La calle 6 Oriente en el tramo comprendido entre la 5 de Mayo y la 4 Norte, es una de las vías de mayor tradición en el Centro Histórico y actualmente se conoce como La Calle de los Dulces, pues las vitrinas de los establecimientos lucen una amplia variedad de postres típicos.
Pero la calle no siempre tuvo ese nombre porque antes, cuando la nomenclatura de la ciudad no era numérica, se le conocía como la “Calle de la Portería de Santa Clara”, pues desde el siglo XVII se ubicó aquí el convento de las monjas clarisas que se hicieron famosas por sus deliciosos dulces de camote y sus tortitas cubiertas con jamoncillo de pepita.
La gastronomía de Puebla es tan vasta que no sólo puede presumir el mole, los chiles en nogada y otras recetas emblemáticas, pues también se dio a conocer por sus dulces, deliciosos y de nombres peculiares: mostachones, mazapanes, macarrones, condumios de cacahuate, mechitas de ángel, tortitas de cielo, molletes, arrayanes, rompemuelas, muéganos, gaznates, novias, marinas y, por supuesto, camotes y borrachitos.
La gran variedad de dulces típicos que forman parte de la riqueza gastronómica de Puebla tuvieron sus orígenes en la época virreinal, con una importante aportación de conventos como los de Santa Mónica y Santa Rosa.
Fue en los recintos conventuales donde se elaboraron por primera vez toda la gama de dulces que por su característico sabor y gran calidad se han vuelto famosos en México y en el mundo.
Tal es el caso de las tortitas de Santa Clara, los camotes poblanos o camotes de Santa Clara, limones rellenos de coco, jamoncillo, cacahuates garapiñados, macarrones, frutas cristalizadas, muéganos o el piñón con leche quemada, entre otros.
Son herencia mestiza de la conquista que pasó primero por las cocinas conventuales y de ahí hacia las fábricas artesanales.
La fusión de la cocina española e indígena trascendió desde la época colonial en manos de monjas y esclavas mulatas hasta ser parte hoy de la cultura mexicana.
Ivon Encinas Hernández, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), refiere que la elaboración de algunos manjares azucarados tiene relación con la producción de arte virreinal.
“Por ejemplo, se dice que se utilizaba tanta clara de huevo para pegar las laminitas de oro de un retablo, que los poblanos se las ingeniaron para utilizar la yema en algo más; es así que surgen dulces elaborados con yemas de huevo, como los huevos reales, uno de los postres más tradicionales de la época”, señaló la investigadora.
Con más de 300 dulces, además del camote con sabores a frutas, destacan en Puebla los "borrachitos", rollitos de harina y azúcar con un poco de licor; los "mazapanes", pasta de cacahuate; y los "muéganos", de harina de trigo y caramelo.
El camote poblano, el dulce más famoso de Puebla, se originó en el convento de Santa Rosa en el siglo XVII, ya que las monjas recibían grandes donaciones de camotes.
Se dice que el obispo Manuél Fernández de Santa Cruz y Sahagún visitaría el convento, fue entonces cuando una joven de nombre Angelina sugirió elaborar un nuevo platillo aprovechando los camotes.
A los dulces típicos de Puebla se les considera como una auténtica delicia desde la época Colonial.
Eran tan famosos, que se construyó la “Casa del Alfeñique”, una joya colonial que imitaba en sus adornos a los alfeñiques: los dulces típicos de pasta de azúcar con aceite de almendra.