La celebración del Día de Muertos, desde la visión indígena, implica el retorno transitorio de las ánimas de los difuntos, quienes regresan a casa, al mundo de los vivos, para convivir con los familiares y para nutrirse de la esencia del alimento que se les ofrece en los altares puestos en su honor, aquellos que se adelantaron regresan del Mictlán.
Durante dos días, México vive esta celebración en la que las familias recuerdan a sus seres queridos mediante diversos ritos y ofrendas, las cuales contienen elementos antiguos y coloniales.
Y para comprender la muerte y el Mictlán, es necesario entender la cosmovisión de los mexicas. Los mexicas tenían una concepción dual y cíclica del mundo. Para este antiguo pueblo, la vida sé regía por pares opuestos: vida y muerte, hombre y mujer, frío y calor, noche y día, entre otros.
Mónica Luna López, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y autora del texto “El camino al Mictlan. ¿Camino al tormento o camino al origen?”, señala que para los mexicas “la muerte significaba la desagregación y dispersión de los componentes del ser humano”. Es decir, era una transformación y parte de un proceso cíclico.
Mientras que para el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma: “Los mexicas pensaban que Tlaltecuhtli, diosa de la tierra, devoraba y paría a los cadáveres para que, los individuos muertos, renacieran a una ‘nueva vida’ en la que podrían continuar su tránsito hasta llegar al lugar que les correspondía según la causa de su muerte”.
Luna Lopez indica que la muerte es un tema intrigante, una preocupación inmersa en el pensamiento desde el inicio de los tiempos, un proceso cotidiano e irreversible cuyos intentos por evitarlo y trascender se han convertido en una lucha eterna; nos lleva a pensar en quiénes somos y genera angustia ante la finitud, aunque no por el suceso en sí, sino por lo que haya después.
La idea de trascender ha creado valores para calmar la incertidumbre y afrontar el final con sitios para el descanso eterno, como el más allá; en la cosmovisión nahua había cuatro, tal vez erróneamente llamados “infiernos”, a donde se iba según la manera de morir: el Chichihualcuahco, el Tlalocan, el Sol y el Mictlán.
Andrés Medina Hernández, investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, señala que el Día de Muertos se ha convertido en un símbolo nacional.
El Mictlán es una creencia sobre el lugar donde van los muertos. Por ejemplo, los que morían ahogados se iban al Tlalocan con el dios Tláloc.
Para llegar al Mictlán, añade, las almas llegaban a un río donde sólo podían cruzar con un perro pardo –ni blanco ni negro–, y así ingresaban a otra dimensión.
Se trata de un camino que se ensancha poco a poco hasta desaparecer. “No hay muerte real sino una sensación de avanzar, luego se desaparece y se entra en una totalidad impersonal”.
De acuerdo con la filosofía mexica, la muerte era un proceso que duraba cuatro años, que era justamente el mismo tiempo que un cuerpo tarda en desintegrarse hasta quedar solo el esqueleto.
En ese periodo, los difuntos tenían que cruzar nueve casas o habitaciones hasta llegar a su destino final.
En su libro La Muerte entre los mexicas, Matos Moctezuma señala que de acuerdo con los escritos de fray Bernardino de Sahagún, a los 80 días del fallecimiento de una persona, el cuerpo era quemado junto con su perro, los restos eran depositados en jarros u ollas con una piedra verde y finalmente eran enterrados dentro de las casas.
Además, los antiguos mexicas pensaban que los difuntos eran ayudados por un perro para cruzar el río Chiconahuapan.
El Gran Diccionario Náhuatl, indica que mictlan significa infierno, otros lo traducen como “lugar de los muertos”. A esta región también se le conoce como
Además existen diversas leyendas, representaciones visuales y códices antiguos que definen al Mictlán como un lugar desconocido, peligroso y oscuro, el cual tiene nueve niveles. Estos nueve niveles están relacionados con la putrefacción, lo fétido, lo frío, lo húmedo, lo acuoso, la oscuridad y la noche.
A este lugar también se le relaciona con los búhos, murciélagos, gusanos y ciempiés, animales que estaban al servicio de Mictlantecuhtli y su consorte Mictecacíhuatl.
Diversos investigadores han señalado que el Mictlán se ubicaba en el norte, pero también en el centro y debajo de la Tierra.
Y es que en la cosmovisión mexica, la Tierra era considerada como un ser que devoraba la carne de los difuntos. A la hora de morir, los mexicas pensaban que estaban saldando su deuda con la Tierra, ya que al morir, le daban continuidad al ciclo del universo.