Al presidente López Obrador se le están acentuando con los años, pero también con el poder, algunos vicios de personalidad. Él mismo se definió ante los mexicanos como “necio” y mientras estuvo en campaña por la Presidencia, durante más de una década, esa necedad tal vez le fue positiva, pero ya en el poder, cuando tiene que gobernar a un país tan complejo, diverso y sobre todo tan desigual, esa terquedad e ignorancia, pero sobre todo la incapacidad de escuchar las opiniones de quienes piensan distinto a él, se le volvió algo no sólo negativo, sino sumamente dañino y peligroso para su gobierno y para el país.

El López Obrador que como candidato ofreció ser “incluyente y abierto”, atender y escuchar a distintas formas y visiones de entender al país y a la política, se transformó en cuanto se sentó en la silla presidencial en un hombre de una sola visión: la suya. Y, con un sentido totalmente utilitario, fue desechando de su movimiento político a todos aquellos que no le profesaban una lealtad incondicional y que disentían o no acataban al pie de la letra sus deseos y órdenes.

Muchos que creyeron y apoyaron su proyecto, otros que votaron por él ante el imperativo de un cambio, se fueron desencantando y decepcionando en la medida que Andrés Manuel se fue radicalizando y enseñó su rostro más vertical y autoritario. Los nombres sobran y la mayoría son de personas de tendencia moderada que chocaron con el Presidente en cuanto éste los dejó de escuchar y les quiso imponer sólo su voluntad y capricho, sin atender razones técnicas, financieras o políticas. Desde Carlos Urzúa, el exsecretario de Hacienda, hasta Alfonso Romo, el empresario regiomontano, o hasta el líder del Senado, Ricardo Monreal, o el caso de Julio Scherer Ibarrra, el exconsejero y “casi hermano” al que el Presidente abandonó a su suerte en medio de una guerra intestina en su contra.

Pero si esa incapacidad de escuchar y de atender puntos de vista distintos se limitara al manejo de su gabinete, en donde todos sus colaboradores saben que “al Presidente no se le puede decir que no” y todos se atienen sin chistar a esa vieja máxima priista hoy más vigente que nunca, el problema no pasaría de ser un asunto doméstico del gobierno y un estilo de manejar a su gabinete. El problema es que cada vez más, López Obrador práctica esa necedad y sordera política hacia distintos sectores de la sociedad mexicana a los que rechaza, descalifica y agrede, sin escuchar siquiera sus demandas, peticiones y necesidades.

La incapacidad del Presidente para escuchar a todo aquel que no sea un incondicional y fanático de su movimiento se ha ido agravando. Primero fueron los niños con cáncer y sus papás, a los que el mandatario mexicano nunca quiso atender ni escuchar en sus desesperados reclamos por medicamentos para quimioterapias que escasearon en su gobierno y provocaron la muerte de entre 5 y 6 mil niños en el país en los últimos tres años; luego fueron las mujeres feministas, a las que López Obrador primero les puso vallas metálicas, luego las desconoció en sus demandas, después las acusó de ser parte de una conspiración política contra su 4T y el pasado 8 de marzo de plano las tachó de “violentas y peligrosas”.

A esos grupos sociales le siguieron los científicos, a los que el Presidente tachó de “neoliberales”, “vividores del presupuesto” y hasta los mandó perseguir judicialmente a través de su policía científica del Conacyt; le siguieron los periodistas y la prensa crítica, para quienes el Presidente solo tiene agresiones, adjetivos peyorativos y un lenguaje tan violento, que le ha merecido ya reproches y condenas de organizaciones internacionales que defienden el periodismo, de gobiernos y hasta de parlamentos extranjeros. La lista podría seguir con la clase media a los que cuestiona por “aspiracionistas”, a las comunidades mayas que han cuestionado su proyecto del Tren Maya, los médicos y enfermeras que se quejaban durante la pandemia por falta de insumos, y muchos otros sectores conforme se quejen o denuncien irregularidades e incumplimientos de este gobierno.

Pero lo que ayer hizo el Presidente con un grupo de actores, actrices, ambientalistas, espeleólogos y otra vez comunidades mayas que están detrás del movimiento #SalvameDelTren, que busca evitar que el tramo 5 del Tren Maya arrase con la selva y afecte los mantos subterráneos que conforman el sistema de ríos y cenotes de la Península de Yucatán, viene a confirmar que a López Obrador definitivamente ya lo perdimos y que ya no sólo es incapaz e insensible a escuchar reclamos, demandas y peticiones de la sociedad mexicana, sino que cada vez se torna más grosero, agresivo y ordinario cuando se trata de responder a las demandas ciudadanas.

“Convencen o contratan a artistas, a seudoambientalistas, supuestamente preocupados por la defensa del medio ambiente y empiezan una campaña en contra del Tren Maya. Ayer mismo se declaró como zona de reserva natural el Lago de Texcoco. ¿Cuándo estos artistas o seudoambientalistas se pronunciaron por la destrucción del Lago de Texcoco...Y ahora resulta que se rasgan las vestiduras, es una campaña en contra, porque son conservadores, son fifís”.

En los videos de la campaña aludida por el Presidente participaron reconocidos actores y cantantes como Eugenio Derbez, Natalia Lafourcade, Ana Claudia Talancón, Barbara Mori, entre muchos otros, además de mujeres y hombres dirigentes de comunidades indígenas de la selva maya, espeleólogos, geólogos y decenas de colectivos ambientalistas que, en un tono muy distinto al del Presidente, totalmente educado y comedido, le solicitan darse tiempo para recorrer la zona del Tramo 5 del Tren Maya, que fue modificada y que no cuenta con estudios de impacto ambiental, para que escuche a las comunidades y a los expertos y se evite un daño irreversible a la zona de ríos subterráneos, cenotes y a la misma selva.

En ningún momento los autores y participantes al Presidente le faltaron al respeto ni lo descalificaron como él hizo con ellos; lo primero que le dicen, en voz del cantante Rubén Albarrán, es que “no somos adversarios, somos ciudadanos preocupados por el medio ambiente”. Por la forma en que responde, como suele hacerlo, se ve que López Obrador ni siquiera se dio tiempo de escuchar el mensaje y que alguno de sus colaboradores le dio un resumen tergiversado y envenenado. ¿Se merecen los mexicanos un Presidente que los insulta, descalifica, los llena de adjetivos y encima no les resuelve sus demandas y peticiones?

Cada vez está más claro que López Obrador nunca fue un demócrata, que se vistió con piel de oveja como candidato para decirse diverso e incluyente, pero que ahora como Presidente actúa como el más autócrata y autoritario gobernante que no quiere escuchar a nadie ni oír nada, sino son alabanzas y coros que le hablen de lo grande que es su persona, su proyecto y su supuesta “revolución”. Para que quede claro que a este Presidente no le importa nada ni nadie más que su ego, sus prioridades y sus ansias de trascender en la historia, la frase que ayer dijo en su mañanera lo dibuja de cuerpo entero: “Yo hasta les diría a los amigos compañeros, a todos, que esto va a seguir y se va a intensificar, y como dicen en mi tierra, lo mejor es lo peor que se va a poner ¡jajajajaja!”... Capicúa de los dados. Falló el tiro.

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