La expresión no es nueva y tampoco tiene las implicaciones de otros tiempos, en que el pudor limitaba su uso a cierto espacio y circunstancia.
Más aún, hoy la expresión existe hasta en Google:
“El tren del mame es como se conoce en el argot de las redes sociales a los hechos y personajes que se encuentran en tendencia, es decir, que son virales. Los cuales son acompañados de olas de comentarios a favor, en contra, o simplemente burlas”.
Hace 50 años habríamos dicho que es lo que está IN.
Pero quiero referirme no solamente a ese sentido de actualidad sino también a sus implicaciones de aceptación, de inclusión, de sentirse parte de una comunidad, de un grupo o de un círculo.
Viene a cuento porque últimamente he visto lo que ocurre en redes como Instagram, TikTok o YouTube. (Facebook es la segunda más usada —95.3 por ciento—, pero siento que en ocasiones huele a naftalina. Si no saben qué es, se los dejo de tarea, como dice YSQ).
Con franqueza no me interesaban mayor cosa, pero ahora si se quiere enterar uno, hasta de su propio entorno, tiene que acudir a ellas. Y me he encontrado, para mi sorpresa, con situaciones perturbadoras.
Es una arena de competencia feroz, donde no se conocen límites de ningún tipo.
La competencia va desde quien es más ocurrente y divertido hasta quién está más guapa, quién está más buena, quién se viste mejor, quién va al mejor estilista, quién trae lo último de la moda, quién se fue de viaje al sitio más chingón, a quién le entregaron el anillo de compromiso con más imaginación; quién estrenó casa, quién está más mamado, quién suda más en el gym, quién tiene el mejor auto o la moto más veloz, el reloj más costoso, la boda de ensueño, el viaje al sitio más exótico, la peda más divertida, la despedida de soltero más loca, etc., etc., etc.
¡Qué nivel de presión!
Es una competencia asfixiante, que parece no tener fin. Ni para hacer el ridículo. Y no solamente es cuestión de recursos sino de imaginación, porque no es privativo de un sector de nuestra sociedad. Está en todos los niveles.
Pienso en la aflicción que debe significar para quienes no han madurado y para quienes aún están en formación, en el daño psicológico que les debe causar, en las inseguridades que debe fomentar, en la dependencia de lo insulso.
No estar IN es estar OUT.
No estar arriba del “tren del mame” es estar abajo, no existir, no ser referente de nada, ni para mal.
El tamaño de la decepción o de la aceptación es equivalente a la cantidad de “visitas” y “likes” (a algunos, hasta las redes les pagan), de los comentarios que siempre son los mismos y que se usan por igual para todo y para todos. Sin personalidad ni individualismo. Qué banalidad, pero qué relevante.
La ironía es qué para saber más, para enterarse de lo que ocurre y a quien le ocurre, no basta accesar a redes como las que le mencioné. Para proteger la “privacidad” se puede elegir que la cuenta sea privada o que solamente la puedan ver unos cuantos, los “close friends”, los amigos cercanos. Qué fiasco.
No es una moda nueva. Es una cultura reciente ya asentada en nuestras vidas, que requiere ecuanimidad e inteligencia, para no dejarse arrastrar.
Monitor republicano
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