El cine estadounidense de los años 70’s vive en el colectivo popular como una de las más grandes épocas para la narrativa cinematográfica, ofreciendo historias disruptivas e innovadoras que se atrevían a plasmar, tanto en su guion como en su proceso de producción, una forma diferente de abordar temas religiosos, políticos, emocionales, y filosóficos con alto valor de crítica social, dando como resultado un legado de grandes obras como La Naranja Mecánica (Dir. Stanley Kubrick, 1971), El Exorcista (Dir. William Friedkin, 1973), Fiebre de Sábado por la Noche (Dir. John Badham, 1977), Alien (Dir. Ridley Scott, 1979), y El Padrino (Dir. Francis Ford Coppola, 1972).
A lo anterior, se suma el contexto sociohistórico de la nación de las barras y las estrellas en la época: la guerra de Vietnam toma lugar, escándalos políticos rodean a la Casa Blanca, van en asenso los asesinatos en masa por parte de sectas religiosas, el lado conservador estadounidense utiliza a la Iglesia como estandarte en contra de una apertura popular y cultural hacia temas de lo oculto, el incremento de los late night shows como novedad televisiva ante una industria que iba en aumento como la nueva biblia de la opinión pública, y el sínico retrato del tropo favorito de Norteamérica – el underdog, personajes que llegan al éxito de sus metas desde cero, pero en el contexto de los 70’s, se hace pisando a cuantas personas sean necesarias.
Estos son los referentes narrativos que recupera De Noche con el Diablo, película codirigida por Colin y Cameron Carines (100 Bloody Acres, 2012; Scare Campaign, 2016), y protagonizada por David Dastmalchian (Ant-Man, El Último Viaje del Demeter), Laura Gordon (Hotel Cocaine, Hafekasi), Ian Bliss (Matrix Recargado, La Amenaza Invisible) e Ingrid Torelli (Five Bedrooms, Force of Nature: The Dry 2).
En este viaje por lo siniestro seguimos a Jack Delroy (David Dastmalchian), anfitrión y presentador del late night show Night Owls, y quien se ve desesperado por encontrar una manera de salvar al programa, acudiendo, durante la transmisión de Halloween de 1977, a varios invitados que tienen que ver con lo oculto y lo demoniaco: Christou, un famoso psíquico; Carmichael (Ian Bliss), un ilusionista retirado convertido en escéptico; y la parapsicóloga June Ross (Laura Gordon) junto a su paciente, la adolescente poseída Lilly D’abo (Ingrid Torelli), cuya presencia obligará a Jack a confrontar sus demonios en plena transmisión en vivo.
Lo primero que destaca de esta película es su formato, pues en este se encuentra impregnada su identidad completa. Es con un aspect ratio de imagen 4:3, oriundo de la televisión clásica de la época setentera y hasta finales de los 90’s, con lo que se decide abordar la historia, enmarcándola a manera de cápsula del tiempo como si se tratara de un programa perdido real del show Night Owls. Esta característica, sumada al aumento de ruido y grano en la imagen, ayuda a crear una atmósfera específica que se mantiene a lo largo del 90% del filme, la cual eleva dos características importantes: ayuda a mantener el concepto de época fuertemente anclado en los 70’s, y ofrece una carta de presentación como película de serie B.
Rescatando el último punto anterior, De Noche con el Diablo es, en su totalidad, una película de serie B, lo que implica ser parte de un cine de bajo presupuesto que debe utilizar de manera inteligente cada uno de sus recursos, lo cual logra hacer durante la mayor parte del tiempo a través de un ritmo inteligente construido alrededor del formato televisivo real de un talk show, lo que significa que de sus 86 minutos, 60 pertenecen a los hechos que involucran el descubrimiento demoniaco en vivo, con los 26 restantes siendo divididos en lo que serían, desgraciadamente, los ángulos más flojos de la película.
Estos momentos pertenecen a la introducción del filme, la cual es abordada como si se tratara de la antesala periodística o documental de un hecho verídico que expone por completo la vida de Jack Delroy hasta el punto en el que es posible para la audiencia saber lo que pasará al final sin poner mucho ingenio en marcha; por otro lado, el segundo momento referido es una serie de interludios que toman lugar durante los comerciales del show, y en donde se propone la idea de que lo que se ve en pantalla es metraje detrás de escenas del programa – dicho, incluso, durante la introducción –, pero el formato en el que se presenta rompe con la diégesis del mundo propuesto, cayendo en la inverosimilitud total, pues la cámara opta por comportarse más como un lente cinematográfico que usar en su favor el hecho de ser metraje oculto.
En ese sentido, los interludios se convierten en baches narrativos, pues esos espacios no son utilizados para fomentar el desarrollo de los personajes a través de revelaciones o diálogos inteligentes que ayuden a descubrir nuevas facetas de estos, sino que solo son empleados para repetir información que la audiencia claramente puede entender con solo leer el lenguaje corporal de los personajes. Curiosamente, lo más relevante dentro de estos interludios sucede en el fondo del cuadro, con pequeñas acciones de personajes secundarios que suman al misterio demoniaco; sin embargo, estas aportaciones no destacan a lo grande porque la película, desgraciadamente, está muy anclada con su propia estructura, la cual, desde la introducción, la audiencia puede leer muy fácilmente.
Existen un par de diálogos, aún en esos espacios, que podrían apuntar hacia algo mucho más relevante y siniestro, incluso a dinámicas más complejas e íntimas entre los personajes, pero muchas veces esas líneas se quedan flotando como meras curiosidades que no sostienen ningún drama mayúsculo, pues este es inexistente.
