Puebla, un estado rico en historia, cultura y misterio, guarda en sus rincones un sinfín de leyendas que han sido transmitidas a lo largo de los siglos.
Rodeada de mitos y relatos ancestrales, esta tierra ha sido escenario de eventos inexplicables y tenebrosos que aún resuenan entre sus habitantes. Sin embargo, una de sus historias más crueles ha sido olvidada con el tiempo, sepultada en la memoria colectiva de sus habitantes.
En el corazón de Tlaxcalancingo, una comunidad ubicada en el municipio de San Andrés Cholula, Puebla, se cuenta una historia antigua y mística sobre una sirena llamada Cihuapilli. Esta leyenda, que ha perdurado en la memoria colectiva del pueblo, describe cómo la presencia de Cihuapilli fue determinante para la abundancia de agua en la región, un recurso esencial en una zona de clima árido.
La leyenda narra que Tlaxcalancingo estaba rodeado por cuatro cerros: Tlaxcalancin al norte, Acahualtepetzin al sur, Coyotepec al oeste y Axocotzin al este. Fue en el cerro Axocotzin donde los hombres locales afirmaban ver, en ciertas ocasiones, a la sirena Cihuapilli.
La describían como una figura hermosa y enigmática, que aparecía sentada en la cima, cepillando su largo cabello mientras observaba el horizonte. Sin embargo, sus apariciones no eran para todos: solo los hombres de la comunidad podían vislumbrarla, y cada vez que alguien se encontraba con ella, la sirena pedía favores o tributos a cambio del agua que ella controlaba en la región.
Un día, un brujo visitó la comunidad y le reveló a un campesino local el secreto para obtener agua en abundancia. Según el brujo, debía cavarse un hoyo profundo en el cerro Axocotzin, de donde el agua brotaría para abastecer las zanjas de los terrenos vecinos.
Sin embargo, había un precio oscuro y aterrador: el brujo explicó que debían enterrar viva a una mujer joven en el fondo del hoyo. Solo así Cihuapilli permitiría que el agua fluyera libremente y con abundancia.
El campesino llevó la noticia al pueblo, desatando la inquietud de los habitantes.
Nadie quería ofrecer a una de sus hijas para el sacrificio, hasta que un hombre, bajo los efectos del alcohol, ofreció a su hija para cumplir el rito. En los días previos, el hombre fue tratado con lujos y alcohol para reforzar su decisión, mientras la joven fue llevada a Atlixco, aparentemente para protegerla hasta el día señalado.
Cuando el momento llegó, los habitantes de Tlaxcalancingo acompañaron al brujo y al campesino en una procesión solemne hacia el cerro. Llevaban consigo una jícara roja llena de agua, que derramaron sobre el cuerpo de la joven mientras la enterraban en el hoyo. Al cabo de unos días, el agua comenzó a fluir desde el cerro, cubriendo el territorio con riachuelos y zanjas que fertilizaron las tierras y permitieron el desarrollo de la agricultura y la apicultura en la región.
Hoy en día, Tlaxcalancingo es conocido por su abundancia de agua, y los habitantes aún recuerdan esta leyenda como parte de su historia, pues creen que fue gracias al sacrificio y a la intervención de la sirena Cihuapilli que el pueblo goza de este vital recurso.
Aunque cruel y perturbadora, esta leyenda permanece en la memoria del pueblo, recordando los pactos y sacrificios que sus antepasados realizaron en su lucha por la supervivencia.