El consumo de caracoles como alimento data de la era prehispánica, aunque ha disminuido con el paso de los años y la evolución social. Sin embargo, aún es posible conseguirlos y prepararlos en el tradicional mole, en caldos o incluso sofritos.
En algunas localidades, como en Zacatecas, hay granjas dedicadas a la crianza de caracoles para su venta con fines de consumo. En estados como Hidalgo y Tlaxcala, los caracoles siguen siendo consumidos.
En 2018, el mixiote de caracol en mole adobo con hierbas de olor, preparado por 1812 Restaurante Bar, ganó el primer lugar en la Feria Gastronómica Saborea Hidalgo.
La revista Ambigu, en su portal electrónico, señala que “su consumo no se popularizó en México debido a un mito que lo ubica en cementerios. Son los caracoles de tierra (panteoneros, se les decía), que se encontraban en magueyales, milpas, alfalfales, jardines y, en general, en espacios húmedos”.
En Hidalgo y el Estado de México, se promueve la helicicultura, es decir, la cría de caracoles en invernaderos para exportación. En Apaxco, por ejemplo, hay lugares que ofrecen “pulque y caracoles”.
Se considera que en México, los caracoles son un buen nutriente, bajo en grasa, alto en agua y proteína. Se cocinan a la mantequilla, al mojo de ajo, a la mexicana, en caldo tlalpeño, en cóctel o con mole.
También se preparan en tlapique, una especie de tamal sin masa, con hierbas, verduras, nopales, chile seco y caracoles. El envoltorio se ata, se coloca en el comal caliente y se le da vuelta con cuidado.
Los caracoles contienen 16 gramos de proteína por cada 100 gramos de carne comestible, considerada de alta calidad.
Además, se les atribuyen propiedades afrodisíacas debido a su alto contenido de albúmina, una proteína producida por el hígado que ayuda a mantener el líquido dentro del torrente sanguíneo sin que se filtre a otros tejidos y transporta diversas sustancias por el cuerpo, como hormonas, vitaminas y enzimas.
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