Era clara la estrategia de publicidad del PRI del EdoMex. Delfina es corrupta, fue su cantinela en los medios a lo largo de dos meses. Como fue probado, siendo alcaldesa de Texcoco, Delfina diezmó —o al menos permitió que se diezmara— los salarios de sus burócratas para volcar el dinero en las cuentas de su partido, Morena.

La estrategia se derrumbó el jueves, cuando The Guardian y El País publicaron la investigación de María Teresa Montaño, que revela que Alejandra del Moral estuvo involucrada en una estafa enorme, de 5 mil millones de pesos.

Un golpe bien dado por Morena. Al publicarse en el extranjero la investigación, se saltó censura de los medios nacionales comerciales, casi todos afines al priismo.

Pero el resultado es que a los electores les queda hoy un dilema moral. ¿Por qué corrupta votan? ¿La de los 5 mil millones o la del modesto diezmo para su partido?

¿O es que deben abandonar el criterio de la corrupción y votar atendiendo a otros criterios? Por ejemplo, ¿cuál de las dos candidatas tiene el mejor proyecto?

En mi casa, situada en el EdoMex, el debate ha sido intenso y ruidoso. Han volado incluso tazas de porcelana y se han estrellado en la pared de la cocina. La población joven se rebela a tener que ir a una urna a depositar un voto por una política que ha robado del Bien Común.

—Me parece abyecto —declaró Dolores (pongámosle ese nombre). —Es como votar por quién prefieres que asalte tu casa.

—La opción es no votar —le contestó Sandra (pongámosle ese nombre a la otra electora primeriza)—, que es lo que haré yo. Que se vayan al carajo todos los políticos.

Ambas son opciones basadas en la realidad. Porque la realidad es que vivimos en un país donde los políticos de forma consuetudinaria sangran al Bien Común, y eso por una sola razón: porque es posible que lo hagan sin castigo.

—Ya decidí, votaré contra Morena —dijo indignada Dolores— porque Morena prometió acabar con la corrupción y no lo está cumpliendo.

—Y entonces votarás por los maestros de la corrupción, los priistas —le contestó Sandra—, no seas burra. Por eso yo no votaré.

—¡Carajo! —explotó Dolores—, ¡entonces le dejas el paso franco a los corruptos! —y fue entonces que lanzó contra la pared su taza.

Me pidieron en ese momento mi opinión. ¿Cuál es más corrupto, el PRI o Morena?

—Mi impresión —respondí, las tres reunidas alrededor del mostrador de la cocina—, es que en Morena hay una carga de idealismo que reduce la corrupción a unos cuantos y a cantidades modestas.

—En cambio, el político priista promedio carece por completo de idealismo o siquiera de ideología. Asume la política como a una profesión y considera legítimo cobrarse para sí un bono extra. Digamos un castillo en la campiña francesa o una fortuna suficiente para mantener a 6 generaciones de sus descendientes.

—Ahora bien —añadí—. —Si Morena asciende a ser el partido hegemónico del país, y eso parece ser lo que sucederá cuando gane la presidencia otra vez en el 2024, y si no establece como prioridad la honestidad, en 12 años se habrá convertido en el PRI. Los corruptos serán la mayoría, los montos de las corrupciones serán también estratosféricas y el proyecto se habrá evaporado, desde adentro.

—No muy esperanzador —contestó Dolores mirándome con resentimiento.

—¿Prefieres que te mienta? —le pregunté.

—Tal vez lo hubiera preferido —contestó.

Este es el país que les estamos heredando a los jóvenes. Como generación hemos fallado en resolver la enfermedad de la corrupción. Los periodistas han fallado al negociar su delación. Los opinólogos al ponerlo a un lado, como a un tema más. Los pocos políticos decentes, al condonar a los ladrones. Los electores al taparse un ojo cuando el proyecto de su preferencia alberga a corruptos.

Los jóvenes se merecen una mejor vida política. No solo un proyecto que destruya a las élites corruptas que hoy tienen el poder en sus garras, también uno que aniquile la corrupción.

Pero para cumplir esa esperanza, debe suceder lo no visto en nuestra historia. Que los morenistas que detentarán el Poder se nieguen a sí mismos y a sus equipos el derecho inconfesable y aberrante de saquear al país.

La moneda está en el aire.

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