“Lo impredecible es lo único predecible”, de esta manera The Economist (12/18/21) caracteriza y generaliza la situación de las sociedades actuales, todas afectadas por una combinación de la pandemia del Covid y por la velocidad sin precedentes con que la globalización y el sistema económico que la enmarca modifican la vida de los 7,700 millones de habitantes del planeta. Difícilmente alguien va a quedar al margen del tumulto de cambios que nadie realmente está en capacidad de dirigir o controlar. 

Vislumbrar los grandes rasgos del futuro de una sociedad siempre ha sido un reto para la ciencia, la imaginación y para la tentación de dar rienda suelta a los prejuicios. Hoy ese desafío es mayor por la velocidad que han adquirido las transformaciones.

El punto de partida para imaginar el porvenir es el conjunto de rasgos y tendencias distintivos del presente. La tarea se complica ahora porque hay que combinar estas tendencias y la velocidad de su cambio con los efectos de un factor inesperado: un virus que afecta a todo el planeta y que influye en multitud de aspectos de la vida individual y colectiva. Por tanto, ni el pasado ni el presente son ya la guía que fueron para vislumbrar el futuro. A la complejidad anterior hay que sumar el otro gran cambio planetario, el climático que amenaza con resultados globales catastróficos. En suma, las rutinas individuales lo mismo que las de las más poderosas instituciones políticas, económicas, sociales y culturales no podrán restaurarse.

El trabajo desde casa, común antes de la aparición de las grandes fábricas, ha retornado pero enmarcado por un complejísimo aparato de comunicación que permite disponer in situ de un torrente de información y también estar e interactuar en más de un escenario a la vez y sin que las fronteras nacionales sean barreras. La educación en línea modificará (¿y democratizará?) a las universidades, lo mismo que a la medicina y a un sinnúmero de otras actividades. La pandemia aceleró el ritmo del cambio, destruyó formas de vida, concentró la riqueza pero también generó poder entre amplios sectores subordinados que hoy tienen un acceso, impensable apenas ayer, a información y a comunicación, lo que les permite movilizarse masivamente en defensa de sus intereses.

En nuestro país los cambios mencionados y muchos otros que nos tomaron por sorpresa, cayeron en terreno donde ya estaban teniendo lugar transformaciones políticas, sociales y en menor medida económicas, producto del agotamiento de un régimen no democrático que por un largo tiempo le había dado al país la apariencia de una sólida estabilidad y de predictibilidad en el ejercicio del poder. 

El accidentado, paulatino y tortuoso advenimiento de la democracia electoral en un México modelado por siglos de políticas autoritarias que habían logrado mantener excluida y sometida a una mayoría de los grandes asuntos del poder, no pudo menos que polarizar las visiones sobre el pasado, el presente y el futuro. Y justo cuando ese proceso permitió el acceso al poder a un movimiento abanderado del cambio político y social, apareció algo aún más inesperado: el Covid.

México pasó de ser por largo tiempo el país políticamente más predecible de América Latina a uno inmerso en un proceso de cambio tenazmente resistido por los beneficiados del pasado, pero impulsado por la democracia electoral. Esa mezcla de fuerzas y corrientes que desde el exterior —virus, cambio cultural, climático, crimen organizado y más—. llevan a que la textura de nuestro futuro sea efectivamente impredecible y sólo haya una auténtica certeza: el retorno a la normalidad del pasado es imposible.

Nuestro futuro individual y colectivo es una canasta de peligros y oportunidades cuya naturaleza apenas estamos empezando a aquilatar. 

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