la cultura ayudan a construir mejor el prisma del cine como fenómeno global, pues podemos observar esbozos familiares que recuerdan a la acción humorística y relajada que manejaban franquicias como Duro de Matar (1988 - 2013), Arma Mortal (1987 – 1998) y Una Pareja Explosiva (1998 – 2007).

Lo anterior nos lleva al elemento del género policial, el cual se maneja en este filme como un elemento central casi aleccionador, donde la perspectiva heroica del personaje de Don Lee crea una verdadera figura de justicia que recuerda a los héroes de acción de los 80’s y 90’s, aportando una dinámica entre héroe y villano como encarnación del bien y el mal en el estilo más básico e infantil, retratándolo bajo la clásica lucha entre policías y ladrones cuya simpleza aporta diversión a la trama y su desarrollo, pues no tiene que complicarse su propio desarrollo con establecer puntos grises o matices del mal, preguntas sobre el existencialismo del crimen o el valor de la justicia bajo un mundo corrupto; la historia es completamente directa y honesta desde el primer momento, ofreciéndote la historia de un héroe clásico en su simple búsqueda por hacer de su hogar un lugar mejor.

Las actuaciones son completamente útiles para el mero propósito del entretenimiento, sin ninguna aportación mayor al arte interpretativo. Lee Joon-hyuk demuestra divertirse en el papel del antagónico principal, estableciendo un aura maligna que en verdad deseas ver confrontada y detenida; por otro lado, Munetaka Aoki brilla bajo una interpretación estoica y metódica, la cual balancea a la perfección el equilibrio entre las personalidades de Joon-hyuk y Lee al ser preciso, silencioso y ser el portador de un estilo de pelea completamente diferente por medio del uso de una katana japonesa.

A pesar de que Don Lee emana personalidad y presencia, estas características no serían nada sin el apoyo del reparto de soporte, quienes interpretan a sus compañeros agentes de Investigaciones Metropolitanas. Este grupo agrega una chispa de energía y sorpresa gracias a sus interpretaciones rápidas y ágiles de manera mental y física, agregando, además, cierta inocencia al lado de Lee, lo que ayuda en la creación de situaciones humorísticas.

Si este filme tiene un pecado, este sería que su inicio y final son en extremo abruptos, lo cual no te deja saborear la presentación y resolución de los conflictos, abandonando a la película en un aspecto mucho más televisivo y bajo de producción de lo que debería. No arruina la experiencia, pero resulta curioso.

Al final Fuerza Bruta: Sin Salida es una película familiar, pero diferente. Una comedia policiaca llena de acción y sin complicaciones en su trama, decidida a entregar una tarde de entretenimiento y diversión que te hará recordar a las viejas historias sobre héroes de acción en mundo donde el mal no puede triunfar.

Perfecta para disfrutar con familia y amigos. Una opción diferente al cine americano que ofrece un pequeño vistazo a lo que el lejano oriente puede ofrecer. Y si te interesa, resulta que esta es la tercera parte de una de las franquicias de acción más grandes de Corea del Sur, con sus dos primeras partes, Fuera de la Ley (Dir. Yun-seong Kang, 2017) y Fuerza Bruta (Dir. Lee Sang-yong, 2022), disponibles en plataformas de Streaming. No te preocupes, cada película es una historia completamente diferente e independiente.

7.5/10

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