En México, es común colocar alimentos y bebidas en las ofrendas o altares que se montan en ocasión del Día de Muertos, y existe la creencia de que esos elementos no se pueden consumir.
En general, se considera que los espíritus consumen la esencia de los alimentos y bebidas, así como que sería una falta de respeto consumir los alimentos y bebidas que se les han ofrecido.
Esto ha dado pie a una prolongada polémica social sobre el destino de esos elementos una vez que concluye la conmemoración.
La razón por la que no se deben consumir los alimentos o bebidas de una ofrenda está ligada a su estado de conservación y, por lo tanto, a su eventual contaminación.
Al respecto, hay que considerar que, al estar a la intemperie y generalmente no tapados, los alimentos preparados pueden sufrir una descomposición acelerada, mientras que otros elementos, como las frutas, ante la cercanía del calor emanado de las velas o veladoras, pueden acelerar su descomposición o maduración.
La lógica indica que, antes de consumir cualquier alimento o bebida que se ha colocado en una ofrenda, lo recomendable es cerciorarse de su estado para determinar si es viable su ingesta. Esto implica que la comida se puede ingerir, siempre y cuando no esté en descomposición o echada a perder.
En general, elementos como la fruta, los dulces y las calaveritas de azúcar se mantienen en buen estado durante varios días; sin embargo, los guisados y otros elementos que requieren generalmente refrigeración pueden representar un riesgo.
El pan de muerto puede estar endurecido, pero generalmente es consumible con atole, té, chocolate o café.
En todo caso, la creencia general al respecto indica que al menos debe pasar un día después de que se han ido los espíritus para consumir los alimentos y bebidas que se han colocado en la ofrenda.