“¡¿Por qué siempre tiene que sucedernos?!”, bramó el narrador Fernando Marcos a punto del colapso.
A 32 años del primer Mundial, la Selección Mexicana tenía en su expediente solo un empate y todo lo demás eran derrotas.
El 3 de junio de 1962, en el estadio de Viña del Mar, el equipo mexicano estaba a punto de sacudirse esa maldición. Se aproximaba el minuto 90 del partido contra España, que había sido un ir y venir del demonio. Solo había que resistir 60 segundos más, para que el equipo pasara al fin a la ronda siguiente: los anhelados cuartos de final.
El esférico llegó a los pies de Paco Gento, La Ráfaga del Cantábrico. Gento era el mejor extremo izquierdo del mundo. Jesús del Muro, sin embargo, había logrado contenerlo durante todo el partido.
Pero en el último minuto, Gento avanzó desde su portería convertido en un huracán, y en el borde del área mexicana envió un centro que rechazó mal el Gallo Jáuregui.
El balón llegó a los pies de Peiró y todo se fue al diablo otra vez, como siempre.
“¡Esto es como una maldición!”, bramaba Marcos
En 1930 la Selección acudió por primera vez a un Mundial. La sede fue Uruguay. El entrenador, Juan Luque Serrallonga, se llevó a sus muchachos en barco y durante todo el viaje los puso a pulir la cubierta.
Iban dos de los ídolos iniciales del futbol mexicano: un atlantista, El Trompo Carreño, y un americanista, El Récord Garza.
Aquel era el primer Mundial de la historia y a México le tocó inaugurarlo. A los 18 minutos Francia anotó el primer gol. La Selección cayó 4 a 1.
En el segundo partido, El Dientes Rosas anotó el primer autogol en la historia de los Mundiales. Chile se impuso por un marcador de 3 a 0. En el último partido, Argentina nos acribilló 6 a 3.
Cuatro décadas más tarde ―cuatro décadas de sufrir― México se encontró con Bélgica en el Estadio Azteca. Conservo ejemplares de El Heraldo de México de aquellos días, que me vendió a 50 pesos el propietario de una casa de antigüedades de la calle de Mérida. Encontrar la alineación del equipo mexicano ―entre anuncios de camisas Manchester, desodorante Yardley y brandy Bobadilla 103― fue una verdadera epifanía: un golpe de la memoria que me llevó de regreso a la casa donde nací, y en donde aprendí las cosas esenciales del mundo.
Repetir los nombres de antiguos jugadores es una especie de mantra que le permite a uno viajar en el tiempo: Basaguren, Valtonrá, Fragoso, Valdivia…
Aquel día, 11 de junio de 1970, el Halcón Peña le clavó un penal al arquero Christian Piot y la Ciudad de México se convirtió en un volcán que en lugar de lava vomitara gente. Fue la primera vez que la ciudad celebró en los alrededores del Ángel de la Independencia y un reportero observó con sorpresa que gente que nunca se había visto, ¡se abrazaba!
Habíamos pasado a cuartos de final y podíamos medirnos con cualquiera: Italia, Brasil, Alemania, Italia, Uruguay…
Nos tocó Italia. La noche del Halcón Peña se diluyó muy pronto, y en el siguiente partido, celebrado en el estadio Luis Gutiérrez Dosal de Toluca, se repitió otra vez la maldición de la que hablaba Marcos. La Selección comenzó ganando. Pero cayó 4-1.
El legendario periodista Manuel Seyde se reía de los aficionados mexicanos que derrota a derrota y vergüenza a vergüenza insistían en depositar sus ansias de triunfo en la Selección. Al final de cuentas, decía con el conocimiento y con el desprecio adquirido tras 40 años de oficiar en Excélsior, “los jugadores son los que son”.
En 1978 la Selección sufrió un revés de proporciones históricas: recibió 15 goles en tres partidos (Alemania le metió 6), y quedó en último lugar de la tabla, con cero puntos y dos solitarias anotaciones a favor (las de Víctor Rangel y Arturo Vázquez Ayala).
México 86, Estados Unidos 94, Francia 98, Corea-Japón 2002, Alemania 2006, Sudáfrica 2010, Brasil 2014 y Rusia 2018 han sido escenarios en los que el abismo se abre en los minutos finales: en los que la maldición de Fernando Marcos se repite y nos hace caer.
Esa maldición que está en el gol anulado del Abuelo Cruz; en los cambios que Mejía Barón no hizo y en los penales fallados por García Aspe, Marcelino Bernal y Jorge Rodríguez.
En los dos errores de Raúl Rodrigo Lara, que nos costaron la eliminación ante Alemania. En la manera en la que se hizo expulsar Rafa Márquez, dejando al equipo a la deriva frente a un Estados Unidos que se había vuelto un ciclón. En el autogol de Jared Borgetti contra Argentina y en el error de Ricardo Osorio, que cuatro años después dejó el balón en los botines de Gonzalo Higuaín.
En los últimos cinco minutos del México-Holanda, en los que la Selección ganaba 2-0 y en los que de pronto algo se resquebrajó de manera profunda, permitiendo el abordaje de Sneijder, Depay y Huntelaar, y luego, para acabar, el clavado final de Arjen Robben.
En aquel 2018 en que la Selección venció a Alemania, solo para caer horriblemente ante Suecia y Brasil.
Casi 90 años en los que no nos hemos puesto de acuerdo en qué Selección Mexicana es la que ha perdido mejor.
Casi 90 años esperando que la maldición se termine, y podamos reírnos de Argentina y de Seyde.
¿Ocurrirá en Qatar?