¿Conocen una sola persona que haya tenido la oportunidad de estudiar al menos educación básica que pueda asegurar que su escuela, algún maestro, su salón de clases o incluso sus recreos no marcaron su identidad? Yo no conozco ninguna. Por el contrario, tengo incluso un par de amigas cercanísimas que aseguran que la escuela les salvó la vida. Su contexto no era necesariamente de alta precariedad económica, pero las carencias de integración familiar y de riesgo de normalización de adicciones o de soluciones violentas para cualquier problema, eran para ellas cosa de todos los días.

Radical, la película que vi hace cuatro días me tiene todavía reflexionando sobre las múltiples implicaciones que el espacio y el equipo de una escuela tienen en la construcción de la identidad de millones de niños y niñas que pueden ser personas plenas e íntegras o quedar destinados a la eterna frustración de lo que nunca quisieron ser.  Después de verla y sentirla, porque es inevitable que sacuda ideas y desmorone el estoicismo, creo que hay que imaginar el espacio escolar como un hogar que dote de herramientas de contención a los que serán los ciudadanos del mañana.

Con la narración realista y auténticamente humilde de historia del profesor Sergio Juárez, se despliegan varios rasgos de la complejidad de un país en el que el tejido social se encuentra destazado desde hace décadas. Paloma, Nico y Lupe entrañan el rostro de miles de niñas y niños mexicanos que viven en carne y hueso violencia descarnada y normalizada, crisis de derechos humanos, desigualdad estructural, discriminación, y un cúmulo de problemas sociales.

La película está situada en el año 2011, aquel año sangriento que fue el más violento del sexenio de Felipe Calderón (aunque claro, hay años subsecuentes que son más violentos que aquel). La película nunca lo menciona explicitamente, pero en varios momentos transmite escenas que evidencian la guerra suscitada por autoridades y grupos del crimen organizado. Matamoros, Tamaulipas, es el escenario desértico, con cumbres de basura y casas de cartón en el que los estudiantes resisten soñando ser otros. Aquel espacio del territorio mexicano ocupado por Los Zetas en ese entonces, diluye casi cualquier oportunidad de que su vida sea distinta a la de sus padres.

Sergio Juárez, interpretado con toda autenticidad por Eugenio Derbez, es un docente irreverente e intuitivo que da batallas cotidianas contra el sistema de opresión educativa. Hay miles de mexicanos que, como él, día a día dedican su vocación a reforzar la posibilidad de que sueños como los de Paloma, Nico y Lupe no queden enterrados en un basurero o acribillados por el control del crimen.

A quienes somos mayores, la película nos ha teletransportado al 2011, es estremecedor pensar que la violencia y desigualdad proyectada en un país de hace 12 años, nada ha cambiado, o incluso se ha recrudecido. Y es por eso que los más jóvenes tienen que verla.

A lo mejor, algún chico que hoy tiene 18 años se teletransporta al 2011 y recuerda sus años de juego y tranquilidad familiar, social y escolar.

Alguna chica podrá proyectarse en la realidad de Paloma, en ese afán de comerse al mundo a través de la ciencia. Pero al mismo tiempo sin lograr dimensionar que su realidad está a punto de comerse sus sueños, ¿Alguien podrá negarse a reconocer que Paloma lo merece todo? ¿Alguien no se indignará y llorará de coraje al conocer su historia? ¿Cuántas Palomas hay en México? ¿Cuántas Palomas fueron absorbidas por su realidad?

A veces pensamos que el activismo solo está en las calles, en las redes, en los medios o en los espacios políticos. El profesor Juárez no participa en ninguna de esas. Decide dedicar su vida a los más pobres: “En todo amar y servir”, dicen los jesuitas. Sergio nos enseña que a lo mejor la realidad de nuestro país está lejos de cambiar, por la corrupción y colusión de los políticos. Pero que hay historias que cambian la dinamica de vida de miles de personas.

Tan solo en el ciclo de 2022 a 2023 un millón 285 mil estudiantes de educación básica no regresaron a la escuela. No sólo requerimos becas que incentiven su asistencia, sino ofertas de tejido social que los alejen del reclutamiento criminal, que los liberen de la responsabilidad del cuidado de familiares y que les garanticen una infancia en paz con sueños posibles.

@MaiteAzuela

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