En la tranquila comunidad de San Francisco La Unión, ubicada en el municipio de Tlahuapan, Puebla, se encuentra un santuario dedicado a la preservación de los colibríes, impulsado por la

Este refugio es obra de Ángel Díaz, un ambientalista poblano que, tras regresar de Estados Unidos, decidió invertir en la creación de un espacio seguro donde estas aves puedan vivir lejos de los peligros de la caza furtiva y otros riesgos ambientales.


Características del Santuario del Colibrí

El Santuario del Colibrí ofrece un entorno ideal para estas pequeñas aves gracias a la instalación de más 30 bebederos y la plantación de flores ricas en néctar que florecen durante todo el año.

Entre mayo y noviembre, es posible observar hasta 25 especies diferentes de colibríes, atraídas por las plantas tubulares y de colores brillantes que crecen en el lugar.

Díaz se ha comprometido a mantener el santuario protegido de personas que practican la brujería o la santería, ya que considera que representan una amenaza para las aves. En cambio, se dedica a la reforestación continua con plantas que favorecen su alimentación natural.


¿Cómo llegar al Santuario del Colibrí?

San Francisco La Unión está a aproximadamente una hora y 30 minutos en coche desde el Centro Histórico de Puebla. Para llegar al santuario, puedes tomar la autopista México-Puebla 150D, siguiendo la ruta hacia el centro-oeste del estado.

El municipio de Tlahuapan limita al norte con Tlaxcala y al sur con San Salvador El Verde, lo que lo convierte en un destino ideal para una escapada rápida desde la ciudad.



Recomendaciones para visitar

Si deseas conocer este mágico santuario, es necesario hacer una reservación previa llamando a los siguientes números: 248 227 1207, 248 130 2273 y 748 106 9737.

Los colibríes son aves que pertenecen a la familia Trochilidae y al orden de los Apodiformes. Son originarios de América y se caracterizan por su pequeño tamaño, su colorido plumaje y su habilidad única para volar en cualquier dirección, incluyendo hacia atrás.

Pueden mantenerse suspendidos en el aire gracias a sus rápidas y potentes alas, que pueden llegar a aletear hasta 200 veces por segundo, permitiéndoles alcanzar velocidades de 95 kilómetros por hora. Su metabolismo es extremadamente rápido, con una frecuencia cardíaca que puede llegar a mil 260 latidos por minuto.

Estas pequeñas aves tienen un pico especial diseñado para alimentarse del néctar de las flores, y son importantes polinizadores de más de mil especies de plantas en todo el continente americano. En México, habitan 57 especies de colibríes, de las cuales 13 son endémicas, aunque varias están en peligro de extinción.


La importancia del colibrí en México

Los colibríes no solo son fascinantes por su biología, sino también por el profundo simbolismo cultural e histórico que tienen en varias civilizaciones mesoamericanas, como los aztecas y los mayas.

Entre los mexicas (aztecas), los colibríes tenían un significado espiritual especial. Se creía que eran mensajeros entre el mundo de los vivos y el reino de los muertos. Según las creencias, los colibríes podían llevar los pensamientos y deseos de las almas que habían partido, especialmente los de guerreros caídos y mujeres muertas durante el parto, quienes se transformaban en colibríes y acompañaban al Sol en su recorrido diario.

Otra leyenda mexica dice que estos pájaros llevaban mensajes de amor entre las personas y los dioses, conectando el mundo terrenal con el divino. Además, se decía que las almas del Mictlán (inframundo) podían habitar los cuerpos de los colibríes durante la noche para visitar a sus seres queridos en la Tierra.

El colibrí también está vinculado a la deidad Huitzilopochtli, cuyo nombre significa “colibrí del sur” o “colibrí zurdo”. Huitzilopochtli era el dios de la guerra y el sol, y los mexicas creían que la energía y fuerza del colibrí eran comparables a la de su dios tutelar.



Además de ser conocido como colibrí, esta ave tiene diferentes nombres en varias culturas:

  • Picaflor
  • Zumbador
  • Pájaro mosca
  • Chuparrosa
  • Chupamirto

En algunas regiones de México, se le llama “porquesí”, por su apariencia caprichosa.

En Oaxaca, los zapotecas lo llaman “biulú”, que significa “lo que se queda en los ojos”, una referencia a la impresión duradera que deja tras ser visto.

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