El historiador Enrique Krauze (Ciudad de México, 1947) ha centrado mucho de su trabajo intelectual a hacer la crítica al poder presidencial, lo asume como una tarea central: “El intelectual debe criticar al poder. Esa es su función. El único ‘poder’ que tiene el intelectual es el de la persuasión razonada sobre los asuntos de interés público dirigida al lector”. Lo ha hecho con rigor desde 1982 hasta la actualidad, desde José López Portillo hasta Andrés Manuel López Obrador.
El autor de Por una democracia sin adjetivos, La presidencia imperial y El poder y el delirio, entre otras obras, asegura que tras hacer la crítica del poder en México en ocho sexenios mantiene la misma certeza que sostuvo incansablemente Daniel Cosío Villegas en libros, ensayos, artículos, desde 1968 hasta su muerte en 1976: “La nación debe entender que no tiene hoy un problema tan grave y tan urgente como el de limitar el poder de la autoridad oficial, y de un modo particularísimo el del presidente de la República… No puede señalarse el caso de una nación que lleve una vida democrática saludable y en la cual un solo hombre detente la suma de poderes legales y extralegales, de que dispone aquí el jefe del Ejecutivo”.
Enrique Krauze señala la urgencia de pasar de una presidencia imperial a una presidencia institucional, la necesidad de reconstruir la concordia perdida, y manifiesta su fe en la sociedad civil y en especial en los jóvenes; lo hace desde su crítica al poder que guía los 13 ensayos que el escritor, biógrafo y editor ha reunido en su nuevo libro, Crítica al poder presidencial. 1982-2021, publicado por Debate, del cual habla en entrevista con EL UNIVERSAL.
¿El juicio de Daniel Cosío Villegas fue válido para todos los presidentes que usted ha criticado en 40 años?
Sí, fue válido y sigue siendo válido. Y justamente para probarlo he publicado mi libro. Ahí el lector podrá ver los estragos que causó el poder presidencial en tiempos del PRI, sobre todo en los sexenios de López Portillo, De la Madrid y Salinas de Gortari. En el sexenio de Zedillo hubo la transición a la democracia electoral y el poder presidencial se acotó un poco, pero siguió siendo excesivo, caprichoso, frívolo, irresponsable, cerrado y errático, como podrá comprobar el lector en las críticas que publiqué en su momento a Fox, Calderón y Peña Nieto. Y, por desgracia, con López Obrador esa concentración de poder se ha acentuado al grado de encaminarnos a una autocracia.
Parecería entonces que su generación intelectual no ha ganado su más importante batalla: pasar de una presidencia imperial a una institucional, incluso la ve regresar con más fuerza.
Creo que la generación de 1968 hizo una contribución histórica a la conquista de las libertades en México. Y contribuyó también a la conquista de un marco legal e institucional que permite a los ciudadanos elegir libremente a sus gobernantes. Esos dos componentes claves de una vida democrática no existían en la era del PRI, que Vargas Llosa bautizó como “la dictadura perfecta”. Pero esas conquistas nunca son definitivas, hay que renovarlas día con día. Hoy han regresado algunos aspectos muy negativos del viejo régimen, en particular la excesiva concentración de poder en el presidente, más propia de la presidencia imperial que de una presidencia institucional. Así que ahora toca a las generaciones actuales defender esas conquistas.
Si tenemos el poder de decidir ¿por qué tomamos malas decisiones y elegimos gobernantes que cancelan la libertad y las instituciones democráticas?
Desde 1997 en que el PRI perdió las elecciones legislativas intermedias hasta ahora, gracias a la existencia de un Instituto Electoral independiente, la gente ha tomado el destino en sus manos. Pero esa democracia electoral que conquistamos hace 25 años y que ejercemos en cada elección no impide que los ciudadanos se equivoquen ni asegura que acierten. La democracia es un mecanismo que funciona como un lento aprendizaje ciudadano. Si el ciudadano se equivoca, en la siguiente elección pensará mejor. Si acierta, refrendará su preferencia. Hasta este momento, los ciudadanos mexicanos no han elegido gobernantes que hayan cancelado las libertades y las instituciones democráticas, pero creo que el gobierno actual sí ha dado pasos preocupantes, incluso alarmantes, en ese sentido. Me refiero al acoso a periodistas, escritores, académicos, instituciones y medios críticos de su gestión. Me refiero también al acoso al INE. Y ahora a la anulación, de facto, de la transparencia en el uso de los dineros públicos.
¿Considera que hay un regreso a los 70 cuando este gobierno ve con recelo el elitismo y cosmopolitismo artístico y cultural?
