El nombre de Tim Burton implica muchas cosas dentro del pensamiento cinematográfico, pues no solo evoca un director en particular, sino todo un estilo visual y narrativo completamente definido que es reconocible a kilómetros de entre una gama de creativos. El estilo de Burton, como bien lo sabe la audiencia promedio, marcó un antes y un después en la estética gótica, con diseño alargados, oscuros, seres pálidos, temáticas relacionadas con lo oculto al mismo tiempo de mantenerse firmes en un elemento humano que emana de todos aquellos personajes señalados como monstruos o fenómenos en un mundo autodenominado como normal, pero que resulta solo cruel con aquello que es diferente.

Un molde tan relativamente sencillo ha sido la base para la creación de clásicos entrañables como Beetlejuice (1988), Batman (1989), El Hombre Manos de Tijera (1990), El Extraño Mundo de Jack (1993) y El Cadáver de la Novia (2005), por mencionar algunos; sin embargo, esta misma estructura artística se ha convertido en su propia jaula durante estrenos recientes, encasillándolo en un tipo específico de métodos que van desde estilos actorales, tanto físicos como interpretativos, un ritmo específicamente marcado al momento de desenvolver sus narrativas, conceptos familiares, estéticas similares entre mundos, cromática y temas, lo cual, bajo la visión de los estudios, lo convierten en un método seguro para ganar dinero, pues la estética Burton, reconocida internacionalmente, atrae con base en sus estrenos más exitosos que datan de los 90’s hasta mediados del 2000.

Películas como Alicia en el País de las Maravillas (2010), Sombras Tenebrosas (2012) y Dumbo (2019) son ejemplos de Burton en su modo más automático y corporativo, cosa que el mismo director ha mencionado tras su experiencia con el remake live action del elefante volador de Disney, el cual casi lo aleja definitivamente del cine. Regresar a la dirección con una secuela resulta arriesgado, especialmente cuando su predecesora fue estrenada 36 años atrás, pero afirma haber encontrado la inspiración correcta para retomar su arte tras su trabajo en la serie de Netflix Merlina (2022), pero la pregunta permanece: ¿Tim Burton regresa con un proyecto al nivel de su leyenda?

Así llega Beetlejuice, Beetlejuice. Dirigida por Tim Burton (Dumbo, Miss Peregrine y los Niños Peculiares), y protagonizada por Michael Keaton (Flash; Birdman, o la Inesperada Virtud de la Ignorancia), Winona Ryder (La Mansión Embrujada, Stranger Things), Catherine O’Hara (Argylle, Elementos), Jenna Ortega (Scream VI, Merlina), Justin Theroux (Bumblebee, Mi Ex es una Espía), Monica Bellucci (Mafia Mamma, Spectre) y Willem Dafoe (Tipos de Gentileza, El Faro).

En esta espeluznante aventura, ubicada 36 años después de los eventos de la película original, seguimos la historia de Lydia (Winona Ryder), Delia (Catherine O’Hara) y Astrid Deetz (Jena Ortega) en su regreso al pintoresco pueblo de Winter River, donde cada una encontrará un reto diferente relacionado con lo paranormal en vísperas del funeral del padre de Lydia y su apresurada boda con Rory (Justin Theroux). En el mundo de los muertos, Beetlejuice (Michael Keaton) es perseguido por el espectro chupa almas conocido como Dolores (Monica Bellucci) debido a cuentas pendientes, mientras el detective fantasma Wolf Jackson (Willem Dafoe) busca poner fin a las fechorías de ambos. ¿Qué pasará cuando ambos mundos choquen?

Lo primero que salta a la vista con Beetlejuice, Beetlejuice, incluso notorio en la sinopsis anterior, es lo saturada que está su propia historia, pero llama más la atención saber que incluso con tantos conceptos y personajes navegando sus propias narrativas, la película se queda completamente corta en desarrollar cada trama y personajes hacia una conclusión satisfactoria, lo que resulta en un primer acto desconectado entre sí que se preocupa más por obligar a los personajes a encontrarse en una situación que, ultimadamente si tiene sentido o no, termine por unificarlos, con suerte, durante el tercer acto.

Lo anterior ya implica problemas graves dentro de su propio ritmo, pues el primer acto palidece por completo en comparación con el resto de la película, y no solo en la calidad del ritmo, sino también en términos de coherencia y edición. Da la impresión de que esta sección del filme fue abordada como un pizarrón en blanco tapizado con una lluvia de ideas retroalimentada por elementos atractivos que solo funcionaban más adelante, y a falta de encontrar una conexión relevante, o incluso, quizá, ante la urgencia de la producción por el estudio, se terminó optando por los elementos más sencillos de la casualidad que empujen a los personajes a donde, narrativamente hablando, deberían estar.

El elemento humano aportado por la familia Deetz como conjunto jamás llega a despegar por completo, y cuando teóricamente lo hace en el segundo acto, su enfoque surge más con la apariencia de una subtrama que poco a poco adquiere una relevancia mayor. Esto genera un sentimiento de desconexión mayor durante la presentación de los personajes, dando como único hilo conductor relevante, más allá del parentesco, la semejanza temática que la relación entre Astrid y Lydia reflejan de aquella manejada entre Lydia y Delia durante la primera película, y esto es solo de manera conceptual, lo suficiente como para sentirse como terreno familiar.

