En el México colonial del siglo XVIII, las chinas eran mujeres mestizas que no servían a nadie y que vivían con comodidad, porque se mantenían con su trabajo o gracias a un esposo o un amante.
En su artículo, “La china mexicana, mejor conocida como china poblana”, publicado en la revista Anales de la Antropología, la investigadora María del Carmen Vázquez Mantecón, refiere que en un entorno donde los valores predominantes eran los inculcados por el catolicismo, donde el principal valor femenino era la virginidad, las chinas escandalizaron y sedujeron a muchos.
Su presencia física y apogeo se dio entre 1840 y 1855 en la plenitud de los gobiernos criollos, en los que ellas se caracterizaron por tener poco apego a las convenciones impuestas.
Aunque desaparecieron hacia la segunda mitad del siglo XIX, trascendieron en el imaginario mexicano, y desde entonces están presentes en el estereotipo de la china poblana, que ha llegado a convertirse en un símbolo de identidad, y que, según los dictados oficiales más nacionalistas, representa las gracias y virtudes de la mujer mexicana
Manuel Payno definió a la china como la mujer de ojos ardientes y expresivos, cutis aceitunado, cabello negro y fino, pies pequeños, cintura flexible, formas redondas, esbeltas y torneadas, sin educación esmerada, muy limpia, que sabía leer, coser y cocinar al estilo del país, que zapateaba jarabes y otros sones en los fandangos, y podía repetir de memoria el Catecismo del padre Ripalda.
Con respecto al origen de la ropa característica de la china, y a su fuerte presencia en otras regiones de México, incluida la capital, se discutió durante la época de su esplendor si había sido la ciudad de Puebla el lugar de su cuna.
En los retratos que hizo Claudio Linati en 1828 de los trajes mexicanos más famosos, no la registró todavía. Fue hacia 1834 cuando el alemán Carl Nebel oyó decir que el vestido había sido diseñado en Puebla.
En una de las primeras imágenes que dibujó de unas poblanas, las representó vestidas de castor con lentejuela; esto refleja sin duda una idea que predominó en todos los que desde el siglo XIX se ocuparon de desentrañar su origen.
Payno era de la opinión de que a la verdadera china habría que buscarla en Puebla o en Guadalajara.
La idea de que el traje era originario de Puebla se entrelazó en el siglo XX con el relato popular de la historia de una mujer oriental que por azares del destino fue llevada finalmente a esa región de México en el siglo XVII.
Según Nicolás León, que escribió sobre ella en 1921, se llamaba Mirra, y había nacido en Delhi, región que se conocía en su tiempo como el Gran Mogol, y en la Nueva España fue vendida como esclava con el nombre cristiano de Catarina de San Juan, apelativo que le habían puesto los jesuitas en Filipinas.
Apunta Guillermo Prieto, que en Puebla se casó con el “chino esclavo Domingo Juárez”, de donde le vino a ella el sobrenombre de “La china”.
Al morir, se imprimió su vida y circuló por toda Puebla; como en ella se le atribuían supersticiones y falsos milagros, la Inquisición la recogió.
Aún y cuando Catarina es considerada como el origen de la leyenda de la china poblana, durante dicha época no existen menciones a ella como tal.
Acerca del conocido traje de la china poblana, algunos autores señalan a Catarina como la responsable de dicha vestimenta, pues vestía de “camisa blanca con finos bordados, zagalejo de franela roja salpicada de brillantes lentejuelas y chancletas de seda verde”.
Existen otras versiones que señalan que las chinas retomaron elementos de la “ropa de las salmantinas españolas, con la de las indígenas de la Chinantla oaxaqueña, con la de las lagarteranas (de Toledo) y, como se dijo repetidamente desde el siglo pasado, con la de la maja andaluza”.
El artículo de Vázquez Mantecón señala que “Desde tiempos muy antiguos se acostumbraba el uso de abalorios, aljófares y chaquiras, tanto en el llamado Viejo Mundo, incluidos Asia y África, como en el Nuevo. (…) Una característica de las chinas mexicanas es que bordaban sus castores con muchas lentejuelas, planchitas de metal brillante que se pusieron de moda desde fines del siglo XVIII”.
Ya con el paso de los años “las chinas desaparecieron de la sociedad mexicana al mismo tiempo que la prostitución se institucionalizaba con reglamentos, políticas sanitarias y permisiones, y el romanticismo tardío convertía ahora a la prostituta en la heroína de sus relatos”, señala la autora.
Y detalla que paradójicamente la china pasó de ser una mujer impúdica a ser ensalzada por su vestido como “portadora como un dechado de los valores de la mujer mexicana”. (Con información de Unión Puebla)
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