La semana pasada se festejó quizás con demasiado entusiasmo la forma en la que la presidenta Claudia Sheinbaum lidió con el presidente de Estados Unidos el tema arancelario. La amenaza de imponer aranceles de 25% a todos los bienes provenientes de México y Canadá pasó de cerca el sábado pasado. El tono del comunicado de la Casa Blanca evidenció no solo el estilo de negociar del presidente Trump sino la vaguedad de sus solicitudes.
En un fin de semana largo, el tipo de cambio —como variable de ajuste— reaccionó y cotizó por arriba de los 21 pesos por dólar. Mantener la cabeza fría fue la estrategia por la que optó ese fin de semana la presidenta de México. México acordó mandar 10 mil elementos de la Guardia Nacional a la frontera para combatir el ingreso de fentanilo y frenar el flujo de migrantes. México ganó tiempo.
A pesar de que el acuerdo con Canadá fue el mismo —la pausa de un mes— el tono fue distinto. A Claudia Sheinbaum le funcionó mantener la calma y no responder con medidas retaliatorias inmediatas. El festejo no se hizo esperar, pero la realidad tampoco espera. La amenaza de los aranceles va a estar presente durante todo el mandato trumpista.
A menos de una semana de la primera amenaza concreta llega la segunda. El domingo Trump avisó de los impuestos anunciados formalmente ayer lunes: aranceles de 25% a todas las importaciones de acero y aluminio que haga Estados Unidos. Más adelante en la semana se anunciarán otras medidas dirigidas a las relaciones comerciales que la economía estadounidense tiene con el mundo.
El daño que podría haber hecho un impuesto across-the-board de 25% hubiera sido enorme para México impulsando al país a una recesión en caso de que estos hubieran estado vigentes la mayor parte del año. La probabilidad que se le asignaba a un evento de este tipo era baja, pero positiva.
Sin embargo, un arancel de 25% a algunos bienes específicos, en este caso acero y aluminio era mucho más probable. Trump ya firmó la orden ejecutiva que los establece independientemente del país de procedencia y a pesar de que al momento de escribir estas líneas aún no se han publicado los detalles parece ser que entrarán en vigor el 4 de marzo y no habrá excepciones. El presidente argumenta, como lo hizo hace casi siete años, que el propósito será proteger a los productores estadounidenses.
Estados Unidos necesita comprar estos productos del exterior. Las importaciones que hace de acero y aluminio son indispendables para la producción de otros bienes como electrodomésticos, automóviles, autopartes, equipo médico y los relacionados con la industria aeroespacial. China, México y Canadá son sus principales proveedores.
La reacción esperada de las economías afectadas será poner aranceles específicos que afecten a Estados Unidos pero sin inflingirse un daño mayor. Dado que este escenario es similar al que se vivió en 2018, Trump amenaza con más aranceles a quien ponga aranceles en respuesta. Así inician las guerras comerciales y el precio lo pagan los consumidores, literalmente.
Cuando en la primera administración del presidente Trump se impusieron aranceles de 25% al acero y de 10% al aluminio, México respondió imponiendo un impuesto de entre 15% y 25% a las importaciones que el país hace de carne de puerco, quesos, manzanas, arándanos, uvas (entre otros) provenientes de Estados Unidos. Sin olvidar, el arancel similar al bourbon y a las motos Harley Davison. No sorprendería que la presidenta anuncie medidas parecidas a las de ese momento.
Si los aranceles serán la amenaza durante los cuatro años de la administración trumpista, ¿cuál es el impacto que cada intimidación tendrá? En medio de este entorno, Estados Unidos llama a adelantar la revisión del acuerdo comercial. Mantener la cabeza fría será necesario, pero no suficiente.
@ValeriaMoy