“Hasta el lobo tiene sus buenas razones”, reza el refrán. Putin, como Lenin, como Pedro el Grande y todos los zares sucesores suyos, considera que Ucrania es de una importancia vital para Rusia; si bien puede ser un Estado independiente –no lo fue en la historia antes de diciembre de 1991– debe quedar en la esfera de Rusia. Lo demostró al anexar Crimea y lanzar movimientos separatistas armados en las provincias orientales ucranianas de Donetsk y Luhansk. Su gran temor es una eventual entrada de Ucrania en la OTAN, pacto militar nacido durante la guerra fría. Repitió varias veces que, al hacerlo, Europa y los EU cruzarían su “línea roja”; recientemente precisó que la cruzarían de manera más inmediata “los aliados, si continúan de esa manera, si estacionan y despliegan sistemas de ataque en territorio ucraniano: el tiempo de vuelo hasta Moscú sería de cinco a siete minutos. ¿Y qué deberíamos hacer nosotros? Crear algo similar para responder a los que nos amenazan, y podemos hacerlo”. Pide a la OTAN y a Ucrania “garantías legales” porque “la amenaza sobre nuestras fronteras occidentales sube y sube, como lo dijimos muchas veces”.
La OTAN, reunida en Riga, capital de Letonia, exrepública soviética, miembro de dicha alianza –todo un símbolo– contestó que decidir la entrada eventual de Ucrania en su seno “le toca solamente a Ucrania y a los treinta miembros de la OTAN”. En rueda de prensa, el secretario de la alianza expresó “la total solidaridad de la Unión Europea con Lituania, Letonia y Polonia en estos tiempos difíciles”. Aludía al “ataque híbrido, cínico y peligroso” organizado por el régimen bielorruso. “Ningún aliado de la OTAN está solo”.
El día siguiente, 29 de noviembre, el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, pidió a sus “aliados” que actúen con rapidez para disuadir a Rusia de invadir su país: “una ofensiva rusa puede empezar en un abrir y cerrar de ojos”. Subrayó la acumulación de 115,000 soldados rusos en torno a Ucrania, en Crimea y a lo largo de los territorios controlados por los separatistas. El Kremlin contestó que “los EU están causando y avivando histeria artificial. Quienes llevaron sus fuerzas armadas al extranjero nos acusan de actividad militar inusual en nuestro territorio, no es lógico, ni decente”. Alusión a las maniobras realizadas en septiembre por la OTAN, con la participación de 6,000 soldados ucranianos; y al entrenamiento proporcionado por los americanos al ejército de Ucrania al cual acaban de entregar armas contra tanques; y Turquía, miembro de la OTAN, la equipa con sus drones que resultaron tan efectivos en la victoria azerí contra Armenia.
Hay que recordar que, en octubre, Moscú rompió sus relaciones institucionales con la OTAN y que, las escaramuzas cotidianas entre fuerzas ucranianas y fuerzas separatistas, armadas y apoyadas por Rusia no han dejado de intensificarse a lo largo de más de 300 kilómetros. La Misión, creada por el Grupo Trilateral de Minsk, para vigilar esa frontera de guerra, publica cada día un informe sobre las violaciones al cese al fuego. No hay un solo día sin cientos de disparos y explosiones, con claro aumento en las últimas semanas. La concentración de tropas rusas frente a Ucrania, tanto en tierra como en mar, es indudable. Lo que no se sabe es qué piensa hacer con ella el estratega del Kremlin. El judoka Putin juega también ajedrez. ¿Presiona a Kiev y a la OTAN para conseguir las garantías mencionadas? ¿Juega a la carrera de coches hacia el acantilado, como James Dean en la inolvidable película Rebel witout a Cause? Si salta del coche al último momento, si no usa su fuerza para atacar Ucrania, no pasará nada. Hasta el momento, nadie sabe qué ha decidido Putin. A lo mejor, no ha decidido todavía. ¿Quiere tomar territorio? ¿Tumbar al gobierno para instalar en Kiev un vasallo? Europa ha subestimado las implicaciones de la grave crisis armada en torno a Ucrania y Bielorrusia.