La política estadounidense se prepara para una tormenta. Por segunda vez en la historia de Estados Unidos, un expresidente que perdió en su intento por reelegirse tratará de volver a la Casa Blanca en la elección siguiente. El primero fue Grover Cleveland, a finales del siglo XIX. Después de perder en 1888 en una elección polémica, Cleveland regresó al poder en 1892. Ahora se trata de Donald Trump. Aunque todavía faltan tres años para la siguiente elección presidencial en Estados Unidos, lo impensable parece cada vez más probable: Donald Trump está en una posición inmejorable para ser presidente de nuevo en 2024.
Dos factores, sobre todo, operan en su favor.
Primero, su enorme popularidad en el partido republicano. En una encuesta reciente, 58% de los votantes republicanos dijo respaldar la potencial candidatura trumpista. El exvicepresidente Mike Pence ocupó el segundo lugar en el sondeo, con apenas 13% de apoyo. El control que Trump ejerce sobre la base electoral republicana es tal que es enteramente posible que sea electo candidato del partido sin la necesidad de enfrentar un genuino proceso de primarias. En otras palabras: aunque Trump no es presidente en funciones, el partido republicano parece dispuesto a tratarlo como tal. Es un fenómeno prácticamente inédito, que demuestra la fortaleza innegable de Trump. Si los votantes republicanos efectivamente lo ungen de manera unánime como su candidato, Trump llegará a la elección del 2024 con un respaldo no solo mayoritario sino fanático, más un líder mesiánico en pos de venganza que un político buscando la presidencia.
La segunda variable que hace probable el regreso de Trump es la debilidad de Joe Biden. La popularidad de Biden ha caído en picada, hasta alcanzar un 43% de aprobación. Encuestas recientes confirman que ha perdido el apoyo de varios bloques que serán cruciales dentro de tres años: los independientes y los hispanos. De acuerdo con un sondeo de la NBC, solo 32% de los votantes independientes aprueban la gestión de Biden. Son números alarmantes que, de sostenerse, dejarían a Biden en franca desventaja en un hipotético reencuentro con Trump.
La situación es tan grave que algunas voces entre los demócratas han comenzado a sugerir que Biden debe retomar la idea de ser un presidente de un solo periodo y dejar la candidatura del 2024 en manos de alguien más. Suena como una salida evidente, pero no lo es tanto. Uno puede imaginar la retórica trumpista ante esa claudicación electoral. Dirá que el fracaso de Biden ha sido tan grande que aquél prefirió bajarse del cuadrilátero antes que toparse de nuevo con Trump. Así, el retiro de Biden justificaría la narrativa trumpista. Es posible que los demócratas eligieran a un candidato sustituto lo suficientemente fuerte como para plantarle cara a Trump, pero no sería fácil. La alternativa, entonces, será que el partido demócrata opte por la norma y nomine a Biden, un presidente debilitado por su impopularidad e, irremediablemente, por la edad.
Ninguno de los dos escenarios da para el optimismo.
Es evidente, claro, que muchas cosas pueden cambiar en los próximos tres años. Absolutamente nada está escrito. Los votantes podrían recompensar a Biden por la aprobación del notable paquete de estímulo económico y protección social que, quizá, apruebe el Congreso en las próximas semanas. Biden mismo podría fortalecerse, ya sea por un mejor desempeño o por la llegada inesperada de una crisis. El panorama también podría cambiar para Trump. Podría enfrentar problemas legales serios. Y existe el azar: Trump tampoco es un hombre joven ni particularmente saludable.
Pero todo esto está en el terreno de lo hipotético. Por ahora, lo cierto es que Trump se ve cada vez más fuerte y en control del destino del partido republicano mientras que Biden atraviesa por una presidencia atribulada, con respaldo decreciente. Si todo sigue igual, Trump estará de nuevo en el poder. Con un renovado ánimo de venganza y voluntad de cobrarse cada uno de los agravios –reales e inventados– que ha acumulado durante su turbulenta vida política.
@LeonKrauze