Aunque las celebraciones del Día de Muertos se realizan el 1 y 2 de noviembre, en algunos lugares hay fechas específicas para celebrar a ciertos difuntos, como en el caso de los difuntos pequeños o muertos chiquitos,
De tal manera, que las celebraciones comienzan desde el 28 de octubre. Así es como la tradición señala que se recibe a los difuntos:
En algunos hogares campesinos, de extracción mestiza o indígena, y aún entre algunas familias urbanas, el 31 de octubre se elabora la ofrenda dedicada a los niños o “angelitos”.
Se tiene la creencia de que sus ánimas llegan el día primero de noviembre para nutrirse de la esencia y el olor de los alimentos que sus padres les prepararon.
Es importante que la comida que se coloca en el altar de los “angelitos” no debe condimentarse con chile, porque les haría daño.
Es imprescindible que las flores y los candelabros sean blancos, pues este color simboliza la pureza de estos inocentes difuntos.
A los niños muertos se les ponen dulces de alfeñique, pasta elaborada con azúcar, con este material se fabrican figuras de animalitos, canastitas con flores, zapatos, ánimas y ataúdes.
En otros lugares, los altares se adornan con juguetitos de barro pintado con colores alegres; así cuando lleguen las ánimas de los difuntos “chiquitos” podrán jugar tal como lo hacían en vida.
Todos los altares cuentan con panes en miniatura, pues es sabido que a los niños les gusta mucho, al igual que las tortillas, la fruta y el dulce de calabaza.
Además, es característico que todos los elementos que conforman el altar de los “angelitos” estén elaborados a una escala reducida. Ninguno es grande, ni pueden ponerse objetos que pertenezcan a los altares de los adultos. De ser así, los niñitos se enojarían, se pondrían tristes y no comerían lo ofrecido.
Lo que es cierto durante esta tradición mexicana, el altar está lleno de muchos elementos y todos tienen un sentido y un significado especial y una justificación detrás.
Una vez terminadas estas celebraciones del Día de Muertos, la levantada de la ofrenda se lleva a cabo el 3 de noviembre cuando la familia hace un intercambio de la comida de las ofrendas y va al panteón a dejar flores.
En el año 2003, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), declaró esta festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por su importancia y significado en tanto se trata de una expresión tradicional -contemporánea y viviente a un mismo tiempo-, integradora, representativa y comunitaria.
Para la UNESCO, el encuentro anual entre los pueblos indígenas y sus ancestros cumple una función social considerable al afirmar el papel del individuo dentro de la sociedad. También contribuye a reforzar el estatuto cultural y social de las comunidades indígenas de México.