La ciencia fue mucho más rápida y eficiente que la política, la diplomacia, los servicios de salud pública y la producción industrial, por mencionar algunas de las actividades humanas que tienen que ver con las vacunas contra el SARS-CoV-2. En menos de un año, la ciencia fue capaz de secuenciar el genoma del virus y, a partir de ello, desarrollar vacunas seguras y eficaces, con tecnologías diversas, que mostraron de manera contundente algo que siempre he sostenido: la ciencia es nuestra aliada, no nuestra adversaria.
Pero la pandemia también nos mostró los límites de la ciencia. Tener el remedio no necesariamente significa resolver el problema. Los problemas globales (como lo es una pandemia) requieren soluciones globales. Si la solución está en la vacuna, entonces las vacunas deberían ser un bien común global, pero no lo son. He ahí el origen del problema. Es lo que ha impedido una producción masiva de vacunas a la escala requerida.
Se impusieron los derechos de la propiedad intelectual, los intereses económicos y los nacionalismos que controlan las cadenas de suministro. Propiciaron el acaparamiento y la distribución desigual. Ni los esfuerzos de la ONU, ni las promesas del G-20, ni los contados compromisos verdaderamente solidarios de los poderosos, fueron suficientes. No existe un mecanismo que garantice que, frente a una enfermedad global, el remedio para prevenirla o curarla sea considerado un bien común global. Es decir, un producto o dominio de recurso que no quede bajo la jurisdicción exclusiva de algún país.
No me detengo en la compleja trama jurídica que hay detrás de estas definiciones y sus variantes sutiles. En todo caso, el problema no es tan solo jurídico sino, ante todo, económico y político. Cuando en 1955 le preguntaron a Jonas Salk, el inventor de la vacuna contra la polio, quién se quedaría con la patente, reaccionó con admirable sencillez y una solidaridad que hoy no se ve por ningún lado: la gente, o ¿acaso se podría patentar el sol?, respondió.
A la iniciativa de México, presentada hace ya casi un año y aprobada por unanimidad en la Asamblea General de la ONU, le faltaron “dientes” para hacerla obligatoria. Era imposible que los tuviera, pues sólo las resoluciones del Consejo de Seguridad son vinculantes. Posteriormente, el Consejo adoptó dos resoluciones al respecto, que hacen referencia a la presentada por México, pero cuyos alcances están acotados a ciertas circunstancias específicas. Los esfuerzos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), por su parte, han sido encomiables. Lamentablemente no ha contado ni con los recursos económicos necesarios para darle más fluidez al mecanismo de COVAX, que tutela, ni con la fuerza política para convencer a la Unión Europea o a los Estados Unidos, para que flexibilicen los derechos de sus patentes y que las vacunas puedan producirse en otros lados. Las excepciones han sido AztraZeneca y Novavax , que han permitido la reproducción de sus vacunas a mayor escala en Japón, India y Corea del Sur.
Al problema de la producción masiva que no se ha logrado, se suma el de la tan desigual distribución. El acaparamiento ha sido grotesco. Los números van cambiando día a día, así que me parce un tanto ocioso detenerse mucho en ellos, pero las tendencias no se modifican: los países de renta alta y renta media son los que más vacunas han aplicado. No obstante, ni siquiera entre ellos son válidas las comparaciones simplonas. Por ejemplo, en el Reino Unido, han optado por aplicar aunque sea una dosis, y cubrir cuanto antes al mayor número de personas. En cambio, otros países se han concentrado en aplicar la segunda dosis a quienes ya recibieron la primera.
Cuando se está en apuros –sobre todo tratándose de temas de salud– uno siempre recuerda quién te ayudó. China y Rusia parecen tenerlo muy claro. Han hecho convenios (a precios casi de costo) con más de 50 países y han empezado a mandarles sus vacunas. Pronto serán millones de dosis y, para muchos países también, las únicas que reciban. Han ganado nuevos aliados y han exhibido la falta de solidaridad de los occidentales.
Muchos se preguntan, nos preguntamos ¿qué pasó con COVAX? La respuesta aquí es más sencilla: no tiene dinero, no llegaron (o por lo menos no han llegado) los recursos prometidos. Ni el G-7, ni los organismos financieros internacionales, ni los donantes privados han cumplido, salvo excepciones. Aun sumando los 4 mil millones de dólares comprometidos recientemente por el gobierno de los Estados Unidos, se estima que necesita otros 20 mil millones de dólares, para adquirir las vacunas requeridas y poder destinarlas al 20% de la población más pobre de los países pobres.
Varios países de renta media, México entre ellos, también forman parte de COVAX, pero con recursos propios. En América Latina, por ejemplo, 27 países pagarán por las vacunas, en tanto que otros 10 las recibirán de manera solidaria, pues no tienen manera de pagarlas. A mí me parece muy bien que así sea. La pregunta es cuándo van a recibirlas. COVAX representa un esfuerzo de coordinación global sin precedentes en la lucha contra una enfermedad. Pienso que el diseño del modelo, siempre mejorable, es bueno y merece un mejor destino. Falló la solidaridad internacional. No obstante, creo que va funcionando mejor, paulatinamente.
Vivimos en un mundo muy injusto. En uno de cada 3 países del planeta, 67 para ser exactos, todavía no se ha suministrado una sola vacuna. ¿Cómo explica usted que el costo de una vacuna para Covid-19 sea de 3.50 dólares en Europa y de 8.50 dólares en Uganda? Que levante la mano el que esté de acuerdo con ese modelo global de desarrollo. Por supuesto que el problema de los bienes globales comunes y, sobre todo de aquellos que al ser consumidos por unos afectan las posibilidades de que otros también dispongan de ellos, va más allá de las vacunas. Constituye el gran tema de fondo de la gobernanza en el contexto de un desarrollo sostenible. De la forma en como decidamos enfrentar este problema dependerá, en buena medida, el éxito de las acciones para contener el cambio climático o para lograr el acceso universal a la conectividad digital, por mencionar algunos. Es un asunto que está en el centro del nuevo orden mundial que tendrá que construirse, si en verdad queremos aprender las duras lecciones que nos ha dejado esta pandemia.
Embajador de México en la ONU.