La semana pasada lesionaron brutalmente a Hirving Lozano; anoche, en el Cotton Bowl, la lesión fue para todo el equipo mexicano. Nunca antes en Estados Unidos, en su poderosa segunda casa habían sido humillados desde la tribuna. Sucedió por una aplastante mayoría salvadoreña, que vivió el partido de Copa Oro al estilo del estadio Cuscatlán de San Salvador.
Dallas es un punto neurálgico para centroamericanos que viven en Oklahoma, Arkansas, Georgia, por lo que camiones y más camiones se rentaron para ir al estadio. Generalmente, este ejercicio se hace por los mexicanos, quienes también trabajan en esos estados y aprovechan su presencia en Texas para acudir y así sentirse de nuevo mexicanos, aunque sea por unas horas. Pero anoche no fue así, ya que solamente se vio el esfuerzo de los salvadoreños, ya que sus aficionados abandonaron a la Selección Nacional.
El liderato del Grupo A fue para México. Eso sí, todo lo buen público que fue el salvadoreño, fue contrastante con su equipo, el cual se mostró sin ideas, ni el nivel competitivo para encarar a un rival como el Tricolor. Decepcionante debe ser para tantos salvadoreños, quienes gastaron entre 500 y 700 dólares por persona para ver a un equipo al que su única competencia en el campo es dar patadas, entender este juego como una guerra y olvidarse por completo de hacer futbol. Y, cuando le amonestan a un jugador a los dos minutos, como sucedió ayer, mentalmente se alejan de su plan original, que es pegar y pegar.
No tienen la culpa los jugadores, así han entendido el futbol eternamente y ahora debe Hugo Pérez, entrenador de este equipo, trabajar exactamente en eso, en volver a entender este juego. Porque anoche lucieron como un conjunto demasiado limitado. La Selección cumple a secas, con más dudas que entregando cuentas claras para el futuro inmediato. Empezará el verdadero nervio desde los cuartos de final, que serán en Phoenix el próximo sábado, ya sea contra Honduras o Qatar.
Atención debe poner la Concacaf en sus estrategias de acomodo de aficionados en los estadios. Ayer, en el Cotton Bowl vendieron —según ellos— 45 mil entradas de los 92 mil asientos que tiene de capacidad este estadio, que está por cumplir 90 años de existencia. Una falacia, un peligro —además— jugar con la gente de esa manera, porque en el primer tiempo amontonaron al público en la parte baja del estadio, en un evidente sobrecupo, más evidente porque además no tiene butacas. Irresponsabilidad absoluta en tiempos de nuevos brotes de Covid-19, el cual —dicho sea de paso— en Dallas les vale tres reverendos chapulines asados. En el segundo tiempo dejaron subir a aficionados a la parte alta y, aún así, estaba atestada la parte baja.
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