La imagen del presidente López Obrador entregándole una condecoración especial al general Salvador Cienfuegos, exsecretario de la Defensa Nacional, en la ceremonia de los 200 años del Heroico Colegio Militar, es la confirmación perfecta de cómo el poder sí cambia a los hombres y a sus convicciones.
El líder opositor que siempre vociferó en contra del Ejército y su uso en labores de seguridad; el candidato que difundía videos en redes sociales y acusaba “abusos de las fuerzas armadas” y violaciones de derechos humanos por parte de los militares en el combate al crimen organizado, terminará su gobierno siendo el presidente más militarista de la historia reciente del país; el que no sólo le entrego al Ejército y a la Marina todo el poder y el mayor presupuesto público en la historia de las Fuerzas Armadas, sino que además les entregó y concesionó no sólo un tramo de la Administración Pública Federal civil, sino también obras millonarias, aeropuertos, aduanas, puertos marítimos, hoteles, líneas aéreas y hasta unas islas en el Pacífico mexicano.
Y eso es lo que confirma la entrega del reconocimiento que, aunque institucional y justificado por haber sido el único exsecretario de la Defensa que fue director del H. Colegio Militar, hizo el pasado miércoles López Obrador al general Cienfuegos. Porque si bien la condecoración responde a un protocolo de las Fuerzas Armadas y a todos los exdirectores de dicho Colegio se les impuso la misma, también lleva un ineludible mensaje político: el mismo presidente que antes lo condenó apresuradamente, cuando lo detuvieron el jueves 14 de octubre y dijo que su detención por parte de la DEA era “lamentable” y que mostraba “la descomposición del régimen”, un par de semanas después no sólo le exigió su liberación a Estados Unidos, después lo exoneró y ahora lo premia.
“Muy lamentable que esto suceda, porque está detenido por la misma situación al que fue secretario de Seguridad Pública de Felipe Calderón, y ahora detienen por lo mismo al exsecretario de la Defensa de Enrique Peña Nieto. Esto es una muestra inequívoca de la descomposición del régimen, de cómo se fue degradando la función pública y la función gubernamental”, dijo aquel viernes 16 de octubre el presidente de México sin conocer a fondo el sustento de la detención y sin condenar o cuestionar al gobierno de Estados Unidos por arrestar, sin informarle a su gobierno, al exjefe del Ejército Mexicano, algo inédito en la relación entre los dos países.
Lo que sucedió en aquellos días de octubre de 2020, después de las desafortunadas primeras declaraciones del presidente fue una rebelión real y delicada entre las cúpulas militares. Generales en activo y en retiro del Ejército se apersonaron ante el secretario de la Defensa de este gobierno, Luis Cresencio Sandoval, para pedirle que le exigiera al presidente solicitar la entrega inmediata del general Salvador Cienfuegos y su regreso a México. La exigencia de los militares de la cúpula al presidente, que le sería transmitida por el general Cresencio, iba acompañada de una amenaza: si el gobierno mexicano no se plantaba ante Estados Unidos y traía de regreso a Cienfuegos, entonces las Fuerzas Armadas, sobre todo el Ejército, se retirarían de todo programa o estrategia de seguridad a nivel federal, lo que incluía también el retiro de los soldados asignados a la Guardia Nacional.
Fue por el enojo y la amenaza de los militares que López Obrador reaccionó y, de haber condenado a priori al exsecretario de la Defensa y haberlo comparado con Genaro García Luna, pasó a hacer una defensa pública y diplomática de Cienfuegos. Marcelo Ebrard fue el encargado de ir a Washington para transmitirle a la administración Biden el apuro “urgente y de seguridad nacional” en que se encontraba metido el gobierno mexicano, y las razones por las que se pedía el regreso inmediato del general mexicano, con el compromiso de que sería procesado y juzgado por la justicia mexicana por los mismos cargos que le hacía la DEA.
Así fue que regresó Cienfuegos a territorio mexicano, el 18 de noviembre de 2020, justo un mes después de que había sido detenido por la DEA a su llegada a Los Ángeles a donde viajaba con su esposa y sus nietas para llevarlas a Disneylandia. La entrega del general dejó desde entonces molestia en el Congreso y en los círculos políticos de Estados Unidos, donde cuestionaron que Biden haya cedido a las presiones mexicanas. Por eso, ahora que reaparece el exsecretario de la Defensa, a quien en las últimas semanas se le ha visto ya en dos ocasiones en eventos con el presidente, revive la polémica en México por los cambios y volteretas de López Obrador, pero también el enojo que su nombre y el caso siguen provocando en Washington.
Y ahora, en un papel triste que confirma su rendición y sometimiento total a las fuerzas militares, a las que quiere tener incondicionalmente de su lado en sus afanes de instaurar un nuevo régimen basado en su movimiento político, López Obrador defiende su condecoración al general Cienfuegos, al que él mismo había condenado públicamente y sin información: “La inconformidad en el fondo es porque intervenimos ante una actuación que consideramos violatoria de nuestra soberanía por parte de la DEA (Agencia Antidrogas de Estados Unidos) y se demostró que le fabricaron delitos al secretario de la Defensa del Gobierno anterior, pudimos constatar que era una venganza y que no había elementos”, señaló el jueves pasado en su conferencia matutina.
Así que el general sí tiene quien lo premie y con esa condecoración a Cienfuegos, López Obrador no sólo le reconoce sus méritos militares, sino también reconoce que él siempre se equivocó en sus juicios públicos y a priori a las Fuerzas Armadas, a las que juró y prometió regresar a sus cuarteles, pero en lugar de eso los metió hasta el fondo del poder civil y con un presupuesto multimillonario al que difícilmente querrán renunciar los hombres de verde en futuros sexenios.
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