Lo sospechábamos, era malo. Mentía, robaba y traicionaba. Lo que no sabíamos era que mAlito tiene un don químico: al entrar en contacto con él, cualquier mortal exhibe su propia corrupción.
De tal don químico nos venimos a enterar cuando en El martes del Jaguar, el símil jacarandoso y de Izquierda del programa Latinus, igual de parcial, igual de partidista, se pasaron al aire algunas conversaciones telefónicas de mAlito.
El dueño de un consorcio radial le vendió entrevistas a modo. Un funcionario le vendió facturas falsas. Atestiguamos al mismo idioma español degradarse entre sus labios al cabroñol de las mazmorras más inmundas.
Entonces mAlito cayó de rodillas, y para suspender la exhibición de sus maldades, le ofreció al presidente entregarle la tribu de la que es líder, la de los priistas tricolores.
Triste espectáculo: una larga hilera de diputados, desnudos y con las manos esposadas al frente, líneas rojas, blancas y verdes en las caras, lágrimas corriendo por las mejillas, cruzaron el Zócalo para entregarse en el Palacio Presidencial.
Empezaba sin embargo apenas la leyenda de mAlito y de su don de malear al prójimo.
Adán Augusto, en ese momento un serio contendiente a la presidencia del país, lo abrazó, y oh desgracia, cuando salió del abrazo su nombre se había volteado al revés y era ya Nada.
Una mujer se dejó besar por mAlito en la mejilla, y adquirió de inmediato fama de prostituta.
Cuenta una enfermera que un domingo por la noche se le vio a mAlito recorrer los pasillos oscuros de un sanatorio y que a los bebés en las incubadoras les brotaron órganos macabros. Tercer ojos. Manitas en las barrigas. Verrugas en las plantas de los pies.
Un embajador le dio la mano y se la regresó sin anillos y con cuatro dedos.
Cuidado, susurraban los diputados en el Congreso, ahí viene mAlito, y corrían a esconderse en los angostos closets de las escobas y los trapeadores.
Pero el mayor golpe de maldad de mAlito apenas está por ocurrir.
El presidente que ganó su elección bajo el lema de No mentir, no robar y no traicionar, tiene que decidir si después de todo lo malo exhibido de mAlito, él lo llevará ante la Justicia o lo dejará flotar en la distancia como a un aliado distante.
De no llevarlo a la Justicia, sería la mayor victoria para mAlito. El presidente mostraría que la tal promesa electoral era baladí, un mero ardid publicitario, y él no es el adalid de la honestidad --y la política otra vez sería percibida por sus electores como el reino de lo inmoral. La esfera donde los delincuentes operan con licencia para delinquir. Los mAlitos oficiales.
Mientras el presidente lo decide, mAlito se prepara para descargar toda su furia contra su némesis, que no es otro que el mismo presidente.
Una fuente confiable me asegura que el infame corruptor se prepara para asistir a la conferencia matinal del presidente, donde pedirá la palabra, se pondrá en pie en su impecable traje de diseñador, y frente a millones de mexicanos tronará la esperanza de que la política pueda ser una actividad decente.
mAlito tronará esa henchida esperanza con delicadeza: con el alfiler de una sola frase pronunciada con una amplia sonrisa.
--Presidente, brother querido, somos hermanos.
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