Existen decisiones artísticas un tanto cuestionables, y que bien podrían romper con la atención de la audiencia, o generar preguntas que no necesariamente cuentan con una respuesta sólida, y parece que ese es el objetivo principal. Dos importantes es la decisión de los interludios en blanco y negro – lo cual quizá solo apunte a una referencia de formato antiguo, o sea un testamento de una realidad estadounidense polarizada en donde la televisión tiene color porque es ella la que dicta el matiz con el que se ve y juzga al mundo – y un momento en donde el aspect ratio se vuelve widescreen 16:9 junto a una calidad de imagen digital – la escena parece otorgar un significado psicológico al formato, pero sacrifica la atmósfera y la identidad que había construido con tanto trabajo, y que realmente era efectiva.
Pero no todo es malo, pues son las actuaciones de David Dastmalchian e Ingrid Torelli las que sostienen por completo el peso argumental y visual de la historia, complementados brillantemente por Ian Bliss y Laura Gordon, creando una sinergia que impulsa la película y mantiene a la audiencia con la curiosidad de saber qué pasara después, aun si la respuesta puede ser muy clara.
En primer lugar, Dastmalchian hace suya la película. Es con su impecable actuación dotada de carisma, humor, ambición, momentos de impresión y genuina evolución del escepticismo regular hacia la ferviente creencia bajo el peso de las consecuencias a las acciones de su personaje, lo que da vida al filme, y no es para menos, pues Jack Delroy es nuestro vehículo narrativo durante un 98% de la experiencia, y es su energía, extremadamente inspirada en los anfitriones de night shows clásicos de la época, lo que invita al espectador a no dejar de poner atención. Además, resulta entretenido de ver como Dastmalchian interactúa con los demás personajes, pues es a través de estos momentos como se nos ofrece el rompecabezas de su personalidad y psicología que, aunque no llega a un final satisfactorio ante todo lo que propone la narrativa, sí que ofrece un panorama suficiente que te deja en claro quién es Delroy.
El viaje de este personaje es el elemento central que recupera la narrativa del underdog, pero enfocándose más en las consecuencias negativas del viaje sin escrúpulos que en el momento del ascenso en sí. No es tan efectivo como la película lo propone en nivel conceptual, pero resulta entretenido.
Ingrid Torelli, por otro lado, se hace dueña de cada escena en la que participa, demostrando las maravillas de una actuación sutil que solo se basta de la mirada y la voz perfecta para el momento indicado. Son sus movimientos rígidos los que básicamente construyen la imagen siniestra de su personaje, apoyada en un diseño sonoro incómodo que suman a la idea demoniaca de que algo más se esconde bajo su piel; la habilidad de Torelli de ir de un rostro y voz inocente directamente hacia una contorción facial junto a una voz más grave – apoyada, además, por una distorsión digital suficiente para el momento – hace que te quedes con ella para saber lo que hará a continuación, usualmente terminando en un agradable susto.
El soporte otorgado por Bliss y Morgan aporta un dinamismo entre la creencia de lo oculto y el escepticismo total, resaltado en diálogos propios e interacciones, lo cual, además de impulsar a Dastmalchian y Torelli, ayudan a mantener la atmósfera de la película y empapan al espectador con la duda suficiente como para seguir hasta el final. Es en esta relación donde se refleja por completo el tema sociohistórico de un Estados Unidos afligido por una realidad, y su contraparte de ficción, abierta a la maldad.
El valor de producción vale completamente la pena, y es que en este rubro existe un pequeño truco, pues el aspecto barato, sencillo y fuertemente dependiente de efectos prácticos es parte del encanto de las películas de serie B. La iluminación, el diseño de vestuario y sets, los efectos que involucran muñecos falsos, la música, el maquillaje, todo funciona en una armonía que homenajea a los grandes del cine de horror de los 70’s: Halloween (Dir. John Carpenter, 1978), El Exorcista (Dir. William Friedkin, 1973), La Profecía (Dir. Richard Donner, 1976), Carrie (Dir. Brian de Palma, 1976), pero no se atreve a dar el paso completo hacia la identidad de serie B, por lo que si bien podemos obtener sombras como en Halloween, y efectos como La Profecía, no se abraza la identidad caótica como lo harían Contaminación (Dir. Cornel Wilde, 1970) o De Repente, la oscuridad (Dir. Robert Fuest, 1970); pero es un punto medio donde la existencia de la sangre y gusanos falsos, así como el buen uso de ángulos cinematográficos, aportan a una experiencia de miedo que logra su objetivo más importante: entretener y, de una manera retorcida como solo los amantes del horror reconocen, divertir.
De esta manera, De Noche con el Diablo resulta como una experiencia divertida y entretenida si lo que se busca es pasar un buen rato entre amigos, o familia, que disfruten de las películas de horror por lo que son como mero entretenimiento – no sin pasar por alto que puedan aportar algo más en su lectura, aunque esto no sea su prioridad como producto –.
Si bien el contexto histórico y fílmico existen en la película para sostener una identidad llamativa e inmersiva, no es parte del interés de la historia desarrollar estos temas, y está bien en admitirlo, pues de esta forma puede concentrarse en el espectáculo de serie B que resulta perfecto para las noches de Halloween como aperitivo hacia películas o eventos mucho más grandes y aterradores.
De Noche con el Diablo bien podría formar parte del menú cinematográfico de horror para la temporada de brujas de este año, pero no es la fuente de sustos que uno esperaría para poder pasar la noche en grande. Se trata de un bocadillo que bien podría encontrar a sus seguidores en el futuro como tantas obras serie B lo han hecho con el paso del tiempo.