En los 70 no había hostigamiento al mundo artístico o cultural. Menos aún al académico. Hubo hostigamiento a la prensa y a los intelectuales críticos. Echeverría propició en 1974 la publicación de un libelo difamatorio contra Cosío Villegas, y en 1976 dio el golpe al Excélsior de Scherer.
¿Por qué es tan común en los gobernantes hacer uso político de la historia? ¿Cómo la usaron los ocho presidentes que usted criticó?
Ocurre en todas partes, no sólo en México. Es un recurso habitual del poder para legitimarse con el manto del pasado o con personajes del pasado que, por supuesto, no tienen voz ni pueden defenderse de ese uso. Castro utilizó a Martí, Chávez a Bolívar. En México abusaron de ese recurso Echeverría y López Portillo. Echeverría quiso verse en el espejo de Cárdenas. López Portillo fue más ambicioso: pretendió encarnar nada menos que a Quetzalcóatl. Y hasta escribió un libro con esa idea delirante. Los otros presidentes que critiqué en su momento (De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña) no incurrieron mucho en esa manía. Lo que no habíamos tenido en México era un presidente que reclamara para sí la encarnación de varios caudillos y presidentes en uno. Ahora lo tenemos.
Decía en 1984 que es peligroso despertar la desintegración nacional, ¿concibe que hoy vivimos en peligro extremo por la polarización, el clasismo y el racismo?
Son conceptos distintos, todos son reales y lamentables, pero siempre es importante distinguir entre ellos en vez de amalgamarlos. En México son frecuentes no sólo las actitudes clasistas y racistas sino las machistas o sexistas. Es una realidad cotidiana, vergonzosa, pero un sector de la ciudadanía, en especial las mujeres, está decidido a cambiar de raíz esa situación que conduce a la discriminación, la persecución y al crimen. La desintegración nacional existe: tiene que ver con la cesión de una parte de territorio al crimen organizado. Hay partes de México en las que no podemos ya transitar con libertad.
¿Y la polarización?
Considero que es un cáncer que nos corroe rápidamente. Está presente en todas partes y a todas horas. Está en las plazas, los cafés, las aulas, las reuniones sociales y hasta en el seno de las familias. Su mayor expresión está en las redes sociales y, desafortunadamente, cada mañana esa polarización se alienta desde Palacio Nacional. En alguno de los Evangelios aparece la frase “Una casa dividida no podrá sobrevivir”. Y lo repitió Abraham Lincoln en los albores de la Guerra Civil americana. Creo que esa frase es aplicable a México hoy.
¿Los grandes flagelos que México debe vencer son la corrupción, la impunidad, la violencia y la inseguridad?
También la mortandad por carencia de medicinas o vacunas, o por omisión de las autoridades sanitarias, o por el desmantelamiento de las instituciones y prácticas de salud que debieron mejorarse, depurarse, pero no destruirse.
En 2016 decía que en México no existía el riesgo de totalitarismos pero sí de un caudillo mesiánico. Hoy ¿estamos más cerca del totalitarismo con AMLO que encarna a un Presidente redentor que no obedece límites legales e institucionales?
El totalitarismo es un sistema que se apropia de manera absoluta de las personas: sus libertades, su trabajo, su patrimonio, su vida privada y, en última instancia, su mente. Esa dominación nunca ha sido completa, pero estuvo a punto de serlo en la URSS y en China. Y desde luego es el ideal de Cuba y Venezuela. Estamos lejos de ese escenario, aunque desde el poder se emitan mensajes similares a los de Castro en 1961: “Con la Revolución todo, contra la Revolución nada”. Por otra parte, el redentorismo es una exacerbación del populismo que usa los sentimientos religiosos de la gente para fines políticos. Invariablemente, termina en la desilusión colectiva.
¿Mantiene su fe en la sociedad civil, en la convergencia de los partidos, en el imperio de la ley para fortalecer las instituciones democráticas?
Absolutamente. Creo que los partidos de oposición (me refiero a los que no son comparsa, y a los que eventualmente dejasen de serlo) podrán encontrar un programa común y un candidato (o mejor aún, una candidata civil independiente) para postular en 2024. Creo que la Suprema Corte de Justicia y el poder judicial han defendido la autonomía que parecía en riesgo. Creo que el INE ha hecho una labor ejemplar que la sociedad civil reconoce y por eso lo defenderá. Pero sobre todo creo que el mexicano ha aprendido el valor de la libertad reflejado en su voto.
El libro
Crítica al poder presidencial. 1982-2021 es publicado por Debate.
Frases
"El redentorismo es una exacerbación del populismo que usa los sentimientos religiosos de la gente para fines políticos. Invariablemente, termina en la desilusión colectiva".
"Un sector de la ciudadanía, en especial las mujeres, está decidido a cambiar de raíz esa situación que conduce a la discriminación, la persecución y al crimen”.