Uno de los tropos de guion que más se han popularizado en los últimos años es el de la crítica social hacia los ricos, usualmente manejada como un claro contraste entre clases donde se especifican todas las malas acciones, y pensamientos, de la clase alta hacia la concepción de la vida, las problemáticas de las clases baja y media, los estereotipos con los que observan al mundo, y lo desinteresados y huecos que llegan a ser como personas; todo esto evolucionando a través de géneros que van desde el drama, hasta la comida y la farsa.

El manejo obsesivo con este tipo de tramas, derivado del Oscar a Mejor Película de Parásitos (Dir. Bon Joon-ho, 2019) y al ambiente sociopolítico global desde entonces, alcanzó un estancamiento en su argumentación, transformándose en historias de un solo truco que comenzaron a recurrir a los extremos de la parodia para enfatizar su mensaje anticapitalista, lo cual, inevitablemente, comenzó a caer en una regurgitación de métodos, situaciones, personajes y mensajes que completaron un círculo vicioso de estereotipos que reafirmaban todas las injusticias socioeconómicas al caricaturizar ambos bandos del debate social, afectando, inevitablemente, a la representación de las clases medias y bajas, pues se terminaba de reafirmar como inevitable sus situaciones bajo la crítica de estudios y realizadores que, claramente, no pertenecen a esos gremios de la sociedad.

Entra la popular narrativa de la Cenicienta como método para una historia de romance, la cual se transformó en parte del género underdog estadounidense que retrata la historia de lucha y superación de los rechazados por la sociedad para volverse grandes y exitosos – usualmente dentro de las normas establecidas por aquellos que los oprimen –.

Si combinamos estas dos estructuras, el resultado sería, técnicamente hablando, un romance con una intención de crítica social, enfocada principalmente en la alta sociedad, que al mismo tiempo muestra el recorrido de un protagonista abriéndose paso en esa misma sociedad, esencialmente, a través del amor.

Lo anterior describe lo que podría ser el esqueleto de Anora como historia en su estado más burdo, por lo que surgen las siguientes preguntas: ¿se trata de una historia crítica con algo que decir o un repite de un tema que no es secreto para nadie? ¿Cómo factoriza el amor en este relato? ¿Se podrán alejar de los estereotipos y clichés que otras películas han retratado dentro de la crítica social, el amor y el cuento de Cenicienta?

Así llega Anora. Dirigida por Sean Baker (Red Rocket, The Florida Project) y protagonizada por Mikey Madison (Érase una Vez en Hollywood, Scream 5), Mark Eidelstein (La Tierra de Sasha, Monasterio), Yura Borísov (Patines de Plata, Centauro), Karren Karagulián (Red Rocket, Tangerine), Vache Tovmasyán (Vitamin Club, Golden School) e introduciendo a Luna Sofía Miranda y Lindsey Normington.

En este frenético romance seguimos la historia de Anora Mikheeva (Mikey Madison), una joven estríper de Nueva York que cree haber encontrado el amor tras casarse con Iván Zajárov (Mark Eidelstein), el hijo de un oligarca ruso que conoció tras una serie de encuentros laborales. Cuando Anora recibe su nueva vida como un prometido cuento de hadas, Toros (Karren Karagulián), el protector de Iván a nombre de su padre, la llevará por un espiral de desesperación cuando el matrimonio deba ser anulado de inmediato.

Durante su recorrido por la Temporada de Premios 2025, Anora recibió cinco nominaciones en los Globos de Oro – la antesala para los Oscar –, divididos en Mejor Película, Mejor Actriz, Mejor Actor de Reparto, Mejor Director y Mejor Guion. Utilizaremos estas bases para guiar la estructura de la siguiente reseña.

Iniciemos con el elenco. Mikey Madison, actriz principal dentro de la película y nominada por Mejor Actriz, hace un fantástico trabajo al cargar completamente con todo el desarrollo emocional dentro del filme, enfatizando su actuación en dos elementos destacables y reconocibles: energía y sutileza. Por un lado, y lo que seguramente le valió la nominación de manera masiva, Madison expresa una galería eufórica llena extremos, donde su voz, acciones, expresiones y emociones llegan al punto extremo de la desesperación, la ira, el miedo y la negación, enfrascando a su personaje en un magnífico frenesí que domina cada escena en la que participa de esta manera, posicionándola, indudablemente, por sobre todo el cast en cada situación similar; algo parecido sucedió con la actuación de Adam Sandler en Uncut Gems (Dir. Benny & Josh Safdie, 2019), donde Sandler dividía su energía explosiva carga de dramatismo y exageración con un lado mucho más sensible y atenuado que iban perfectamente de la mano con un montaje acelerado.

