Hoy por la noche, uno de los entrenadores al que poco mérito se le ha dado en los últimos semestres en el futbol mexicano tiene una cita vital en las aspiraciones de un club que, con muy poco, se mantiene peleando por algo para no terminar de desaparecer del mapa y ser desterrado del famoso grupo de los “grandes” de la Liga MX. Seguramente, Andrés Lillini tendrá una oportunidad para demostrar su capacidad en otro club, con otro tipo de estructura y con mayor poder económico, pero —por ahora— tiene que poner a los Pumas en la siguiente ronda de la Concachampions.
Los universitarios enfrentan al Saprissa de Costa Rica, con el que empataron a dos goles en el partido de ida, por los octavos de final. Mantener al equipo en este torneo confirmará que la labor de Lillini no es casualidad; de hecho, ya lo ha demostrado al llegar a una final y a una semifinal de Liga. Y aunque no ha podido levantarse con el título, lo que ha logrado es de resaltar.
Y no se trata de promocionar a un entrenador, de querer quedar bien. Cuando un personaje de estos está haciendo las cosas correctamente, también se debe reconocer. Lo mismo sucede con Nicolás Larcamón y el Puebla. Estos dos entrenadores han demostrado lo que un director técnico puede y debe aportar a su club y a la Liga, no como los engañabobos por los que miles y miles de aficionados se rasgan las vestiduras, sin entender que lo que menos les importa a esos personajes son justamente ellos, los aficionados.
Nos hemos desgastado tanto y hemos dado tanto tiempo aire y tinta a Santiago Solari (que tiene ultimátum en América), Javier Aguirre (al que nadie quiere en Monterrey) y hasta a Marcelo Michel Leaño (que es un verdadero desastre), que se le ha dado poca atención a estos otros entrenadores que, con tan poco, han lucido. En esta misma categoría entra el campeón de México, Diego Cocca, con el Atlas.