La orden de absolver a Héctor Palma Salazar, alias El Güero Palma, uno de los líderes históricos del Cártel de Sinaloa, del delito de delincuencia organizada, llegó a la dirección general del Centro de Readaptación Social número 1, conocido como El Altiplano, en la madrugada del sábado 1º de mayo.
Exacto: sábado, primero de mayo, poco después de la una de la mañana, a una hora en que la Fiscalía General de la República, y las 32 fiscalías del país, se hallaban con la mayor parte de los focos apagados —y solo con algún personal de guardia disponible.
El mandamiento, enviado por el Juzgado Segundo de Distrito de Procesos Penales Federales, ubicado en Jalisco, ordenaba la inmediata y absoluta libertad del Güero Palma, “únicamente por el delito y causas referidas”, e indicaba que el viejo líder del Cártel de Sinaloa podría permanecer recluido en caso de encontrarse a disposición de alguna autoridad judicial por distinto delito.
Hace ocho años, una madrugada de agosto de 2013, uno de los grandes capos del narcotráfico en México, Rafael Caro Quintero, abandonó, caminando con absoluta tranquilidad, el penal estatal de Jalisco. Estaba esperándolo una camioneta negra, en la cual desapareció.
Había pasado 28 años a la sombra.
A Caro Quintero le había correspondido el oscuro honor de encabezar, a principios de la década de los 80, el mayor escándalo desatado hasta entonces en la historia del narcotráfico en México: el descubrimiento de un rancho en el que trabajaban 10 mil campesinos dedicados a la siembra y cosecha de marihuana: la incautación de más de diez mil toneladas de yerba, halladas en el rancho El Búfalo, en Chihuahua (una tonelada diaria de tortilla para alimentar a los 10 mil trabajadores).
La madrugada del sábado pasado, la llegada al Altiplano del mandamiento judicial que ordenaba la liberación del Güero Palma, hizo que varias cejas se levantaran.
¿Liberación? ¿En sábado? ¿De madrugada? ¿El 1º de mayo, es decir en día feriado? ¿Con solo 24 horas para constatar si en las fiscalías semivacías de México, o en el departamento de justicia de los Estados Unidos, El Güero Palma tenía pendientes otras órdenes de aprehensión?
Ocho años antes, tras su desconcertante salida del penal, que incluyó una supuestamente “exhaustiva” investigación sobre los tres magistrados que lo habían liberado, la DEA incluyó a Rafael Caro Quintero en su cuadro de honor.
El viejo capo sinaloense se convirtió en el fugitivo más buscado: “la prioridad número uno” de la agencia antidrogas.
Se ofrecieron 20 millones de dólares por su captura. Con el tiempo, se constató que Caro Quintero había reanudado su operación, tomando poco a poco, con alianzas con El Mayo Zambada y los hijos del Chapo Guzmán, el control de su antiguo territorio.
Reportes de inteligencia del gobierno federal indican que Caro se perfila hoy como el gran sucesor de Ismael El Mayo Zambada —que es, con Nemesio Oseguera, El Mencho, el gran narcotraficante impune— y que es posible detectar su organización delictiva en regiones que van de Chiapas a Sonora.
Sobre el gobierno de México pesa la sombra de haberlo dejado ir.
Todo esto regresó tras la llegada del documento que ordenaba la liberación del Güero Palma, narco de narcos en Sonora en tiempos del “Padrino” Miguel Félix Gallardo, y efímero líder del Cártel de Sinaloa tras la caída en 1993 del Chapo Guzmán.
De ladrón de coches en Culiacán a sicario de Félix Gallardo, El Güero Palma se convirtió andando el tiempo en uno de los grandes jefes de aquel cártel: ocupó un cargo a la altura del Chapo y de Amado Carrillo: Agua Prieta, Guaymas, Ciudad Obregón: a principios de los 90 no había ahí más leyes que las suyas.
Recuerdo el impacto de su detención a mediados de 1995: El Güero Palma iba en avión a una boda en Guadalajara. Debido al mal tiempo la aeronave se desplomó. El Güero quedó gravemente herido: no llegó a la boda en la que se habían reservado 150 habitaciones: prácticamente todo el Fiesta Americana de Guadalajara.
Lo detuvieron días más tarde en la casa de Zapopan, Jalisco, que le había brindado, para su recuperación, el comandante judicial federal Apolinar Pintor. Vino una sentencia de 16 años. Pasó cinco en México, hasta que el gobierno de Felipe Calderón solicitó que fuera extraditado a Estados Unidos: allá, estuvo nueve años en un penal de alta seguridad en California (Altwater).
En abril de 2016 lo liberaron y lo trasladaron a la frontera con Matamoros. Allá lo esperaban la Marina y el Ejército. “¿Estoy detenido?” preguntó. Le dijeron que sí. Se lo llevaron en un avión al Altiplano.
La madrugada del sábado pasado, según fuentes de Prevención y Readaptación Social, así como de la Cancillería, la noticia de que un juzgado de Jalisco había ordenado su liberación corrió como pólvora en el gobierno federal. Llegó a la secretaria federal de Seguridad Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, a la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, y al secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard.
Llegó también al presidente de la República. “Van a pensar que hicimos un acuerdo en lo oscurito”, dijeron en Palacio Nacional, de acuerdo con las fuentes consultadas.
Las secretarías de Seguridad y la de Relaciones Exteriores decidieron emitir un comunicado, en el que informaron que habían solicitado información a las fiscalías y al gobierno de Estados Unidos, por si acaso El Güero Palma tuviera algún requerimiento judicial.
Hasta anoche no había llegado nada. Fuentes de inteligencia señalan que Caro Quintero ya envió la señal que al Güero Palma le hacía falta: los viejos capos van por el control del territorio.
Abrazos, no balazos.
@hdemauleon
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