En México, primordialmente en las zonas rurales, aún se conserva la costumbre de rezar cuando se registra un movimiento telúrico. Sin embargo, no se trata de un recurso nuevo, ya que durante la etapa histórica conocida como la Colonia, y como parte de la influencia religiosa, los sismos eran considerados una suerte de castigo divino.
En consecuencia, la población rezaba, con devoción, padres nuestros y avemarías para pedir que cesara el movimiento.
Los sismos eran considerados una forma de castigo divino ocasionado por los pecados de la población. Cuando se registraba un temblor, las campanas de las iglesias alertaban a la población y los habitantes comenzaban a rezar, ya sea un padrenuestro o un avemaría. Al finalizar el movimiento, la gente medía su duración por el número de oraciones realizadas.
Es importante considerar que, durante la Colonia, la Iglesia tenía una probada y amplia influencia social, que le permitió modular el comportamiento de la población.
De hecho, aún en la actualidad, hay poblaciones en las que se conserva la costumbre de arrodillarse y comenzar a rezar en el momento en que se registra un sismo, aunque generalmente se asume como una costumbre sin un efecto palpable significativo.
En el plano religioso, durante algún tiempo se promovió a nivel social la realización de rezos y cadenas de oración con la finalidad de que cesaran las catástrofes naturales.
En el ámbito religioso, hay dos santos a los que se acude en casos de terremotos y sismos:
Emigdio de Áscoli (273 - 303 o 309) fue un obispo romano y mártir de la Iglesia católica, patrón de la ciudad y de la Diócesis de Ascoli Piceno, y protector contra los terremotos.
San Gregorio Taumaturgo (213-270), a quien la población invocaba en casos de inundaciones y terremotos. Se dice que con sus oraciones y sacrificios logró detener terribles inundaciones que amenazaban con acabar con todos los cultivos y casas de la ciudad.