“La tecnología es algo que no estaba cuando usted nació”
Alan Kay.
Por lo regular, la tecnología avanza siempre más rápido que la ley, hubo revolución industrial antes que derechos laborales, hubo automóviles antes que reglamentos de tránsito, hubo internet antes de la necesidad de ponerle límites y habrá turismo espacial antes de poder definir sus trámites burocráticos.
Es obvio, para crear las reglas de “algo” ese “algo” tiene que existir, desarrollarse y, ya después, generar derechos y obligaciones, es hasta que esa tecnología, esa “novedad”, sea tan reconocida y adoptada por una gran parte de la sociedad que surge la necesidad de regularla.
Así como los primeros automovilistas disfrutaron, y sufrieron, de caminos sin reglas, así también comenzó la era de los influencers y las redes sociales, primero sin ley, con libertad total, enfrentados a lo salvaje de un mundo digital indómita y luego, giros radicales del destino, chocando con la cultura de la cancelación.
Pensar la comunicación como hace 30 años es cosa de museos ya, las reglas han cambiado al punto de desdibujarse en contradicciones ininteligibles, por ejemplo si había una “norma” para crear un spot de 30 segundos usando artificios y carísimas producciones para vender un cosmético, ahora el reto es muy diferente, las marcas se obligan a buscar una influencer que hable por largos minutos de su nuevo producto en su videoblog, que graba con una lámpara y una webcam, y firman contratos millonarioscon ella, dejando en segundos términos a las otrora poderosas agencias de marketing.
Una cosa es vender un producto y otra muy distinta es vender un régimen, un gobierno, un político o una noticia… Aunque, de cierta forma, bajo una óptica ultracapitalista del mundo todos somos un producto.
Los medios de comunicación tradicionales, han, hemos, perdido influencia frente a las nuevas tecnologías y las nuevas propuestas de comunicar, la frescura que urgía a nuestras audiencias les fue dada a raudales por diletantes que rápidamente arrebataron ratings y presupuestos que los monopolios de la comunicación consideraron eternos.
Sin embargo, aunque con muchos tropiezos, los influencers han ido aprendiendo y perfeccionando su trabajo y ganando legítima credibilidad, un buen podcast puede tener más audiencia que un programa de televisión nacional y eso, al parecer, conlleva a regulaciones frente a este nuevo poder.
¿Qué responsabilidad tiene el influencer que difunde una noticia falsa?, ¿pesa más mentir sobre temas sociales o sobre temas de mercado?, ¿deben los influencers informar cuándo están vendiendo un producto y no recomendando un producto?, ¿deben los influencers estar vetados de los temas serios?, ¿qué diablos es un influencer?...
No será nada fácil regular, pero de entrada debe descartarse cualquier límite a la expresión libre y mandar a la congeladora esas ideas moralinas de censura que empiezan a pulular desde algunos rincones del poder.
Lo que tenemos que aceptar es que el mundo ha cambiado totalmente y necesita reglas que se adapten a la realidad para no esperar que la realidad se adapte a las reglas.
DE COLOFÓN
Quiten el registro al Partido Verde Ecologista. Quiten el registro al Partido Verde Ecologista. Quiten el registro al Partido Verde Ecologista.
@LuisCardenasMX