La reforma educativa de la Nueva Escuela Mexicana, teóricamente, implica una ruptura epistemológica (de las formas en que se conoce, aprende y representa la educación) en relación con propuestas pasadas. Desde una centralidad soberana, el ejecutivo ha construido un nuevo antagonismo, es decir, un enemigo a vencer. El neoliberalismo, desde el discurso oficial, parece haber llegado a su fin. Ya podemos hablar de él en pretérito y, con ello, referir sus limitaciones, efectos perversos, violencias y otras formas sociales que posibilitaron la exclusión sistemática de personas de carne y hueso.
Los nuevos aires de reforma, siendo congruentes con la transformación del sistema educativo, invitan, prescriben y mandatan otras maneras de pensar lo educativo y lo escolar. Nuevas epistemologías (formas de conocimiento y comprensión de las realidades) se han mostrado como posibles para dar contenido y estructura a la revolución educativa sostenida bajo la necesidad y el imperativo del cambio.
Esta variación, por vía de una ruptura con el pasado, implica el reconocimiento de otras miradas, visiones y representaciones del mundo, las cuales, a fuerza de un ejercicio hegemónico, habían sido soterradas, descolocadas, invisibilizadas y negadas por vía un epistemicidio sistemático que no aceptaba adversario alguno. Hoy por hoy, la oportunidad de una “auténtica transformación” se puede vislumbrar en la propuesta de la Nueva Escuela Mexicana, en su reconocimiento a la producción de subalternidad como forma legítima de opresión y violencia frente a la pluralidad.
Para lograr lo anterior, la educación se ha declarado desde una perspectiva decolonial legitimando los saberes “otros” que no habían sido incluidos en las propuestas curriculares de antaño y que, al no estar presentes, se vieron violentados por el imperio de lo igual, de lo homogéneo y lo único. La visión educativa que pasa de pensar al individuo “individual”, a la persona comunal, es parte de esa ruptura epistemológica. Un deslizamiento de un “yo” a un “nosotros” que reconoce lo local y lo situado como otra forma de construcción y validación de un saber que es compartido y valorado de forma colectiva.
La materialización de dicho movimiento se ha propuesto, entre otras formas, mediante la construcción curricular entre lo nacional y lo local. Los profesores, encargados de llevar a buen puerto esta reforma, al interior de los consejos técnicos, han puesto “manos a la obra”. A partir de un ejercicio de co-diseño y de la construcción de un programa analítico intentan recuperar el saber soterrado y, con ello, superar la violencia cultural y estructural de antaño.
Lo cierto es que, decolonizar implica un desmontaje de las prácticas de lo educativo y de los elementos de orden identitario de los propios profesores. Refiere un ejercicio dialógico auténtico que esté libre de una relación de dominación jerárquica y la imposición de verdades absolutas e incuestionables. En otras palabras, necesita un distanciamiento de lo hasta ahora realizado.
Queda claro que un ejercicio de tal magnitud, supera por mucho el conocimiento de tipo procedimental que prescribe las pautas a seguir. En este sentido, el problema es pensar que, por decreto, por el simple hecho de afirmarlo desde el poder central, las prácticas y visiones de antaño han desaparecido y, con ellas, las disposiciones, representaciones e imaginarios que, en el día a día, han constituido un hábito en el docente y su propia identidad. ¿Cómo mirar con extrañeza lo que históricamente hemos sido a través de nuestras prácticas?
En este marco, necesitamos de reformas de larga data, pues el ejercicio de decolonización llevará su tiempo, su ritmo y tendrá su propia topología y singularidad. Pero primero debemos tener claro, como profesores, ¿qué es eso de decolonizar? Haber “transformado” todo, solo para terminar en lo mismo, es una historia recurrente en nuestro país. Co-diseñar para decolonizar, es un ejercicio que va más allá de lo técnico- instrumental, implica un acto que supera lo contenido en la ley y en los discursos que afirman que el cambio ya es un hecho.