En días pasados se anunciaron cierres de cines. Las grandes cadenas dicen adiós, no se sabe si de manera definitiva o temporal, pero en cualquier caso, ello significa el despido de miles de empleados, más todo lo que se genera de afectaciones: a los arrendatarios, los proveedores de insumos, los distribuidores de películas, los bancos.
Y sin embargo, muchos festejaron esas noticias: "Qué bueno, porque daban las entradas y las palomitas muy caras", "Que se chingue el empresario neoliberal explotador, seguro era prianista","Otro fifí menos, al cabo podemos comprar las películas piratas" .
¡Pobre país nuestro en el que hay quienes sienten placer porque se viene abajo un negocio, sin importarles las consecuencias para miles de familias!
En alemán existe la palabra Shadenfreude, que significa que una persona disfruta con las desgracias de los demás: “Esa extraña sensación de satisfacción interna que se manifiesta cuando alguien sufre una catástrofe” escribió Dostoievski en su novela Crimen y castigo.
Según Tiffany Watt, investigadora del Centro de Historia de las Emociones del Reino Unido, esa “satisfacción interna” tiene que ver con la envidia: “¿Por qué otro tiene lo que yo quiero tener o le va mejor que a mí?”. Eso vale para todo: dinero, salud, amor, belleza física, lo que sea. Y entonces, que a esa persona le vaya mal, nos hace sentir superiores aunque sea por un momento. Por eso el filósofo Nietzsche definía la palabra como “la venganza del impotente”.
Hay una vieja leyenda según la cual, la envidia es un demonio que tiene el cuerpo humano completo pero sin la cabeza, y pasa todo su tiempo buscando cómo quitarle su cabeza a los demás, ya que mientras no tenga, le es imposible pensar. Esto es evidente en quienes manifiestan su felicidad por el cierre de una empresa, comercio, medio de comunicación, escuela o institución, sin darse cuenta de que es un boomerang que les regresará y los afectará a ellos también, pues negocio que cierra y empleados que se quedan sin trabajo legal, son impuestos que el gobierno deja de recibir, y a ver entonces cómo le va a hacer para dar todo lo que ha prometido y a todos a quienes les ha prometido y están esperando.
He dicho esto en artículos anteriores y los lectores se enojan y me acusan de oponerme a la 4T. Pero eso no es cierto. Lo que hago es señalar medidas equivocadas de un gobierno que quiere realmente ayudar a la gente, pero que no podrá sostener sus programas sociales si los negocios quiebran. Y no me refiero, como me reclaman algunos, solamente a las grandes compañías, sino también a las pequeñas y medianas: el taller de costura y el taller mecánico, el salón de belleza, la sastrería y la papelería, que le dan a las familias el pan de cada día y de las cuales han cerrado más de un millón en el último año, dejando a tres millones de personas desempleadas, además del millón de despedidos de negocios que para sobrevivir se tuvieron que achicar. Y todo porque el gobierno no los quiso apoyar postergando pagos de impuestos, créditos y servicios, como se hizo en otros países. A pesar de los anuncios de que sí lo harían, 94% de los negocios no recibió ningún tipo de ayuda.
Por eso, como digo, nada de esto tendría que hacer felices a las personas, pero claro, eso solo sería posible si pensaran, algo para lo que se necesita la cabeza, que tristemente no tiene el demonio de la envidia.
Escritora e investigadora en la UNAM.
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