El jueves próximo, el presidente López Obrador se reunirá con Joe Biden y Justin Trudeau en la primera reunión trilateral de ese calibre en un lustro. Es una oportunidad inmejorable para revertir de manera definitiva una de las costumbres más peculiares e injustificables del presidente de México: evitar presentarse en foros internacionales. Hizo bien López Obrador en ir a Naciones Unidas y hace aún mejor en participar personalmente en la reunión con Biden y Trudeau. Hay muchas cosas que discutir.
Durante su viaje a Nueva York, el presidente adelantó que piensa aprovechar la oportunidad para plantearle a Biden que proteja debidamente a los migrantes, además de subrayar la necesidad de impulsar la regularización migratoria de los once millones de indocumentados en Estados Unidos.
Lo primero es curioso. Hace tiempo que México perdió toda legitimidad moral para exigir buen trato a la comunidad migrante. No es casualidad que, después de la declaración, el director de Human Rights Watch para América, José Miguel Vivanco, le sugiriera a López Obrador atender su propio consejo. Antes que reclamar decencia y humanidad a Estados Unidos, el presidente debería asegurarse de que la autoridad mexicana respete a los migrantes, que sufren lo indecible en el sur de México y peor en el norte.
Lo segundo, sin embargo, es interesante. Desde hace décadas, los presidentes de México evitan manifestarse con claridad sobre el destino de los indocumentados en Estados Unidos o la necesidad de una reforma migratoria. Es una triste tradición que se escuda en la no intervención: le corresponde a cada país establecer su política migratoria y a otra cosa. Aunque esto es estrictamente cierto, la situación de la comunidad inmigrante en Estados Unidos (especialmente la mexicana) es tan singular que requiere de un papel más firme desde el gobierno de México. Nada hay de malo en que el presidente de México plantee, de manera respetuosa y clara, los argumentos por los que una reforma migratoria –o alguna solución similar– sería benéfica. Que López Obrador quiera subirse formalmente a ese debate en Estados Unidos es una buena noticia.
Pero hay cosas que el presidente debe tomar en cuenta.
Mal haría López Obrador en asignar la mayor parte de la responsabilidad a Biden y el partido demócrata. Aunque Biden prometió una reforma migratoria en campaña (como todos los candidatos demócratas en las últimas décadas), lo cierto es que su partido no tiene los votos en el Congreso para aprobar un proyecto de verdad ambicioso. Cualquier reforma de ley de ese calibre requeriría sesenta votos en el Senado, diez más de los que tiene el partido de Biden. Incluso si todos los demócratas votaran por el proyecto de reforma de Biden, que existe y es ambicioso, aun así se necesitaría el respaldo de diez republicanos, misión imposible. Los demócratas han tratado de darle la vuelta a ese obstáculo vinculando medidas de alivio migratorio a la negociación del presupuesto pero la “parlamentaria” Elizabeth MacDonough, quien establece los procedimientos del Senado, les prohibió hacerlo.
Esto no exime de responsabilidad a Biden y a los demócratas, pero es importante que el presidente López Obrador sepa a quién debe persuadir.
Y la respuesta no es el partido demócrata. Si de verdad quiere defender un proyecto de reforma migratoria en su viaje a Washington, el presidente López Obrador debería enfocar su fuerza retórica y legitimidad en el partido republicano, que no solo se ha opuesto por sistema a cualquier regularización de la comunidad indocumentada, sino que ha respaldado las políticas más anti-inmigrantes de Donald Trump —y de otros antes. Sería histórico si el presidente de México aprovecha su popularidad para hablar fuerte y claro con el liderazgo republicano en el Senado y la Cámara de Representantes. Son ellos los que realmente han bloqueado el alivio para los inmigrantes. Quizá López Obrador los convence…