La sutileza de Madison, por otro lado, es fácil de pasar por alto, en especial cuando el filme se toma muy poco tiempo para explorarlo de manera convencional, y es aquí cuando la cinematografía entra en juego. Aunque no mencionada en las nominaciones, el manejo de los encuadres ayuda a que la sutileza de Madison nos cuente una historia en paralelo mucho más íntima para el personaje, donde sus sueños y pensamientos se van desmoronando uno tras otro a medida que atraviesa cada conversación. El uso de espacios negativos, fondos sólidos, colores fríos y pequeños momentos contemplativos permiten que la joven dentro de Anora, como personaje, salga a flote en una serie de momentos que la definen como eso, una joven confundida en el viejo duelo del amor que se afronta a la cruel realidad de los encuentros efímeros.

Por otro lado, Yura Borísov, nominado a Mejor Actor de Reparto, es un contrapeso al filme en sí mismo, pues su personaje – un joven ayudante de los hombres de Toros – es el único que puede definirse como tranquilo, entendido de quién es, de donde viene y lo que quiere ser. Borísov representa un silencio necesario en medio de todo el caos que la película nos presenta, creando algunos de los momentos en donde Madison hace brillar la sutileza de su personaje. En ese contexto, Borísov actúa como un vehículo en la narrativa, una idea del hombre común, ideal y centrado, dentro de un círculo oligárquico que, al final, actúa como un ancla hacia la realidad para Anora.

Ambas actuaciones se enroscan en una danza de diálogos sutiles que culminan en un acto final llena de significado para ambos, especialmente para Anora, donde se da la verdadera oportunidad verse como vulnerable y entender su único pecado dentro de la historia: ser una joven que, quizá, creyó demasiado en el amor.

La dirección por parte de Sean Baker logra encapsular toda la energía y el frenetismo de las situaciones, creando momentos de genuina tensión y estrés con la mínima de las conversaciones, eligiendo encuadres cerrados y acercamientos en primer plano para enfatizar cada una de estas emociones. Al mismo tiempo, las expresiones de los actores dan momentos de alivio a la tensión, así como un muy buen manejo entre la comedia, el drama y el suspenso, lo suficiente como para que la edición se comporte de manera milimétrica y le permita a la audiencia sentir una montaña rusa de emociones en pocos segundos.

Llegamos al punto de Mejor Película y Mejor Guion, y para ello hay que analizar su historia y narrativa. Retomando los puntos propuestos en la introducción de la presente – la narrativa de la Cenicienta y la crítica social como argumentos esenciales dentro de la identidad del filme – Anora realmente no hace mucho para innovar dentro de estos gremios, especialmente cuando su descripción sobre la crítica de la clase alta elige una representación fiel, pero al mismo tiempo estereotípica, de la imagen oligárquica rusa en Estados Unidos, lo que deja muy en claro la identidad de los personajes rusos una vez entran en la historia – seres carentes de interés emocional, donde la preservación de su dinero, y especialmente de su estructura familiar, son las prioridades máximas de su existencia, relegando al resto como seres inferiores tanto por temática socioeconómica como por naturaleza.

El elemento de la Cenicienta descubre el hilo negro dentro de la película, convirtiéndose en una crónica de una muerte anunciada en el sentido de que la audiencia ya sabe la dolorosa lección que le espera a Anora al final de su efímero encuentro.

Efectivamente todas las piezas caen en su lugar conforme avanza la trama, dejando espacio a una breve interpretación sobre el valor del amor en tiempos modernos, solo que esta crítica queda diluida en el contexto extremo de los personajes, donde el resultado no es inesperado ni inevitable, a pesar de la química entre sus protagonistas. Esto justifica que la decisión de la nominación en estos rubros sea la ejecución de su montaje, su edición en ritmo frenético, y la sutil colocación de escenas sensibles que culminan en un final lleno de gran relevancia emocional, el cual se siente como un verdadero clímax para la protagonista.

Al final, Anora resulta en un romance cómico dramático donde la idea de la euforia y la fragilidad del amor es manejada conjunto a una historia de crítica social que, desgraciadamente, no aporta al argumento contemporáneo, limitándose a establecer su historia dentro de un limitado margen de estereotipos que sirven a la historia por mera efectividad. Lo anterior no es del todo malo, pues nos encontramos ante un ritmo vertiginoso resaltado por un reparto lleno de fantásticas interpretaciones que aseguran una historia entretenida e interesante.

Si bien el mensaje puede quedar un poco corto, se trata de una película que se merece las nominaciones por mero logro técnico, especialmente por el trabajo de su actriz principal.

9/10

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