El 30 de noviembre de 2007 un agente de la DEA entregó en Mazatlán, Sinaloa, los primeros datos sobre Jesús Reynaldo Zambada García.
La información indicaba que El Rey Zambada, hermano menor de Ismael El Mayo Zambada, fundador con El Chapo Guzmán del Cártel de Sinaloa, era uno de los más importantes distribuidores de cocaína y metanfetaminas del país y se hallaba a cargo del trasiego de drogas en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Para entonces estaba a punto de ocurrir la gran ruptura que partió en dos al Cártel de Sinaloa. De un lado quedaron los hermanos Beltrán Leyva (el líder del grupo, Arturo Beltrán inició una alianza con los Zetas y el Cártel de Juárez, para enfrentarse al resto de los capos de Sinaloa), y del otro quedaron El Chapo y El Mayo, aliados a su vez con Ignacio Coronel y Juan José Esparragoza, alias El Azul, así como con dos líderes de la Familia Michoacana: Nazario Moreno, El Chayo, y José de Jesús Méndez, El Chango Méndez.
Las fichas de la DEA indicaban que El Rey Zambada ocupaba un alto puesto en el organigrama del llamado a partir de entonces Cártel del Pacífico.
El Mayo y El Rey Zambada disponían de un ejército de operadores encargados del transporte aéreo y marítimo de la droga. Tenían un operador importante en Estados Unidos, Víctor Emilio Cázares Gastélum, El Lic., y un responsable ante los narcos colombianos: Heriberto Zazueta Godoy.
El Rey era el amo de la capital del país. Su nombre fue apareciendo aquí y allá en diversas fichas de información. Una tarjeta de la Secretaría de Seguridad Pública fechada en enero de 2008 informaba que durante un cateo realizado en Coyoacán –en la calle Cerro de los Dos Conejos–, un integrante del grupo de seguridad de Arturo Beltrán Leyva, al que le decían El 22 o El Doble, había dicho que el que operaba la droga en la Ciudad de México era “un hermano del Mayo”.
Cuatro meses más tarde, horas después de dirigir un operativo fallido para detener en la carretera Cuernavaca-Acapulco a Arturo Beltrán Leyva, un mando de la Policía Federal, Edgar Eusebio Millán, fue asesinado en la sala de su domicilio. El agresor había recibido las llaves de su departamento y lo estaba aguardando en la sala.
Antes de morir baleado, sin embargo, Millán logró someter a su agresor –se llamaba Alejandro Ramírez Báez– y pedir ayuda. No murió hasta que Ramírez Báez fue asegurado por agentes federales.
En el Nextel del asesino se descubrió que había tenido comunicación con un agente de la Policía Federal, José Antonio Martín Montes Garfias. Era este quien se había apoderado de las llaves de Millán. Trabajaba para los Beltrán Leyva y le habían encargado dar un escarmiento al mando que dirigió el operativo.
A Montes Garfias le hallaron una libreta, según el reporte elaborado entonces, que contenía datos filtrados por Arturo Beltrán. En una de las páginas se leía que el “Sr. Rey” era el encargado de recibir los envíos en el aeropuerto, “y era hermano del narcotraficante El Mayo”.
A los pocos días hubo en distintos puntos del país una epidemia de ejecuciones y narcomantas. En Cuernavaca apareció en la cajuela de un vehículo un comandante ministerial torturado y ejecutado: “Esto les va a pasar a los que anden con El Rey Zambada…”.
En Culiacán dejaron en un puente una narcomanta contra El Chapo: “Cómo te ha cambiado Nachito Coronel, te mangonea a su antojo, inteligente El Rey Zambada, ustedes matando municipales, estatales y ministeriales, y él bajando efedrina en el aeropuerto de la ciudad”.
Zambada era dueño de un hangar en el que bajaba la droga que él quería. En el juicio de Genaro García Luna se revelaron las claves que tenían los federales cuando la droga que debían dejar pasar aterrizaba. Tenía casas de seguridad y bodegas incontables.
Fue el jefe de plaza de la Ciudad de México y operó con completa impunidad durante más de diez años (hay quien dice que más de 20), hasta el día en que agentes de la SIEDO lo detuvieron en Lindavista, el 20 de octubre de 2008.
“Tenía amigos” entre la policía capitalina, acaba de declarar en el juicio. Aquel día lo acompañaban como escoltas tres policías en activo. Uno era Guillermo Báez, policía federal adscrito al aeropuerto. Los otros: Carlos Gerardo Castillo, agente de la AFI, y Francisco Montaño, ministerial de Tlalnepantla. También se hallaban con él dos exagentes de la Judicial Federal, Amado Nava y Marco Antonio Valadez.
Además de los sobornos a García Luna, Zambada confesó en 2013 haber entregado 7 millones de dólares a un funcionario de seguridad de la capital.
De las cuentas y los cuentos del Rey nadie sale bien parado.
En medio de estas historias, quedan muchas toneladas de basura flotando. Miles de preguntas que gobiernos que van de Vicente Fox a López Obrador están obligados a explicar.