Por su parte, y al mismo tiempo durante el saturado primer acto, se presenta la situación y relación entre Beetlejuice, Dolores y Wolf Jackson, lo cual destaca como lo más entretenido de esta sección, aportando en pantalla, a través de la gran energía y apariencia que emanan los personajes y sus sets, que esta es la porción del mundo que a Burton realmente le interesaba revisitar; sin embargo, aunque llamativa y divertida, es la sección con mayor incidencia de casualidades dentro de la historia, y peor aún, cuenta con la mayor exposición de conceptos y tramas de gran peso que, desgraciadamente, son abandonadas por completo más allá del inicio del segundo acto.

A partir de aquí, la película atraviesa un segundo periodo de introducción situacional que cambia el panorama de la acción, desviando la atención de la aparente trama principal hacia un nuevo enfoque concentrado en Astrid como protagonista. El ritmo mejora por completo, cosa que no es sorpresa cuando se encuentra un enfoque dirigido, y crece exponencialmente hasta la mezcla de ambos mundos, donde el caos y la diversión realmente pueden justificar el precio del boleto; sin embargo, este conglomerado de historias vuelve a decaer llegado el tercer acto, donde el filme se dedica por completo a la réplica del final de su antecesora, sometiéndose a varias comparaciones que terminan por derribar su valor como historia propia, aún más cuando tramas abandonadas regresan para una resolución rápida y anticlimática.

El elemento estrella que te invita y mantiene en el asiento a la espera de más, que se disfruta por cada instante que tiene en pantalla, es la energética y divertida interpretación de Michael Keaton como el super fantasma titular. Es como si el tiempo jamás hubiera pasado sobre el personaje, con la edad de Keaton actuando como una gran aportación al movimiento y a la voz del personaje, adquiriendo aun más esa repulsiva y descarada personalidad que encantó a las audiencias desde su primera aparición en 1988. Su dinámica con los personajes, los chistes, la manera en que juega con su interpretación; puedes notar que el actor disfrutó de reencarnar el papel, y esa emoción llega hasta la audiencia de manera eficiente, a pesar de que su presencia se sienta como un premio superar el resto del metraje que no cuenta con su presencia.

Winona Ryder y Catherine O’Hara también regresan a darle vida a sus personajes del pasado, pero su interpretación, aunque para nada mala, está plagada de diálogos sin mucho sentido y su aporte pasa sin mucha pena ni gloria, reducidas a pequeñas situaciones que podrían parecer graciosas de manera individual, pero que no funcionan mucho en conjunto, salvo algunos pequeños momentos. El final realmente revela qué tan inmersas estaban sus personajes entre sí y en la propia trama, pues su relación queda un tanto en el aire.

Por su parte, Willem Dafoe y Monica Bellucci son completamente desperdiciados en sus papeles, con ambos reducidos a pequeñas apariciones incidentales que poco o nada aportan a la trama en general, aún cuando sus introducciones fueron de lo más destacado en el primer acto. Estos personajes son completamente descartados sin un rumbo fijo a mitad de la película, y los dotes actorales quedan relegados a ser nombres que, ante su talento internacional, atraerán audiencia a la película.

Cinematográficamente hablando, la película luce de manera muy limpia, con técnicas reconocibles por parte de Burton que es agradable volver a ver, pero es el mundo de los muertos la proeza técnica que realmente se lleva la atención del espectador.

Cada set de ese mundo se encuentra bien diseñado, con una propuesta de iluminación y arte que destaca por su rareza, y esto se nota por completo en el fantástico maquillaje práctico aplicado a los personajes, cuya apariencia caricaturesca no hace más que agregar personalidad al mundo en sí. Estos elementos, una vez más, resaltan lo que pareciera ser el verdadero interés de Burton, pues aquí es donde sucede lo más dinámico visual y narrativamente, se nota la vida en los escenarios y hasta en los extras, y en la manera de grabar la cámara incluso toma un respiro profundo de alivio para tomar verdadera personalidad.

Los efectos prácticos, en este sentido, son también de lo mejor que ofrece la película, pero la implementación de CGI se vuelve una distracción por momentos, y muy claros. Algunas escenas saben utilizarlo a su favor para elevar su arte, pero en otras solo queda como una novedad no terminada.

Al final, Beetlejuice, Beetlejuice resulta como un producto a medio coser. Las bases y el interés para una película mucho más cohesiva e interesante sin duda se encuentran ahí, pero no se desarrolla ni se profundiza en ningún elemento, abandonando todo su potencial.

Si bien esta es la película con más vida y personalidad que Burton ha entregado en un tiempo, donde se nota que disfrutó de su trabajo, la grandiosa interpretación de Keaton y el retorno de la estética del director no son suficientes como para garantizar un producto redondo, pero podría ser la chispa de una inspiración que sorprendería en el futuro.

El valor más grande de este filme, sin duda, es el de entretener, lo cual cumple como si se tratara de un listado de compras. Con el tiempo, quizá, encuentre una audiencia que le ofrezca un espacio en un maratón de Halloween, aunque seguro palidecerá ante la presencia de su antecesora.

Google News