Como profesor universitario, es común interrogarse sobre el papel que tenemos como guías en los procesos de enseñanza. Desde hace años, la propuesta de evaluación del ejercicio docente ha pugnado por la equilibración de las relaciones de poder en torno a la relación educativa del profesor y los estudiantes.

Antaño, el problema en dicha relación, era el exceso de poder que recaía en el profesor al ser él quien, a través de la evaluación, usaba la fuerza de la nota y la acreditación para doblegar las resistencias y  posicionar las verdades, las formas de proceder y las disposiciones de los estudiantes.

En este marco, algunas propuestas teóricas cuestionaron el uso de la evaluación como medio para ejercer control, dominio y violencia de los profesores hacia los estudiantes; lo cual reducía la posibilidad de un diálogo simétrico que permitiera situar a todos como una comunidad epistémica compuesta por sujetos de conocimiento igualmente reconocidos.

En cierto sentido, la crítica era sobre el abuso y, muchas veces, la infantilización de los estudiantes, ya sea por la consideración de su edad (edadismo), o por su supuesta inestabilidad o peligrosidad, llevando a la urgente necesidad de moralizarlos pues se consideraban faltos de "razón" para poder tomar desiciones "correctas" sobre sus vidas.

Fruto de lo anterior, son algunas propuestas evaluativas que intentaron nivelar las relaciones de fuerza y permitir al estudiante compartir con sus profesores sus visiones sobre las interacciones posibles, la atención recibida y, sobre todo, los aprendizajes logrados. En sentido estricto, tenía que volver dialógico el espacio para caminar hacia su democratización.

No obstante, un uso inadecuado y en exceso de los procesos de evaluación que realizan los estudiantes hacia los profesores han provocado ciertos efectos que tendrían que revisarse a profundidad. Sobre todo, en aquellos espacios, donde la continuidad de los docentes está ligada a los resultados de dicho ejercicio. Cabe señalar que no es que la valoración elaborada por los estudiantes tenga que desaparecer debido a ciertos efectos que no han resultado como en teoría se habían pensado. Más bien, el llamado es a su revisión crítica.

Por ejemplo, cuando en ciertas instituciones los profesores saben que su continuidad y determinados estímulos (económicos, de escalafón, etc.) dependen directamente de su evaluación docente (la realizada por los estudiantes), solo hemos cambiado las posiciones de poder, dejando la estructura de dominación y asimetría intacta. Pero ahora colocando otro sujeto por encima de los demás.

Esto es lo que ha pasado en muchas instituciones de educación superior, donde los estudiantes saben que tienen el "poder" de decidir sobre la continuidad del docente a partir del ejercicio evaluativo, y los profesores han tornado laxas las exigencias formativas, transitando a otras formas de docencia "menos tradicionales" debido a la presión de los propios estudiantes.

Hay una gran cantidad de sujetos que, hoy por hoy, creen que un proceso de aprendizaje no puede ser "aburrido", por lo que el profesor debe ser capaz de "hacer una clase dinámica", entendiendo por esto la ludificación de todo espacio educativo, reduciendo las opciones didácticas y metodológicas a una cantidad de actividades que deben ser sí o sí, "divertidas".

De tal suerte que, para muchos profesores, su permanencia en su espacio laboral, ligada a los resultados de la valoración de sus estudiantes, ha logrado la transformación que en teoría se esperaba. Es decir, establecer un diálogo "horizontal", donde el estudiante fuera considerado como sujeto de conocimiento. Sin embargo, en muchos casos, la balanza no ha logrado el cambio pensado, haciendo que muchos docentes ahora se ajusten a las "demandas" de los estudiantes, convirtiéndose en unos generadores de contenido anecdótico cuyo objetivo es "entretener" en una mañana de trabajo.

La infantilización del ejercicio de la docencia se entiende en el sentido que, para muchos estudiantes, un buen profesor, que podrá salir bien evaluado, debe ser aquel que haya logrado captar su atención y, sobre todo, entretenerlos, divertirlos, amenizar cual show o espectáculo.

En este escenario, muchos profesores han optado por no colocar lecturas extensas, no exigir un pensamiento crítico y profundo, no realizar la corrección de los errores por temor a exaltar a un estudiante que no se siente "satisfecho" con el servicio recibido.

Así, la significatividad está ligada a la cantidad de agrado, diversión y risas que un profesor puede provocar. Reduciendo a una sola opción de enseñanza que, en sentido estricto, no siempre alcanza los propósitos educativos. Muchas veces, los propios estudiantes están más centrados en el juego, los recursos tecnológicos, los dispositivos, los colores, las figuras, etc. que en identificar y reflexionar sobre los contenidos y experiencias que han tenido; en su significatividad.

Es necesario apuntar que los recursos lúdicos y de gamificación, son importantes apoyos pedagógicos, si se usan de forma adecuada. Si representan, en la estructura de clase, facilitadores para poder responder a la diversidad de estudiantes, sus capacidades, cualidades, contextos, etc.

Sin embargo, la reducción de una revisión crítica y metodológica de una amplia cantidad de formas de propiciar aprendizajes y experiencias significativas, ha llevado, en muchos casos, a la infantilización del ejercicio docente en la universidad; logrando que un estudiante o un profesor crea que una práctica significativa es solo aquella que provoca risas y diversión sin que ello se haya traducido en un aprendizaje profundo.

Los profesores universitarios no somos tiktokers, no estamos para entretener ni divertir, si bien, podemos dotar al ambiente de ciertas características que no caigan en el exceso de una pedagogía del terror, tampoco podemos caer en el otro extremo de infantilizar nuestro ejercicio docente y convertirnos en los próximos creadores de contenido o influencers con más seguidores en el mundo. Sin que exista una relación pedagógica basada en el respeto mutuo y la formación colaborativa, en donde podemos vivir y caminar juntos

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