La tecnología, casi de manera inevitable, nos marca la pauta en muchas de nuestras prácticas actuales. Cómo nos relacionamos con el mundo, con la información y con la gente son algunos ámbitos en los que ahora vemos el profundo impacto de lo digital. Pensamiento y lenguaje son aspectos que se entrelazan a las nuevas herramientas provistas por el mundo moderno.  De manera natural hemos aceptado la idea de que (casi) cualquier tipo de información está al alcance de nuestras manos. ¿Cómo fue para la gente del pasado que vio por primera vez inventostransformadores como el automóvil o la energía eléctrica? No lo sé, pero supongo que las sensaciones de asombro y duda eran muy similares a las que tenemos ahora, con la gran diferencia de que las Inteligencias Artificiales (IAs) están disponibles en números masivos. Nos maravillan, nos atemorizan, pero también nos impelen a acomodarnos y acostumbrarnos a esas transformaciones.

La IA se ha planteado como el más revolucionario de los inventos modernos. La educación es un ámbito que se ha visto profundamente impactado por estas herramientas. Tanto es así, que las habilidades de escritura a mano se miran como una práctica en desuso. La lectura y su cambio de soportes físicos a digitales han modificado nuestras capacidades de comprensión y retención. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha alertado sobre el uso prolongado de las pantallas y sus efectos nocivos para la salud, desde el sedentarismo, hasta el impacto de la luz azul, así como su alta capacidad adictiva. Pero las pantallas nos fascinan y nos encantan. Abren tantas ventanas que no podemos escapar a su efecto ubicuo en la sociedad.

Hoy escribir es una práctica que se acompaña de la tecnología. Escribir tecleando, desde una computadora, una Tablet o un celular; con potentes buscadores de información, diccionarios, bibliotecas digitales y redes sociales a un lado. Escribir desde una IA generativa. Desde la educación tenemos que prever esa inevitable transición. Encontrar estrategias para sacar las mejores posibilidades y oportunidades. Sobre todo, entender y enfatizar que cada herramienta tiene que ir acompañada de una serie de valores éticos, aunque parezca que no tiene nada que ver una cosa con la otra.

La deshonestidad, el plagio, esos males actuales de hacer pasar algo que no hicimos como nuestro no son culpa de Wikipedia, Google, Chat GPT o Copilot. No dependen si se es un escritor novel o experto. Investigadores, políticos o académicos con nombres respetables en sus desarrollos profesionales han sido evidenciados por haber recibido sus títulos universitarios u otros beneficios a través de prácticas deshonestas que no fueron sancionadas y que no tuvieron consecuencias reales más allá de la exhibición pública. La conciencia ética de la persona es algo que no depende, al menos no en su totalidad, de la tecnología.

Desde la universidad, es imprescindible que los jóvenes encuentren el sentido de expresar sus ideas. Hay un problema fundamental al pensar que la IA puede sustituir por completo el trabajo de investigación y uso del pensamiento para plantear una aserción, sacar conjeturas; trazar una argumentación; para imaginar y crear. El que escribe debe encontrar el valor en aquello que está haciendo y evitar pensar que su escritura es para nada y para nadie, como suele pasar con los trabajos escolares que persiguen una calificación y rara vez reciben alguna orientación para su mejoría: es humanamente imposible que un docente guíe con detalle y profundidad a grupos sobrepoblados.

En las universidades debe existir la conciencia de que hay muchos tipos de escrituras con propósitos y fines diversos, y que no todo se reduce a resúmenes, informes o recopilación de datos (el tipo de escrituras que tienden a apoyarse por las IAs, y, por lo tanto, las que estas herramientas tienen como modelos y replican de manera automática). Es importante fomentar la idea de que escribir requiere un dialogo real con una persona de carne y hueso. No por nada las IAs generativas tienen como diseño el imitar una conversación humana. Es materializar la fantasía de darle voz a una biblioteca para obtener respuestas ilimitadas, a veces coherentes y sustentadas; a veces francamente inexactas, eso también. Otras que son meras invenciones que requieren de criterio para ser detectadas.

Las instituciones deben plantearse el valor de invertir en capital humano que brinde la posibilidad de dar ese acompañamiento más allá de las IAs. Es increíble ver las inversiones millonarias que se hacen en tecnología con un ánimo masificador de la educación y que no siempre benefician en la medida de las expectativas que generan. Sin una correcta guía, incluso la herramienta más sofisticada se vuelve infructuosa. Al final, son las personas las que le dan valor.

Las universidades en México deben plantearse dar cabida a espacios como los Centros de escritura, estos espacios enfocados en ayudar a construir las destrezas de escritura y pensamiento crítico. Pocas son las universidades del país que ya cuentan con un centro de escritura (la mayoría privadas), aunque cada vez más instituciones son conscientes de todo lo que pueden ganar con este recurso.

Siempre estamos acompañados al momento de escribir (de vivencias, libros, redes de conocimiento). Necesitamos acompañamiento cuando escribimos. Chat Gpt refleja ese anhelo de contar con alguien que nos ayude a pensar y construir con palabras lo que habita en nuestros pensamientos. Al final de cuentas, el trabajo humano es insustituible.

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