Como se esperaba, una mujer fue designada por el Senado como ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En la terna que presentó el Presidente, dos eran mujeres y una de ellas declaró que todas las incluidas en la propuesta deberían haber sido mujeres, mientras que el único varón afirmó que no haría campaña porque el cargo le correspondía a una mujer.
¿A cuenta de qué “le corresponde” ese cargo (o cualquier otro) a una mujer?
Un argumento es que debe haber paridad de género en los cargos públicos. Otro argumento es que, según una diputada “la llegada de las mujeres a los espacios de decisiones públicas es para transformar” y según una magistrada “la participación de la mujer mexicana en política deja huella.”
Pero si uno quiere ver esa transformación y esa huella, no la encuentra de forma tan clara, pues con excepción de muy contados casos, las mujeres que ocupan cargos y curules solamente trabajan para sí mismas, o para sus jefes y sus partidos. Más de una vez las hemos visto callar cuando se han dado situaciones que comprometen las causas progresistas e incluso las de las mujeres, pero que le sirven a su grupo político.
Lo dicho se repite a cada rato, pero para solo nombrar los casos más recientes: las candidatas presentadas por AMLO para la Suprema Corte, mostraron en sus comparecencias que su única agenda sería defender lo que quiere el Presidente, a quien son ciegamente leales. Algo que por cierto, ya está sucediendo con otra ministra de las que él seleccionó, quien acaba de avalar el acuerdo presidencial que permite a las fuerzas armadas participar en tareas de seguridad pública.
Lo mismo pasa en el legislativo. Cuando se discutió el presupuesto, las diputadas estuvieron dispuestas a pasar por encima de cualquier principio o compromiso moral, con tal de conseguir lo que sus líderes les habían indicado. Los insultos que se lanzaron unas a otras (abortera, puta, culera, bruja) ponen en evidencia su nulo respeto por las mujeres, y ni se diga por el recinto en el que estaban o por el pueblo de México al que supuestamente representan.
Y eso lo hicieron las de todos los colores políticos, aún las que se presentan como de izquierda.
En 2011 publiqué un libro con el título de ¿Son mejores las mujeres? en el que dije que hay mujeres que consideran que por el hecho de haber nacido tales, ya por eso deben ser incluidas, elegidas, consideradas, respetadas y ya por eso lo que hagan es correcto. Esto es falso, pues lo que como ciudadanos nos interesa en quienes ocupan un cargo o curul, es que se promuevan y defiendan los derechos de todos, sin obedecer consignas de ningún poder.
Por eso, cuando según la senadora Olga Sánchez Cordero, el haber elegido a una mujer como ministra de la Suprema Corte es “un salto cuántico” para la igualdad (y seguramente piensa lo mismo sobre la propuesta de una mujer para gobernar el Banco de México), retomo mi pregunta: ¿Son mejores las mujeres?
Y la respuesta es que algunas sí y otras no. Porque para realmente lograr la transformación y dejar huella, el camino no es el que estamos viendo hoy, en el que muchas de las mujeres que eligen para cubrir las cuotas, solamente se están aprovechando de la biología y de la moda para sus ambiciones personales, las de sus jefes y partidos y las del Presidente de la República, que no necesariamente coinciden con los deseos de los ciudadanos.