En Acapulco, restaurantes tienen que decidir entre prender el aire acondicionado para los clientes o prender los electrodomésticos de la cocina. En Mérida, colonias enteras se acostumbran a quedarse sin luz por horas. La temporada de apagones 2021 ha iniciado formalmente. Los ejemplos sobran.
Eufemísticamente, los comunicados de “Condiciones Operativas” del Centro Nacional de Control de Energía (CENACE) empiezan a fluir indiscriminadamente. Son el reconocimiento oficial de que no hay energía eléctrica para los consumidores en el sistema nacional. Tanto en el sureste como en el norte del país existe una gran preocupación: los apagones seguirán. Anticipan lo peor en este verano. Los efectos están sintiéndose desde ahora.
Un párrafo de contexto. En determinadas épocas del año y momentos del día la demanda de energía eléctrica se eleva ya sea por un mayor uso de equipos de aire acondicionado o refrigeración, o simplemente por incrementos en el uso de máquinas en la industria. Si México tuviera más capacidad de generación, el sistema produce más energía y listo, no hay ningún problema. Sin embargo, México no tiene esa mayor capacidad, así que eso deja una dura disyuntiva: se baja el switch o “se cae el sistema”.
Revisemos los eventos más recientes. La semana pasada en una de las zonas más industriales del país, Ciudad Juárez, Chihuahua, se registró un apagón debido a una falla en la subestación eléctrica Moctezuma. Esto no sólo afectó la actividad industrial, sino que hubo efectos sobre la telefonía celular, cortes de agua, caos vial y quejas de la gente porque en medio del calorón no podían prender el aire acondicionado. Un desastre.
Otro de los estados que más sufre de apagones es Baja California Sur. En 2019 hizo crisis con 72 horas de fallas e intermitencias. Este año ya van al menos tres episodios y eso que aún no es verano. La industria hotelera está espantada.
En Yucatán las cosas no son distintas: en la primera quincena de mayo se reportaron apagones; en este 2021 van cinco eventos cuando antes no se registraba más de uno al año.
El pasado 13 de febrero el gobierno informó de interrupciones del servicio eléctrico ante la indisponibilidad y falta de suministro de gas natural, lo que provocó la salida de centrales eléctricas de generación y algunos elementos de la Red Nacional de Transmisión en el norte y noreste del país. Un par de días después, el servicio se restableció, pero el daño estaba hecho: de acuerdo con líderes empresariales, dicho evento resultó en términos económicos más costoso que la pandemia misma. Imagínense si esto se repite.
Podría continuar relatando los episodios de apagones en distintas partes del país y los efectos esperados. Pero la conclusión es la misma: no hay luz, y con ello se afecta la economía y el bienestar de la población.
La causa es una pésima gestión de la CFE por lo que a mantenimiento e inversión en generación respecta. Por eso fallan las plantas. Además, con la nueva política energética se han frenado tanto la operación como las inversiones en energías renovables. Y si bien es cierto que tenemos combustóleo para dar y regalar (literalmente), ni siquiera pueden hacer eso bien: no han podido quemar adecuadamente ese combustible que ni los barcos quieren. De continuar en esta necia ruta, en el futuro cercano los apagones seguirán.
En estas Historias de Reportero el 14 de febrero de 2019 publiqué “El peligro de los apagones masivos”, reportando que el norte tenía solucionado el abasto y que los focos rojos estaban en la Península de Yucatán. Hoy, el peligro se ha extendido.
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