Este 11 de febrero no solo conmemoramos una década del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, declarado por la ONU en 2015; celebramos una lucha global por la equidad y un llamado urgente a imaginar, como propone la UNESCO, a un mundo donde las mujeres lideren los laboratorios, las aulas y los avances científicos. En México, este aniversario nos confronta con la realidad, aunque somos cuna de mentes brillantes como la física Ana María Cetto, pionera en estudios cuánticos, aún persisten brechas que niegan a miles de niñas la oportunidad de cambiar el mundo a través de las STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por sus siglas en inglés).

La historia nos recuerda que la exclusión no fue casual, sino sistémica, mujeres como Marie Curie, Rosalind Franklin y Ada Lovelace no solo batallaron contra el escepticismo científico, sino contra sociedades que las relegaron a roles secundarios. En México, figuras como Matilde Montoya, primera médica del país, o Eulalia Guzmán, arqueóloga que desafió el machismo académico en los años 30, heredaron una lección: el talento no tiene género, pero los prejuicios sí construyen muros. Hoy, aunque las mujeres representan el 38% de las personas con estudios de posgrados científicos nacionales (según el INEGI), solo el 24% ocupan puestos de liderazgo en tecnología. La UNESCO advierte que, al ritmo actual, la equidad global en STEM tardaría 135 años en alcanzarse.

Pero hay esperanzas que iluminan el camino, mexicanas como Sandra Cauffman, ingeniera de la NASA detrás de misiones a Marte, o Eva Ramón Gallegos, científica que desarrolló terapias contra el cáncer cervicouterino, demuestran que el impacto femenino salva vidas. Campañas como “Mujeres Transformando México” y programas como “Las Mujeres Hacen Historia” están derribando estereotipos, mientras niñas desde Oaxaca hasta Sonora programan robots o estudian microbiología en clubes científicos.

Sin embargo, no basta con inspirar, necesitamos estructuras que sostengan los sueños, México requiere políticas públicas que vinculen la educación STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) con perspectiva de género desde primaria, becas con enfoque rural e indígena, y leyes que erradiquen la brecha salarial que hoy es del 18% en sectores tecnológicos. Las empresas deben sumarse, creando entornos libres de acoso y con horarios flexibles para madres científicas. Como sociedad, debemos dejar de preguntarles a las niñas “¿por qué quieres estudiar ciencias o ingeniería?” y comenzar a decirles: “imagina qué problemas resolverás”.

La UNESCO nos invita a visualizar un planeta donde las mujeres diseñen la inteligencia artificial, curen pandemias o combatan el cambio climático. En este México posible, cada niña que elige un telescopio en lugar de una muñeca, cada joven que codifica una app para su comunidad y cada investigadora que publica en revistas indexadas, son semillas de una revolución imparable. A 10 años de esta conmemoración, el mensaje es claro, la ciencia no es neutral, será más innovadora, más humana y más poderosa cuando deje de ser un privilegio masculino.

¡Imaginemos, construyamos, exijamos! El futuro de México depende de que hoy alentemos a una niña a enamorarse de la ciencia.

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